Aunque
los miembros del LSH se habían marchado, los habitantes del edificio
prefirieron seguir en sus apartamentos, pues seguro que creían que
allí estarían más seguros que deambulando por los pasillos.
Realmente el no encontrarse con nadie, le era más fácil a Jörhk,
pues si alguno de los residentes aparecía por ahí y le veía no
sabría que hacer. Lo más seguro para su empresa y para su grupo era
matarlo.
Regresó
al ascensor de servicio y ascendió hasta el piso cincuenta. Sus
pasos le llevaron hasta el apartamento del que se había marchado
hacía unas horas. Había caminado por el camino hasta allí con
cuidado y con sus sentidos atentos a todo. Pero nada le había
alertado de una trampa, ni por parte del LSH ni por nadie. Llamó al
timbre, como le había dicho a Ulvinnar que iba a hacer. Estaba
seguro que le observaban con detenimiento desde el interior de la
vivienda, y por ello tardaron un rato en abrir.
- Pensaba
que no volverías hasta la próxima madrugada -dijo como saludo
Ulvinnar. Jörhk vio que Diane estaba colocada en una esquina, medio
oculta con el fusil apuntándole.
- Déjame
entrar y tú, dejame de apuntar con el fusil. Como se te dispare voy
a tener serios problemas -ordenó Jörhk como si hubiese perdido la
paciencia-. Dentro os explico lo que ha pasado.
Ulvinnar
se apartó, dejando el paso libre a Jörhk. El hombre se encargó de
cerrar la compuerta y bloquearla. Los tres se dirigieron al salón y
Jörhk empezó a dejar todas las armas y munición que tenía sobre
una mesa. Después se sentó en el sofá. Ulvinnar y Diane estaban de
pie, observándole en silencio. Habían decidido esperar a que
terminase de librarse de sus armas.
- Los
muchachos del LSH han perdido a demasiados compañeros y han
decidido esperar fuera del edificio -informó Jörhk-. No harán
nada hasta la mañana siguiente.
- Entonces
es nuestro momento para escapar de aquí -espetó Ulvinnar,
poniéndose nerviosa.
- No
-negó Jörhk-. Tienen la entrada principal tomada. Cualquier
persona que intente escapar será tiroteada. No es una opción salir
por ahí.
- Pero
vosotros pudisteis entrar por otro lado -se quejó Ulvinnar-.
Podemos huir por ahí.
- Tengo
otra forma de marcharnos -indicó Jörhk-. Además si son lo
bastante inteligentes y sé que hay uno con algo de cerebro entre
ellos, ya estarán pensando cómo accedía al edificio. En poco
tiempo se dará cuenta de que no era un residente molesto. Sobre
todo cuando se enteren de cómo escapamos del tugurio. Pondrán
hombres en los túneles y pasará lo mismo que en la entrada
principal.
- ¿Y
entonces pretendes que nos quedemos aquí sin hacer nada durante las
horas que quedan hasta la madrugada? -inquirió Ulvinnar.
- Exactamente
eso -asintió Jörhk-. Lo mejor que puedes hacer es irte a dormir,
pues me serás más útil mañana despierta que dormida. Además el
profesor estará a estas horas dormido como un tronco. ¿Por qué
Diane, le has dado la medicina que te pase, verdad?
- Sí
-intervino Diane, que estaba muy callada, seria, pero con un toque
de aliviada. Jörhk pensó que tal vez la muchacha se había
preocupado por su seguridad, pero desechó esa idea. No se conocían
desde mucho tiempo y se necesitaba tiempo para ese grado de amistad.
- En
ese caso el profesor no se despertará hasta algo antes de la
madrugada -señaló Jörhk-. No podemos llevarle a rastras.
Necesitamos que vaya por su propio pie. No lo mejor es que todos
descansemos aquí. Iros a descansar, todos lo necesitamos. Yo me
quedaré aquí. Este sofá parece cómodo.
- No
creo que… -empezó a decir Ulvinnar, pero Diane le golpeó en el
hombro-. Esta bien, lo haremos como tú dices. Pero si la cosa falla
te juro que me las pagaras.
- No
te preocupes, que si mis planes se van a la mierda estaremos todos
muertos -aseguró Jörhk, recolocándose en el sofá.
Ulvinnar
lanzó un gruñido y se marchó hacia los cuartos. Diane hizo un
gesto con la cabeza y se marchó tras la shirat. Jörhk pensó que
esa shirat iba a ser de armas tomar. Esperaba que pudiera hacer algo
por ella, pero su planeta estaba muy lejos de su zona de acción. Tal
vez sus patrones podrían hacer lo que el no podía, al fin y al cabo
la armada tenía recursos para ello.
De
sus provisiones personales, sacó un sobre de color metálico, una
ración de comida de campaña. Eran una serie de pastillas cuadradas
con los nutrientes necesarios y suficientes como una comida real,
aunque carecía de sabor o olor. Se pasaban bien con un poco de agua.
Tras cenar de esa forma, tomó de la mesa uno de sus cuchillos y se
echó su abrigo por encima como si de una manta se tratase. Al poco
consiguió cerrar los ojos y las tinieblas de su propio espíritu se
liberaron. No había bebido nada de alcohol y por ello los ecos de su
pasado decidieron regresar a amargarle su sueño.
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