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martes, 28 de julio de 2020

El mercenario (36)

Un zumbido, una alerta que había puesto a su ojo, despertó a Jörhk. Sobre él dormía Diane con una paz que era completamente distinta a lo que había pasado durante la noche. Con cuidado, zarandeó un poco su cuerpo.

-   Diane, cariño, despierta -se escuchó Jörhk a si mismo decir y se sobresaltó de que pudiera ser tan amable con ella-. Hay que moverse, Diane.
-   Un minuto más, por favor -dijo Diane con una voz adormilada.
-   No hay tiempo, Diane -Jörhk volvió a zarandear a Diane ahora con más éxito.
-   Ya voy, ya voy -indicó Diane, despierta.

Diane se levantó y al darse cuenta que tenía la bata abierta se la cerró como si no quisiera que se viera nada. Se marchó correteando. A Jörhk le costó menos ponerse de pie. Durante un rato fue recuperando sus armas, la munición y todo sus juguetes. Cuando ya tenía todo lo suyo, esperó un poco observando la vista exterior por la ventana. Como ya había previsto, volvía a hacer niebla, aunque algunos residentes de Marte aseguraban que era la polución del planeta. Pronto escuchó los pasos a su espalda. Allí estaban Ulvinnar, Diana, y el profesor Trebellor llevando de la mano a la hermana de Ulvinnar.

-   ¿Ya estáis listas? -preguntó Jörhk como si se estuviese quejando de que había tenido que esperar mucho para ello-. Pues tenemos que ponernos en marcha.
-   No hemos tardado tanto -murmuró Diane.
-   Vamos, no tenemos tiempo -indicó Jörhk al tiempo que le daba una mochila a Diane. La había cogido a uno de los miembros del LSH muertos y le había metido parte de su equipo y gran parte de las ganancias extras que había recogido de los muertos-. Lleva esta mochila, Diane. Ulvinnar si tienes o quieres llevarte algo, ahora es el momento. No creo que vuelvas por aquí.

La shirat negó con la cabeza y Jörhk asintió. Se dirigió a la consola de la puerta, quitando el bloqueo y abriendo la puerta. Jörhk sacó con cuidado la cabeza para comprobar que no había nadie. Entonces se pudieron poner en marcha. Jörhk guió todos hasta el hall y con la tarjeta maestra hizo llegar a un ascensor. Les hizo entrar y pulsó el botón del piso más alto de la torre.

-   ¿Por qué vamos a la azotea? -quiso saber Ulvinnar.
-   Ya te he dicho que yo tengo mi propia forma de salir -espetó Jörhk-. Tú has pensado en las formas de escapar más simples. Pero yo tengo la mia propia.
-   No lo entiendo, que puedes tener en la azotea… -empezó a decir Ulvinnar pero de pronto se calló.
-   Veo que empiezas a comprender -se burló Jörhk.
-   Tienes una nave -afirmó Diane, sonriente.
-   Muy bien, tengo un pequeño vehículo que nos va a llevar por el cielo -asintió Jörhk, poniendo su mano derecha sobre la cabeza de Diane y movió los dedos despeinándole-. Aunque vamos a tener que volar bajos, ya que este barrio está bajo cierre militar. No podré tomar altura hasta que nos alejemos del barrio. No me gustaría aparecer en los radares de la milicia y que nos manden naves a interceptarnos. Si mi información es buena, la milicia y el LSH están compinchados.
-   No dejaré que nos capturen vivas -aseguró Ulvinnar, mirando a su hermana.
-   Ten confianza en mí, nunca me han cazado estos idiotas de la milicia -quitó hierro Jörhk-. Yo soy un profesional. Pero no nos encontraremos con ellos a menos que tardemos mucho en ponernos en marcha. Si el LSH les avisa la hemos jodido.
-   Bien, pues habrá que darse prisa -espetó Ulvinnar, tan arisca como siempre.

El ascensor llegó hasta la última planta y Jörhk lo mandó vacío hasta la planta cuarenta. Desde una consola en ese piso bloqueó todos los ascensores. Tanto los de servicio como los públicos. Además, se encargó de que la mayoría de los accesos a las escaleras de servicio, que eran las únicas que llegaban hasta ahí arriba quedasen bloqueadas. Desde la consola, observó las cámaras de seguridad del edificio y sobre todo las que había hacia el exterior del edificio. Pudo ver cómo se reunían los miembros del LSH y una brigada de la milicia. Así que hasta ese punto llegaban las conexiones entre unos y otros. Malos tiempos se acercaban, se temió Jörhk. Para fastidiarles un poco más bloqueó las puertas y activó el cierre de seguridad. Pudo ver la cara de estupefacción de los que se reunían en la plaza, que debían estar observando como las medidas de seguridad cerraban el acceso al edificio. Necesitarían armas pesadas o explosivos para abrirlas. También les vendría bien un especialista informático, pues con ayuda de sus conocimientos y la tarjeta de seguridad estaba cambiando las claves y poniendo nuevos cortafuegos.

Cuando terminó con ello, se dirigió a sus compañeros de huida que se habían alejado de él y les llevó a la azotea donde había aterrizado. Cuando abrió la compuerta y salió, al darse la vuelta vio la cara de sorpresa de Ulvinnar y Diane.

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