Los guerreros de los Mares tardaron un poco más de lo que Ofthar había calculado en cruzar la aldea. Esto fue porque las mujeres que había ordenado soltar estuvieron molestando a los recién llegados por sus halagos. Los guerreros con caras de asombro y asco se las tenían que quitárselas de encima con empujones y hasta golpes. Desde su posición, Ofthar, pudo ver como un guerrero enorme mandó a una de ellas al suelo de un golpe preciso en la cabeza con una de sus manazas. La mujer no pareció moverse. Por un lado Ofthar estaba indignado, pero por el otro pensó que tal vez ese era un mejor tratamiento a su locura.
El grupo de guerreros cruzó la puerta de la aldea y se dirigió a toda prisa hacia la de la fortaleza, temerosos de que les siguieran las mujeres, pero estas fueron regresando a sus chozas. La que había caído al suelo, allí seguía, sin moverse. Ninguna de las otras hizo nada por ella. En la arco de entrada de la puerta había colocados dos guerreros, que se hicieron a un lado cuando pasaban los de los Mares. Maynn, también se quedó a un lado de la puerta, indicando que cruzasen.
Fueron entrando y llegando al patio de armas. Mientras entraban, cansados de llevar su equipo en la espalda, con su escudo y sus armas, lo iban dejando caer sobre el adoquinado de tierra apelmazada. Su líder se fijó en la figura que les miraba sobre la puerta interior.
Ofthar respondió algo, pero el chirrido y el golpe de las puertas al cerrarse lo silenciaron. Mhista había hecho su parte. Antes habían clavado unos ganchos por la cara exterior de las puertas de madera y habían atado unas cadenas. Cuando el último enemigo había entrado, Mhista y los suyos habían tirado de las cadenas y habían cerrado las puertas desde fuera. Ahora estarían tirando de ellas para mantenerlas cerradas. La trampa se había finalizado y los enemigos estaban dentro.
Los arqueros rodeaban a los guerreros de los Mares, se pusieron de pie, con los arcos listos y las flechas en las cuerdas. Las dispararon según tuvieron dianas, aunque eso era fácil pues todos los enemigos estaban paralizados de miedo y juntos. Fue todo muy rápido. Las flechas surcaron el aire y se clavaron con facilidad en los cuerpos sin defensas. Los guerreros enemigos caían al suelo con varios dardos en sus cuerpos. Hacían diana en cualquier parte, torso, cabeza, brazos, piernas.
Cuando se abrieron las puertas interiores y salieron Orot y sus hombres, los arqueros ya habían eliminado a todos. Algunos aún se movían por el suelo, moribundos, llorando o blasfemando. Los hombres de Orot se encargaron de rematarlos, cortando sus cabezas. Orot iba pasando de cuerpo en cuerpo cercenando los cuellos, pues tenía orden de Ofthar de hacerlo, quería las cabezas de esos hombres. Tenía una idea de qué hacer con ellas. Cuando Orot se aproximó al cuerpo del líder, este se movió y miró con una sonrisa ensangrentada a su verdugo. Le escupió cuando Orot levantó su hacha.
Los hombres parecían temer a ese hombre, o eso pensó el líder de los guerreros de los Mares. Incluso él tenía cierto temor a ese hombretón. Unos cuantos hombres le ataron las manos y las piernas, al tiempo que observaban sus heridas. Lo alzaron y se lo llevaron al interior de la fortaleza. También vio cómo tomaban su estandarte del suelo.
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