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sábado, 11 de julio de 2020

El conde de Lhimoner (58)

En la morgue que servía de lugar de estudio del maestro Hervolk, estaba el cuerpo del conde Yhurino, desnudo y boca arriba. Se podían ver las costuras, recientes que cruzaban el pecho y abdomen del difunto, formando una hache distorsionada. Beldek y Ahlssei llevaban ya un rato esperando al anciano estudioso, que seguía en su celda, una de las habitaciones que había allí abajo, que servía también de despacho. Uno de los estudiosos, que trabajaba de ayudante, había ido a buscarle, pero no había regresado y tampoco el maestro.

Fhahl les había recibido al llegar a la ciudadela, donde la milicia se encontraba en alarma desde que habían llegado las órdenes del general de la movilización total de todos los hombres. Se había encargado de que la escuadra que había escoltado a Beldek se fueran a descansar y que se preparase una segunda, o más bien un grupo de detección, para cuando llegase el mensajero de Shiahl.

-   ¿Está seguro que Shiahl va a encontrar algo? -le preguntó Ahlssei cuando el estudioso se había marchado a buscar a Hervolk, aunque por la expresión que el capitán había tenido en su cara, Beldek ya sabía que esa pregunta se había formado en la mente del capitán hacía ya tiempo.
-   Yo creo que la información del padre Ghahl es muy buena -indicó Beldek-. Y no porque sepa más del asunto que nosotros. Yo no desconfió de todo el mundo como los lobos del emperador. Pero es posible que el padre Ghahl ha confesado a alguien. Su fe le prohíbe hablar directamente de quien se ha confesado con él. Cuando hablaba del padre Bhlisso había un deje imperceptible en su tono de voz. Me parece que antes de que el joven sacerdote desapareciera se llegó a confesar con el padre Ghahl. Y este quiere ayudarnos pero no puede incumplir sus mandatos.
-   ¡En ese caso puede saber la identidad de nuestro asesino! -exclamó sorprendido Ahlssei.
-   Puede que sí y puede que no -negó Beldek-. La cuestión es que nunca nos lo dirá, capitán.
-   No esté tan seguro de ello -aseguró Ahlssei, con una sonrisa maléfica.
-   No puede hacerle nada, es un sacerdote inocente, aunque pueda saber más de lo debido -advirtió Beldek-. Y no pienso que tengamos problemas con el sumo sacerdote por ello.
-   Además la tortura puede no ser tan eficiente en un sacerdote, capitán -dijo el maestro Hervolk que acaba de llegar a donde estaban-. Coronel, disculpe la tardanza, pero me he quedado dormido.
-   Supongo que ya sabe la causa de la muerte -indicó Beldek.
-   La misma que el maestro Farhyen, le rompieron el cuello con la misma herramienta -informó Hervolk, volviendo el cuerpo con la ayuda de su ayudante y mostrando el punto tumefacto de la parte trasera del cuello-. La pérdida de los ojos y la lengua fue una vez muerto.
-   Al contrario que el maestro Farhyen, el conde parecía un hombre aún fuerte -señaló Ahlssei-. Me parece raro que se dejase matar y encima por la espalda. ¿No le parece un poco raro, coronel?
-   En su estómago había buena cantidad de alcohol sin digerir y poca comida -contestó Hervolk por el coronel, colocando el cuerpo como antes y apuntando con su dedo índice algún punto del abdomen del fallecido.
-   Estaba borracho y posiblemente con los sentidos embotados, por lo que al asesino le fue más fácil actuar contra él -concluyó Beldek-. Durante la fiesta le vi beber más de la cuenta, pero claro eso no era inusual en el conde. Puede ser que el asesino supiera que el conde se dejaba llevar por sus vicios y por eso apareció cuando la fiesta estaba ya avanzada. Sabía que lo encontraría perjudicado por la ingesta de alcohol. Sin duda este asesino no deja nada al azar.

En ese momento se escucharon los pasos de unas botas bajando a la carrera por las escaleras de la morgue. Solo podía ser el sargento Fhahl o el mensajero enviado por Shiahl. El sargento Shiahl podría ser rápido ya que todos los mataderos de la ciudad estaban en el mismo barrio. Entre La Sobhora y los muelles se encontraban los corrales de las reses a sacrificar. Y allí estaban los grandes y olorosos edificios donde se mataban a los animales cuya carne luego se vendería por la ciudad o se salaría para conservarla por tiempo.

Los pasos resultaron ser los del sargento Fhahl que anunciaba lo que Beldek ya parecía saber. Shiahl había dado con la identidad, aunque podría ser otra tapadera, pero lo más esencial, donde residía el dueño de la cara del dibujo que Shiahl fue enseñando a los capataces de todos los mataderos. Requería al coronel y a más hombres para proceder a la detención. Shiahl les había enviado las señas del sujeto y donde les esperaba, un punto algo alejado, pero con buenas vistas para evitar que lo asustaran o se escapase. Beldek sabía que Shiahl era concienzudo en su forma de trabajar y que no dejaría que ese hombre se escapase de sus manos. No esta vez.

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