Cuando
Alvho regresaba a la taberna se encontró de lleno con Selvho que
tenía la cara preocupada.
- ¿Qué
tal has visto a Lhianne? ¿Su enfermedad no parecía natural? -le
avasalló el viejo guerrero, algo vehemente-. Yo creo que había
algo oscuro tras esa inexplicable enfermedad. Por la mañana había
estado lozana como siempre.
- Me
parece que ha sido únicamente cansancio acumulado y alguna de esos
males que solo tienen las mujeres -mintió Alvho.
- ¿Los
males de las mujeres? ¿Tú crees? -inquirió sorprendido Selvho,
que no parecía haber pensado en esa posibilidad. Entonces puso cara
de recordar algo y sacó un trozo de papel doblado de uno de los
bolsillos de su mandil-. Ha llegado esta misiva para ti.
- Gracias
-dijo Alvho tomando el trozo de papel de la mano de Selvho-. ¿Como
va el asunto de mi ventana?
- ¿Tú
ventana? -repitió Selvho, molesto y olvidándose de la misiva que
acababa de entregar-. Querrás decir mi ventana. Estará cuando
tenga que estar. Porque pases unas noches más frescas no te va a
pasar nada.
- Podrías
dejarme otra habitación -indicó Alvho.
Selvho
lanzó un gruñido de insatisfacción y negó con la cabeza. Alvho ya
sabía que esa iba a ser su única respuesta. No iba a poner otra
habitación en buen estado en las manos de Alvho, que podría
provocar otro desperfecto. El tabernero se marchó lanzando
improperios. Cuando Selvho hubo desaparecido, Alvho buscó un lugar
tranquilo y revisó la misiva. Estaba lacrada por un sello, con el
símbolo de los arghayns. Rompió el lacre y leyó su contenido. Era
un párrafo corto, de tres líneas en el que le indicaban que uno de
sus hermanos quería reunirse con él en el establo de la posada. Si
la nota estaba en lo cierto, ya debía estar esperando allí desde
hacía rato. Era la primera vez que veía que sus patronos se ponían
en contacto con él durante el propio trabajo. Debían estar
totalmente desesperados para dejarse ver así.
Alvho
se dirigió al establo, teniendo mucho cuidado. En el interior, había
un hombre, joven, de unos veinte años, sacudiendo el pelo de un
caballo. Alvho sólo entró en el establo cuando no percibió a nadie
más que el falso mozo de cuadras, ya que Selvho no tenía a ninguno
contratado. Tenía los dedos de la mano derecha rozando la empuñadura
de una de sus dagas.
- No
he venido con ganas de pelea, hermano -dijo el falso mozo de
cuadras, sin dejar de cepillar al animal-. Attay no estaba a favor
de esta reunión, pero las cosas se están poniendo complicadas con
el objetivo. Hace nada un noble perdió a cuatro asesinos
extranjeros que había contratado en una arboleda cercana.
- Attay
sigue el código, como yo -afirmó Alvho, haciéndose el ofendido.
- Attay
es un viejo idiota que no ve la realidad -espetó el joven-. Pero yo
sí. Las viejas formas y las tradiciones solo llevan a nuestra noble
hermandad a la muerte. Una curiosa coincidencia, ¿verdad? -el joven
esperó un poco pensando que Alvho iba a añadir algo, pero al no
hacerlo prosiguió su parlamento-. Nuestros clientes quieren
eficiencia y no podemos estar viendo pasar el tiempo. U otro se nos
adelantará.
- Pero
tú tienes un plan infalible -intervino Alvho.
- Solo
quiero una alianza -afirmó el joven-. Ya he llegado a un acuerdo
con otro de nuestros hermanos. Contigo podríamos cazar a nuestro
objetivo y repartirnos la recompensa. Da perfectamente para tres.
- Nuestro
código nos obliga a actuar solos, ya deberías saberlo, muchacho
-le recordó Alvho-. Y por ello, si te pillo intentando levantarme
la pieza no seré muy paciente.
- Eso
quiere decir que somos enemigos -dijo el joven.
- Eso
dice que te aviso de lo que podría pasar si te pillo cruzándote en
mi camino -repitió Alvho-. Seguir el código nos hace ser hombres
honorables. El código nos hace ser lo que somos y…
- ¡Por
Ordhin! -le cortó el joven-. Hablas igual que Attay y los viejos.
¡Por Ordhin, somos asesinos! ¡No somos gente honorable! Matamos
para vivir.
- Te
equivocas, los asesinos matan en cualquier momento -explicó Alvho,
dolido por la forma de hablar del muchacho-. A nosotros nos
contratan por hacer una labor, quitar a alguien de circulación. No
siempre hay que matarlo.
- ¡Ja!
Da lo mismo como lo quieras llamar, hermano -negó el joven-. Estoy
harto de nuestra falsa honra y de las palabras del anciano. Ya me
has dado tu respuesta. No te unes a nosotros y por ello eres un
enemigo. Y si eres mi enemigo, lo mejor es que no seas nada…
El
joven se volvió con una ballesta corta en el regazo, apuntando al
espacio donde había estado Alvho, pero este se había marchado.
Desde fuera, tras unos baúles, Alvho pudo escuchar el grito de rabia
del joven, que salió a la calle, pero no pudo encontrar a su presa.
Alvho se quedó con los rasgos físicos del joven pues sabía que
antes o después debería tratar con él, de una forma sangrienta, se
temía.
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