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martes, 14 de julio de 2020

El mercenario (34)

Aunque los miembros del LSH se habían marchado, los habitantes del edificio prefirieron seguir en sus apartamentos, pues seguro que creían que allí estarían más seguros que deambulando por los pasillos. Realmente el no encontrarse con nadie, le era más fácil a Jörhk, pues si alguno de los residentes aparecía por ahí y le veía no sabría que hacer. Lo más seguro para su empresa y para su grupo era matarlo.

Regresó al ascensor de servicio y ascendió hasta el piso cincuenta. Sus pasos le llevaron hasta el apartamento del que se había marchado hacía unas horas. Había caminado por el camino hasta allí con cuidado y con sus sentidos atentos a todo. Pero nada le había alertado de una trampa, ni por parte del LSH ni por nadie. Llamó al timbre, como le había dicho a Ulvinnar que iba a hacer. Estaba seguro que le observaban con detenimiento desde el interior de la vivienda, y por ello tardaron un rato en abrir.

-   Pensaba que no volverías hasta la próxima madrugada -dijo como saludo Ulvinnar. Jörhk vio que Diane estaba colocada en una esquina, medio oculta con el fusil apuntándole.
-   Déjame entrar y tú, dejame de apuntar con el fusil. Como se te dispare voy a tener serios problemas -ordenó Jörhk como si hubiese perdido la paciencia-. Dentro os explico lo que ha pasado.

Ulvinnar se apartó, dejando el paso libre a Jörhk. El hombre se encargó de cerrar la compuerta y bloquearla. Los tres se dirigieron al salón y Jörhk empezó a dejar todas las armas y munición que tenía sobre una mesa. Después se sentó en el sofá. Ulvinnar y Diane estaban de pie, observándole en silencio. Habían decidido esperar a que terminase de librarse de sus armas.

-   Los muchachos del LSH han perdido a demasiados compañeros y han decidido esperar fuera del edificio -informó Jörhk-. No harán nada hasta la mañana siguiente.
-   Entonces es nuestro momento para escapar de aquí -espetó Ulvinnar, poniéndose nerviosa.
-   No -negó Jörhk-. Tienen la entrada principal tomada. Cualquier persona que intente escapar será tiroteada. No es una opción salir por ahí.
-   Pero vosotros pudisteis entrar por otro lado -se quejó Ulvinnar-. Podemos huir por ahí.
-   Tengo otra forma de marcharnos -indicó Jörhk-. Además si son lo bastante inteligentes y sé que hay uno con algo de cerebro entre ellos, ya estarán pensando cómo accedía al edificio. En poco tiempo se dará cuenta de que no era un residente molesto. Sobre todo cuando se enteren de cómo escapamos del tugurio. Pondrán hombres en los túneles y pasará lo mismo que en la entrada principal.
-   ¿Y entonces pretendes que nos quedemos aquí sin hacer nada durante las horas que quedan hasta la madrugada? -inquirió Ulvinnar.
-   Exactamente eso -asintió Jörhk-. Lo mejor que puedes hacer es irte a dormir, pues me serás más útil mañana despierta que dormida. Además el profesor estará a estas horas dormido como un tronco. ¿Por qué Diane, le has dado la medicina que te pase, verdad?
-   Sí -intervino Diane, que estaba muy callada, seria, pero con un toque de aliviada. Jörhk pensó que tal vez la muchacha se había preocupado por su seguridad, pero desechó esa idea. No se conocían desde mucho tiempo y se necesitaba tiempo para ese grado de amistad.
-   En ese caso el profesor no se despertará hasta algo antes de la madrugada -señaló Jörhk-. No podemos llevarle a rastras. Necesitamos que vaya por su propio pie. No lo mejor es que todos descansemos aquí. Iros a descansar, todos lo necesitamos. Yo me quedaré aquí. Este sofá parece cómodo.
-   No creo que… -empezó a decir Ulvinnar, pero Diane le golpeó en el hombro-. Esta bien, lo haremos como tú dices. Pero si la cosa falla te juro que me las pagaras.
-   No te preocupes, que si mis planes se van a la mierda estaremos todos muertos -aseguró Jörhk, recolocándose en el sofá.

Ulvinnar lanzó un gruñido y se marchó hacia los cuartos. Diane hizo un gesto con la cabeza y se marchó tras la shirat. Jörhk pensó que esa shirat iba a ser de armas tomar. Esperaba que pudiera hacer algo por ella, pero su planeta estaba muy lejos de su zona de acción. Tal vez sus patrones podrían hacer lo que el no podía, al fin y al cabo la armada tenía recursos para ello.

De sus provisiones personales, sacó un sobre de color metálico, una ración de comida de campaña. Eran una serie de pastillas cuadradas con los nutrientes necesarios y suficientes como una comida real, aunque carecía de sabor o olor. Se pasaban bien con un poco de agua. Tras cenar de esa forma, tomó de la mesa uno de sus cuchillos y se echó su abrigo por encima como si de una manta se tratase. Al poco consiguió cerrar los ojos y las tinieblas de su propio espíritu se liberaron. No había bebido nada de alcohol y por ello los ecos de su pasado decidieron regresar a amargarle su sueño.

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