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miércoles, 4 de julio de 2018

Unión (27)


Albhak recuperó su espada, tirando de la empuñadura, destrozando el hueso en el que se había clavado. La sangre del esclavo había manchado el acero hasta la empuñadura. Ya no podía pensar, solo observó como el cadáver se precipitó al otro lado del parapeto y él se preparó para recibir al siguiente rival, al que ya le veía los dedos sobre la madera.

Él, un pobre guardia, nunca había llegado a ver ni desear una guerra. Su misión era simple, proteger a la dama, había sido entrenado para ello, desde que su padre le consiguiera un puesto en la guardia. Se había entrenado, con dedicación y esfuerzo. Todas las mañanas, realizando ataques, fintas, defensas y todo lo que los instructores le enseñaron. Ahora en sus veintisiete años, era todo un guerrero y como tal, junto con su capitán y sus diez compañeros, defendían todo el muro bajo y la puerta del cuartel, los lugares más débiles de toda la defensa interior. En la entrada habían cruzado un carro, que hacía de defensa, al carecer de puertas.

Este era el tercer ataque tras la caída de la ciudad en el levantamiento de los esclavos de las minas. Nadie se había esperado tal cosa y la evacuación fue difícil. Habían perdido tantos guardias y ciudadanos a manos de los insurrectos que ahora, diez días después de ello, todo parecía perdido. Aun así, la dama les había pedido que aguantasen, que llegarían los refuerzos del señor Naynho. La voz de la muchacha les llenó de esperanza y allí seguían, con el cansancio del esfuerzo, con la debilidad de no estar comiendo en condiciones, pues las provisiones que tenían habían sido racionadas.

Y de esa forma aguantaba en ese nuevo ataque y estaba en su puesto junto a la madera del carromato cuando escuchó la conmoción al otro lado. Los gritos de temor, los aullidos de dolor. Pero los enemigos seguían apareciendo, pero ahora en sus caras a parte de la desesperación o los deseos de venganza, se había unido el terror, por algo que había al otro lado.

-   ¡Capitán! ¡Algo pasa al otro lado! -gritó desde su puesto, cuando recibió con un espadazo al siguiente esclavo, cuyo brazo izquierdo cercenó.
-   ¡Olvídalo! ¡Sigue en tu puesto, Albhak! -ordenó el capitán, que en ese momento se defendía de un ataque más o menos elaborado de un esclavo, algo mejor vestido.

Albhak se centró en despachar al manco, cortando el cuello con la punta de su espada. Al gastar tiempo en rematar al esclavo, que aullaba como un cerdo, dejó libre un hueco en su defensa, que aprovechó un oficial enemigo, que se encaramó como un gato al parapeto del carro y golpeó con la bota en la cabeza de Albhak, que cayó de espaldas, con un pitido ensordecedor machacándole la cabeza. Al mirar hacia arriba vio al oficial prepararse para lanzarse sobre él, desde la parte alta del parapeto, con su espada lista para acabar con él. Pero todo se detuvo, pues la punta de una espada apareció por el cuello. El oficial enemigo abrió los ojos como platos y escupió sangre. Las manos perdieron su agarre y el arma se cayó con un golpeteo metálico. La punta de acero desapareció y el cuerpo del oficial se cayó hacia delante. Un guerrero joven, perfectamente vestido para la batalla, le miraba.

-   ¡Levántate, cagarruta! -le gritó Mhista, mientras saltaba hacia el interior-. Mis compañeros tienen que entrar, ayúdame a hacer un hueco, leches.

Albhak, sin salir de su asombro, pero apremiado por las órdenes de Mhista se levantó y empezó a empujar el carromato, hacia un lado, para abrir un hueco, estrecho pero suficiente para que entraran los compañeros de Mhista. El capitán que había estado ocupado acabando con dos enemigos, al ver lo que hacía Albhak con el recién llegado se acercó a la carrera, tras poner a otro hombre en su sitio.

-  ¡Albhak! ¿Qué haces, maldito imbécil? -bramaba el capitán-. ¡Vas a hacer que esos cabrones entren en tropel! ¡Nos vas a matar a todos!

Pero las advertencias del capitán llegaron tarde, pues el hueco ya estaba abierto y Ofthar entró por él a la carrera. Mhista sabiendo lo que iba ocurrir se retiró, pero Albhak fue arrollado por Ofthar y rodó por el suelo. Uno a uno, los hombres de Ofthar entraron por el hueco, excepto Ubbal y Rhime que se encaramaron en el carromato, lanzando alguna flecha esporádica, contra algún oficial, ya que los esclavos habían roto la formación, debido a la entrada de Ofthar y se dispersaban por las callejas de la población, alejándose del cuartel, seguidos de los oficiales, desesperados por reconstruir sus filas y con un clamor de victoria proveniente de los muros y defensas.

-   Mhista, bloquead el paso, colocad bien el carromato -ordenó Ofthar, al tiempo que le tendía la mano a un sorprendido Albhak-. Muchas gracias por tu ayuda, sin ella no podría haber metido a mis hombres.

Albhak tomó la mano y Ofthar tiró de él para que se pusiera de pie. El capitán, junto con otros guerreros, se acercó armas en mano.

-   ¡Tirad las armas, en nombre del señor Naynho! -gritó el capitán, apuntando con su espada-. ¡Tú también, Albhak!
-   Vamos, vamos, amigo, me gustaría hablar con quien está al mando de todo este lío -intentó apaciguar Ofthar-. Para que veas que vamos en son de paz, vamos a guardar nuestras armas, ¿te parece bien?
-   No te voy a llevar hasta la dama armado -negó el capitán.
-   Vale, vale, amigo, mis hombres se quedan aquí, pero yo, él -señaló a Mhista- y este guerrero -Albhak se sorprendió- seremos llevados ante la señora, sin armas de ningún tipo -dijo Ofthar-. Nuestras armas se las dejaremos a mis compañeros y tu hombre a ti. ¿Te parece mejor esta propuesta?

El capitán se quedó un rato pensativo y al final asintió con la cabeza. Mhista a regañadientes y Ofthar entregaron sus armas a Rhime y Ubbal que se habían bajado del carromato, donde eran blancos fáciles. Ofthar les indicó que guardaran sus armas y esperasen sin montar un escándalo. El capitán le ordenó a Albhak que le entregase la espada y tras observar que solo había esclavos muertos al otro lado del parapeto, sobretodo un buen número en el camino hacia el carromato, se dispuso a ir hacia la plaza de armas del complejo.

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