En
la morgue que servía de lugar de estudio del maestro Hervolk, estaba
el cuerpo del conde Yhurino, desnudo y boca arriba. Se podían ver
las costuras, recientes que cruzaban el pecho y abdomen del difunto,
formando una hache distorsionada. Beldek y Ahlssei llevaban ya un
rato esperando al anciano estudioso, que seguía en su celda, una de
las habitaciones que había allí abajo, que servía también de
despacho. Uno de los estudiosos, que trabajaba de ayudante, había
ido a buscarle, pero no había regresado y tampoco el maestro.
Fhahl
les había recibido al llegar a la ciudadela, donde la milicia se
encontraba en alarma desde que habían llegado las órdenes del
general de la movilización total de todos los hombres. Se había
encargado de que la escuadra que había escoltado a Beldek se fueran
a descansar y que se preparase una segunda, o más bien un grupo de
detección, para cuando llegase el mensajero de Shiahl.
- ¿Está
seguro que Shiahl va a encontrar algo? -le preguntó Ahlssei cuando
el estudioso se había marchado a buscar a Hervolk, aunque por la
expresión que el capitán había tenido en su cara, Beldek ya sabía
que esa pregunta se había formado en la mente del capitán hacía
ya tiempo.
- Yo
creo que la información del padre Ghahl es muy buena -indicó
Beldek-. Y no porque sepa más del asunto que nosotros. Yo no
desconfió de todo el mundo como los lobos del emperador. Pero es
posible que el padre Ghahl ha confesado a alguien. Su fe le prohíbe
hablar directamente de quien se ha confesado con él. Cuando hablaba
del padre Bhlisso había un deje imperceptible en su tono de voz. Me
parece que antes de que el joven sacerdote desapareciera se llegó a
confesar con el padre Ghahl. Y este quiere ayudarnos pero no puede
incumplir sus mandatos.
- ¡En
ese caso puede saber la identidad de nuestro asesino! -exclamó
sorprendido Ahlssei.
- Puede
que sí y puede que no -negó Beldek-. La cuestión es que nunca nos
lo dirá, capitán.
- No
esté tan seguro de ello -aseguró Ahlssei, con una sonrisa
maléfica.
- No
puede hacerle nada, es un sacerdote inocente, aunque pueda saber más
de lo debido -advirtió Beldek-. Y no pienso que tengamos problemas
con el sumo sacerdote por ello.
- Además
la tortura puede no ser tan eficiente en un sacerdote, capitán
-dijo el maestro Hervolk que acaba de llegar a donde estaban-.
Coronel, disculpe la tardanza, pero me he quedado dormido.
- Supongo
que ya sabe la causa de la muerte -indicó Beldek.
- La
misma que el maestro Farhyen, le rompieron el cuello con la misma
herramienta -informó Hervolk, volviendo el cuerpo con la ayuda de
su ayudante y mostrando el punto tumefacto de la parte trasera del
cuello-. La pérdida de los ojos y la lengua fue una vez muerto.
- Al
contrario que el maestro Farhyen, el conde parecía un hombre aún
fuerte -señaló Ahlssei-. Me parece raro que se dejase matar y
encima por la espalda. ¿No le parece un poco raro, coronel?
- En
su estómago había buena cantidad de alcohol sin digerir y poca
comida -contestó Hervolk por el coronel, colocando el cuerpo como
antes y apuntando con su dedo índice algún punto del abdomen del
fallecido.
- Estaba
borracho y posiblemente con los sentidos embotados, por lo que al
asesino le fue más fácil actuar contra él -concluyó Beldek-.
Durante la fiesta le vi beber más de la cuenta, pero claro eso no
era inusual en el conde. Puede ser que el asesino supiera que el
conde se dejaba llevar por sus vicios y por eso apareció cuando la
fiesta estaba ya avanzada. Sabía que lo encontraría perjudicado
por la ingesta de alcohol. Sin duda este asesino no deja nada al
azar.
En
ese momento se escucharon los pasos de unas botas bajando a la
carrera por las escaleras de la morgue. Solo podía ser el sargento
Fhahl o el mensajero enviado por Shiahl. El sargento Shiahl podría
ser rápido ya que todos los mataderos de la ciudad estaban en el
mismo barrio. Entre La Sobhora y los muelles se encontraban los
corrales de las reses a sacrificar. Y allí estaban los grandes y
olorosos edificios donde se mataban a los animales cuya carne luego
se vendería por la ciudad o se salaría para conservarla por tiempo.
Los
pasos resultaron ser los del sargento Fhahl que anunciaba lo que
Beldek ya parecía saber. Shiahl había dado con la identidad, aunque
podría ser otra tapadera, pero lo más esencial, donde residía el
dueño de la cara del dibujo que Shiahl fue enseñando a los
capataces de todos los mataderos. Requería al coronel y a más
hombres para proceder a la detención. Shiahl les había enviado las
señas del sujeto y donde les esperaba, un punto algo alejado, pero
con buenas vistas para evitar que lo asustaran o se escapase. Beldek
sabía que Shiahl era concienzudo en su forma de trabajar y que no
dejaría que ese hombre se escapase de sus manos. No esta vez.
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