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domingo, 22 de julio de 2018

La leona (9)


Ihmahl había regresado a su palacio de Hussear a última hora de la tarde del tercer día. Habían estado cabalgando sin cesar durante los dos últimos días por la maldita llanura. Habían dado muchos rodeos para evitar los peligros que iba viendo el guía. Lo único bueno es que el enviado del emperador había muerto, lo que le volvía a dejar las manos libres a hacer las cosas a su antojo. Lo primero que había hecho fue tomar un baño, con todas las hierbas y sales aromáticas que los criados pudieron encontrar.

Se dirigió al salón de audiencias, con ganas de sentarse en su sillón y poder descansar, en la soledad que tenía la gran estancia, vacía, ya que no era hora de consejo o de peticiones de las clases altas, los militares o los mercaderes de Hussear. El gran salón era una estancia cuadrada, pero llena de columnas y un techo formado por cientos de arcos que se cortaban entre sí. Había celosías que separaban algunos almacenes y la zona donde tenían que situarse las mujeres. Ihmahl había pedido a sus guardias que le dejaran solo y la mayoría se había marchado a regañadientes, pero los había convencido indicando que dejaría las puertas abiertas y desde allí ellos podrían proteger su persona. El celo de sus guardias era digno de elogio, aunque no era porque le quisiesen, sino por el oro que les pagaba al mes. Eran la mayoría mercenarios traídos de lejos. Pocos quedaban de la primera milicia de Hussear en su escolta.

Se sentó, poniéndose lo más cómodo que permitía al sillón acolchado y cerró los ojos, para poder pensar con claridad.

-   Vaya, ya has regresado, Ihmahl, nadie me ha avisado de ello -dijo una voz algo chillona, por lo que Ihmahl abrió los ojos de golpe.

Ante él había un hombre, joven, de unos treinta años o tal vez alguno menos. Alcanzaba el metro setenta y ocho de altura, estaba fibroso, pero sabía que era fuerte y muy ducho con la espada. Unos ojos negruzcos con destellos castaños se mantenían fijos en Ihmahl. Eran dos ojos que no presagiaban nada bueno, o por lo menos eso es lo que pensaba Ihmahl cada vez que el joven iba a visitarlo. Aunque Ihmahl detestaba esas ocasiones. El joven no era feo, pero había algo en su rostro que tendía a imponer, incluso a provocar algo de miedo. Ihmahl ya había aprendido a controlar esos temores. Vestía de militar y llevaba la condecoración que le otorgaba el título de general, así como un pequeño broche que indicaba que pertenecía a la casa imperial.

-   Príncipe Osbhahl siempre es un placer poder recibiros en el palacio -saludó Ihmahl con un poco de disgusto mal disimulado.
-   Ihmahl me he pasado por tus cocinas, pero nadie ha sido capaz de darme algo de picar -se quejó Osbhahl, como si no le importaran las palabras de Ihmahl o su sola presencia-. Deberías poner más orden en tus dominios, no crees. No dar órdenes para agasajar al príncipe heredero aunque no estés en persona para recibirme, Ihmahl, podría considerarse un caso claro de falta de criterio por tu parte.
-   Excelencia, por favor, estarían demasiado ocupados preparando el festín de esta noche -intentó terciar Ihmahl-. Como gobernador de la provincia, quería hacer una fiesta digna de su persona. Pero quería hacerlo en secreto, para que su excelencia se pusiera más feliz.

Osbhahl se quedó mirando a Ihmahl, pues no sabía si el hombre se estaba burlando de él o por el contrario sí que hablaba en serio.

-   Un festín nocturno, ¿eh? -dijo al poco Osbhahl-. Me encanta la idea, traeré a unos cuantos amigos. Espero que las cosas que has preparado sean de mi agrado, Ihmahl.

Ihmahl empezó a cabecear en signo afirmativo. Osbhahl se limitó a sonreír y se marchó con un trotecito feliz. Maldito príncipe idiota. Pero no se esperaba de él mucho más. Si hubiera sido más listo, no podrían usarle como hacían. Pero no había sido cosa de Ihmahl meterle en el asunto. En parte había sido por el propio Osbhahl y sus deseos de heredar el imperio, pero Ihmahl suponía que el duque de Yhetu, el principal asesor de Osbhahl, era quien le había llenado de ideas descabelladas al joven. Eso de hacerse llamar príncipe imperial ya era una cosa, pero lo de autoproclamarse príncipe heredero era otra. Por ahora solo se hacía llamar así delante de los correligionarios pero dado la vida disoluta y su placer por el sexo y el alcohol podrían provocar que hiciera una indiscreción. En parte su viaje a la planicie se debía a ello. El joven que había muerto, el espía imperial se había acercado demasiado a Osbhahl. No sabían cuánto había podido revelar Osbhahl antes de que el duque de Yhetu viera el problema.

Se removió en el sillón, pues había perdido su comodidad, además debía hablar con su chambelán, para que empezase a preparar un festín y no la cena habitual. Además debería vaciar de nuevo sus bodegas y los principales burdeles de la ciudad, el apetito de Osbhahl era insaciable.

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