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martes, 21 de julio de 2020

El dilema (34)

Cuando Alvho regresaba a la taberna se encontró de lleno con Selvho que tenía la cara preocupada.

-   ¿Qué tal has visto a Lhianne? ¿Su enfermedad no parecía natural? -le avasalló el viejo guerrero, algo vehemente-. Yo creo que había algo oscuro tras esa inexplicable enfermedad. Por la mañana había estado lozana como siempre.
-   Me parece que ha sido únicamente cansancio acumulado y alguna de esos males que solo tienen las mujeres -mintió Alvho.
-   ¿Los males de las mujeres? ¿Tú crees? -inquirió sorprendido Selvho, que no parecía haber pensado en esa posibilidad. Entonces puso cara de recordar algo y sacó un trozo de papel doblado de uno de los bolsillos de su mandil-. Ha llegado esta misiva para ti.
-   Gracias -dijo Alvho tomando el trozo de papel de la mano de Selvho-. ¿Como va el asunto de mi ventana?
-   ¿Tú ventana? -repitió Selvho, molesto y olvidándose de la misiva que acababa de entregar-. Querrás decir mi ventana. Estará cuando tenga que estar. Porque pases unas noches más frescas no te va a pasar nada.
-   Podrías dejarme otra habitación -indicó Alvho.

Selvho lanzó un gruñido de insatisfacción y negó con la cabeza. Alvho ya sabía que esa iba a ser su única respuesta. No iba a poner otra habitación en buen estado en las manos de Alvho, que podría provocar otro desperfecto. El tabernero se marchó lanzando improperios. Cuando Selvho hubo desaparecido, Alvho buscó un lugar tranquilo y revisó la misiva. Estaba lacrada por un sello, con el símbolo de los arghayns. Rompió el lacre y leyó su contenido. Era un párrafo corto, de tres líneas en el que le indicaban que uno de sus hermanos quería reunirse con él en el establo de la posada. Si la nota estaba en lo cierto, ya debía estar esperando allí desde hacía rato. Era la primera vez que veía que sus patronos se ponían en contacto con él durante el propio trabajo. Debían estar totalmente desesperados para dejarse ver así.

Alvho se dirigió al establo, teniendo mucho cuidado. En el interior, había un hombre, joven, de unos veinte años, sacudiendo el pelo de un caballo. Alvho sólo entró en el establo cuando no percibió a nadie más que el falso mozo de cuadras, ya que Selvho no tenía a ninguno contratado. Tenía los dedos de la mano derecha rozando la empuñadura de una de sus dagas.

-   No he venido con ganas de pelea, hermano -dijo el falso mozo de cuadras, sin dejar de cepillar al animal-. Attay no estaba a favor de esta reunión, pero las cosas se están poniendo complicadas con el objetivo. Hace nada un noble perdió a cuatro asesinos extranjeros que había contratado en una arboleda cercana.
-   Attay sigue el código, como yo -afirmó Alvho, haciéndose el ofendido.
-   Attay es un viejo idiota que no ve la realidad -espetó el joven-. Pero yo sí. Las viejas formas y las tradiciones solo llevan a nuestra noble hermandad a la muerte. Una curiosa coincidencia, ¿verdad? -el joven esperó un poco pensando que Alvho iba a añadir algo, pero al no hacerlo prosiguió su parlamento-. Nuestros clientes quieren eficiencia y no podemos estar viendo pasar el tiempo. U otro se nos adelantará.
-   Pero tú tienes un plan infalible -intervino Alvho.
-   Solo quiero una alianza -afirmó el joven-. Ya he llegado a un acuerdo con otro de nuestros hermanos. Contigo podríamos cazar a nuestro objetivo y repartirnos la recompensa. Da perfectamente para tres.
-   Nuestro código nos obliga a actuar solos, ya deberías saberlo, muchacho -le recordó Alvho-. Y por ello, si te pillo intentando levantarme la pieza no seré muy paciente.
-   Eso quiere decir que somos enemigos -dijo el joven.
-   Eso dice que te aviso de lo que podría pasar si te pillo cruzándote en mi camino -repitió Alvho-. Seguir el código nos hace ser hombres honorables. El código nos hace ser lo que somos y…
-   ¡Por Ordhin! -le cortó el joven-. Hablas igual que Attay y los viejos. ¡Por Ordhin, somos asesinos! ¡No somos gente honorable! Matamos para vivir.
-   Te equivocas, los asesinos matan en cualquier momento -explicó Alvho, dolido por la forma de hablar del muchacho-. A nosotros nos contratan por hacer una labor, quitar a alguien de circulación. No siempre hay que matarlo.
-   ¡Ja! Da lo mismo como lo quieras llamar, hermano -negó el joven-. Estoy harto de nuestra falsa honra y de las palabras del anciano. Ya me has dado tu respuesta. No te unes a nosotros y por ello eres un enemigo. Y si eres mi enemigo, lo mejor es que no seas nada…

El joven se volvió con una ballesta corta en el regazo, apuntando al espacio donde había estado Alvho, pero este se había marchado. Desde fuera, tras unos baúles, Alvho pudo escuchar el grito de rabia del joven, que salió a la calle, pero no pudo encontrar a su presa. Alvho se quedó con los rasgos físicos del joven pues sabía que antes o después debería tratar con él, de una forma sangrienta, se temía.

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