Los oídos
de Yholet captaron un ruido, muy tenue y ligero, pero abrió mecánicamente los
ojos. Se volvió hacia el techo de la caverna. Sus ojos se empezaron a aclimatar
a la luz, cuando le pareció ver la cara de un leopardo, con la boca abierta,
mirándole fijamente a los ojos. Intentó moverse para buscar su espada, cuando
sintió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento.
Yholet no
despertó hasta que sintió como el agua le mojaba la cabeza y parte del cuerpo.
Ya no estaba en la caverna, ni tenía a la bella Kounia a su lado. Estaba de
pie, con los brazos en cruz. Atado a una estructura de madera. Las cuerdas
mantenían todo su cuerpo unido a la estructura. Frente a él había dos grakan y
arrodillada en el suelo estaba Kounia. Podía escuchar el murmullo de más
personas al otro lado del arco que había tras los dos grakan. Yholet solo era
capaz de entender algunas de las palabras que decía Kounia, ya que esta hablaba
muy rápido y en un dialecto más cerrado que el que habían utilizado.
- … por favor… hermano… no ha pasado -conseguía comprender Yholet de
todo lo que decía Kounia-... las hienas… no… por favor.
Uno de
los grakan levantó las manos y Kounia dejó de hablar. Yholet estaba seguro que
había intercedido por él. Ya sabía por lo que le habían contado sus profesoras,
que a los grakan no les gustaban los forasteros. Normalmente pocos de su raza
habían sobrevivido a un contacto con ellos. Incluso los mestizos de Hussear y
los esclavos grakan temían el encontronazo con ellos, pues su sino sería la
muerte. A los grakan no les gustaban ni los que habían caído en las manos de
otra raza y no se habían suicidado. Pues creían que era mejor la muerte que una
vida de cautiverio.
Yholet se
fijó en Kounia y se percató que el tono de piel de esta era realmente diferente
al de los otros dos, que eran mucho más oscuros. Supuso que hasta los grakan
podían presentar diferentes coloraciones de piel, como les pasaba a ellos.
- El blanco debe morir, Kounia -dijo uno de los grakan y para
sorpresa de Yholet le había entendido-. La ley de Gharakan es clara, si le
dejamos marchar tras invadir su tierra sagrada, nos castigará. Si las hienas
iban a por él, debías haberle dejado morir. Nunca nos metemos con las bestias
de nuestro señor. Tenlo presente.
- Pero padre…
- Padre te diría exactamente lo mismo -indicó el grakan-. No hay más
que hablar, Kounia, ese hombre debe recibir su castigo.
- Asdhare, por favor -rogó Kounia, tocando los pies del grakan con
sus dedos, pero este solo puso peor cara.
- Me gustaría exponer mi vida al juicio de Gharakan -intervino
Yholet, ante el asombro de los tres grakan.
- ¡Tú no puedes pedir eso! -espetó el segundo grakan, pero Asdhare
levantó la mano para que se callase.
- Sabes nuestro idioma, ¿cómo? -preguntó Asdhare, que le interesaba
más ese punto que el juicio de Gharakan, pues sabía que ese blanco no podría
hacer frente a su campeón.
- Unos caídos me lo enseñaron -respondió Yholet, usando el término
que daban los grakan a los esclavos de su raza-. Me gusta aprender idiomas de
otros pueblos, siempre sirven para comunicarse y ampliar el conocimiento. En
ocasiones se puede comerciar y en…
- Nosotros no comerciamos con los tuyos -cortó el segundo grakan.
- …ocasiones puede hacer que salves el gaznate -prosiguió Yholet sin
hacer caso al grakan, mirando solo a Asdhare, que parecía ser quien mandaba
ahí. Al segundo grakan no le hizo mucha gracia que le hiciera de menos.
- ¿Vienes de la ciudad al otro lado de las llanuras? -quiso saber
Asdhare, que tampoco hizo caso de los refunfuños de su compañero.
- He pasado por ahí, pero vengo de mucho más allá -contestó Yholet.
Iba a ir contando su historia gota a gota, lo que haría que su vida durara un
poco más.
- ¿Más allá? -intervino el segundo grakan.
Yholet ni
le respondió, ni le miró, lo que provocó otro de sus accesos de ira contra él.
Desenvainó un cuchillo, tosco pero afilado y se acercó a Yholet, con intención
de darle un castigo ejemplar, pero Asdhare le agarró del brazo, impidiéndole
moverse. Le hizo un gesto para que guardara el puñal y para que saliera de la
habitación. El grakan se quejó, pero Asdhare no le dio opción. Se marchó
gruñendo. Kounia seguía de rodillas, pero miraba la escena atónita. Asdhare le
pidió que se pusiera de pie y se quedara allí.
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