Cuando consiguieron llegar hasta una de las barriadas cercanas a La Sobhora, pero no en ese barrio, donde esperaban Shiahl y su escuadra, este informó que tenía el lugar vigilado y no le había parecido que el sujeto hubiera entrado en la casa de pisos, ni que hubiera salido.
Shiahl se alejó llevándose a la mayoría de los soldados con él. La gente del barrio observaba cómo los soldados se iban desperdigado por la zona, sabían que algo se traían entre manos y que iba a haber un poco de espectáculo. Era una barriada de clase pobre, pero por lo menos no era La Sobhora, ya que allí no se habían acercado aún los representantes de la población como se hacían llamar los miembros de las bandas criminales que dirigían el barrio. Aquí, las madres se llevaban a sus hijos de las calles y poco a poco los comercios y talleres se empezaron a detener su actividad.
Cuando el cerco al edificio de piedra rojiza se cerró, un mensajero le avisó a Beldek que el sargento Shiahl le esperaba ante el portal de este. Fhahl, junto a Beldek, Ahlssei y dos soldados se encaminaron a encontrarse con Shiahl y otros cuatro hombres. Beldek le hizo una seña a Shiahl que dio un gruñido y entró a la carrera con sus cuatro acompañantes. Desde abajo Beldek pudo escuchar los pisotones de las botas de los soldados, al subir los escalones con prisa. Al poco se oyeron los golpes de Shiahl y sus gritos en la puerta de la habitación de este. Como parecía que no respondían a las llamadas del sargento se procedió a tirar abajo la puerta, así que los estruendos de los golpes de los de arriba se notaban claramente abajo, hasta que esta cedió.
No pasó mucho hasta que Shiahl bajo de nuevo hasta el portal, su cara era seria y Beldek ya supuso lo que iba a pasar.
Pero Beldek no respondió porque estaban ante la puerta que sus hombres habían reventado. Los cuatro soldados que habían acompañado a Shiahl le esperaban en el rellano. Beldek entró el primero y fue observando la vivienda. Era un lugar sencillo y pobre. Solo tenía dos habitaciones, ninguna demasiado grande. Había visto habitaciones en burdeles más grandes que ese lugar. Aún por la sencillez, el lugar estaba limpio y ordenado, con el escaso mobiliario bien cuidado. Tenía una cama hecha, un armario vacío, una cómoda igual que el armario, lo que indicaba que ya no vivía nadie ahí, aunque Beldek suponía que su enemigo no había tenido nunca demasiada ropa. Dio orden de rebuscar por toda la vivienda, pero a cada momento que pasaba quedaba claro que allí no había absolutamente nada.
Al mover el armario, apareció una hoja detrás del mueble. Ahlssei la tomó y se la llevó a Beldek. Este la cogió y la leyó. Eran frases escritas por alguien con buena letra, pero que denotaban que la persona estaba loca o algo parecido. En la hoja había deseos de muerte y venganza contra el sumo sacerdote Oljhal y dejaban claro que el asesino no vería consumado su trabajo hasta que el sumo sacerdote estuviese muerto. No le iba a servir solo la destitución de Oljhal al frente de la Iglesia.
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