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domingo, 8 de julio de 2018

La leona (7)


Los oídos de Yholet captaron un ruido, muy tenue y ligero, pero abrió mecánicamente los ojos. Se volvió hacia el techo de la caverna. Sus ojos se empezaron a aclimatar a la luz, cuando le pareció ver la cara de un leopardo, con la boca abierta, mirándole fijamente a los ojos. Intentó moverse para buscar su espada, cuando sintió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento.

Yholet no despertó hasta que sintió como el agua le mojaba la cabeza y parte del cuerpo. Ya no estaba en la caverna, ni tenía a la bella Kounia a su lado. Estaba de pie, con los brazos en cruz. Atado a una estructura de madera. Las cuerdas mantenían todo su cuerpo unido a la estructura. Frente a él había dos grakan y arrodillada en el suelo estaba Kounia. Podía escuchar el murmullo de más personas al otro lado del arco que había tras los dos grakan. Yholet solo era capaz de entender algunas de las palabras que decía Kounia, ya que esta hablaba muy rápido y en un dialecto más cerrado que el que habían utilizado.

-   … por favor… hermano… no ha pasado -conseguía comprender Yholet de todo lo que decía Kounia-... las hienas… no… por favor.

Uno de los grakan levantó las manos y Kounia dejó de hablar. Yholet estaba seguro que había intercedido por él. Ya sabía por lo que le habían contado sus profesoras, que a los grakan no les gustaban los forasteros. Normalmente pocos de su raza habían sobrevivido a un contacto con ellos. Incluso los mestizos de Hussear y los esclavos grakan temían el encontronazo con ellos, pues su sino sería la muerte. A los grakan no les gustaban ni los que habían caído en las manos de otra raza y no se habían suicidado. Pues creían que era mejor la muerte que una vida de cautiverio.

Yholet se fijó en Kounia y se percató que el tono de piel de esta era realmente diferente al de los otros dos, que eran mucho más oscuros. Supuso que hasta los grakan podían presentar diferentes coloraciones de piel, como les pasaba a ellos.

-   El blanco debe morir, Kounia -dijo uno de los grakan y para sorpresa de Yholet le había entendido-. La ley de Gharakan es clara, si le dejamos marchar tras invadir su tierra sagrada, nos castigará. Si las hienas iban a por él, debías haberle dejado morir. Nunca nos metemos con las bestias de nuestro señor. Tenlo presente.
-   Pero padre…
-   Padre te diría exactamente lo mismo -indicó el grakan-. No hay más que hablar, Kounia, ese hombre debe recibir su castigo.
-   Asdhare, por favor -rogó Kounia, tocando los pies del grakan con sus dedos, pero este solo puso peor cara.
-   Me gustaría exponer mi vida al juicio de Gharakan -intervino Yholet, ante el asombro de los tres grakan.
-   ¡Tú no puedes pedir eso! -espetó el segundo grakan, pero Asdhare levantó la mano para que se callase.
-   Sabes nuestro idioma, ¿cómo? -preguntó Asdhare, que le interesaba más ese punto que el juicio de Gharakan, pues sabía que ese blanco no podría hacer frente a su campeón.
-   Unos caídos me lo enseñaron -respondió Yholet, usando el término que daban los grakan a los esclavos de su raza-. Me gusta aprender idiomas de otros pueblos, siempre sirven para comunicarse y ampliar el conocimiento. En ocasiones se puede comerciar y en…
-   Nosotros no comerciamos con los tuyos -cortó el segundo grakan.
-   …ocasiones puede hacer que salves el gaznate -prosiguió Yholet sin hacer caso al grakan, mirando solo a Asdhare, que parecía ser quien mandaba ahí. Al segundo grakan no le hizo mucha gracia que le hiciera de menos.
-   ¿Vienes de la ciudad al otro lado de las llanuras? -quiso saber Asdhare, que tampoco hizo caso de los refunfuños de su compañero.
-   He pasado por ahí, pero vengo de mucho más allá -contestó Yholet. Iba a ir contando su historia gota a gota, lo que haría que su vida durara un poco más.
-   ¿Más allá? -intervino el segundo grakan.

Yholet ni le respondió, ni le miró, lo que provocó otro de sus accesos de ira contra él. Desenvainó un cuchillo, tosco pero afilado y se acercó a Yholet, con intención de darle un castigo ejemplar, pero Asdhare le agarró del brazo, impidiéndole moverse. Le hizo un gesto para que guardara el puñal y para que saliera de la habitación. El grakan se quejó, pero Asdhare no le dio opción. Se marchó gruñendo. Kounia seguía de rodillas, pero miraba la escena atónita. Asdhare le pidió que se pusiera de pie y se quedara allí.

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