Alvho se despertó en su lecho y se dio cuenta que
Lhianne estaba abrazada a él. Dormía plácidamente. Poco a poco, fue recordando
la noche anterior, donde había tenido que amenizar a un concurrido público que
sobrepasaba a la habitual parroquia de amantes de la cerveza de Selvho. El
posadero le reconoció que se había extendido por los barrios exteriores que
tenía un buen bardo, alguien que conocía bien el oficio y muchos trabajadores
se estaban dejando caer por la posada para ver si era verdad lo que decían del
bardo o era una estratagema de Selvho para sacarse unos cobres de más.
Más tarde, cuando ya su espectáculo se terminaba, se
le había unido Lhianne, que estaba ligeramente disgustada. Alvho había tenido
que insistir mucho para que la mujer le reconociese que estaba así porque
Selvho le había indicado que se había reunido con Ireanna y luego se había
marchado tras ella. El tabernero había indicado que había tardado mucho en
regresar, por lo que a Lhianne, aunque no quería reconocerlo, le habían
asaltado los celos. Alvho se había tenido que emplear duro para convencer que
en verdad había estado en otra taberna ganándose unas monedas. Hasta que no le
enseñó algunas de las monedas que le había robado al inconsciente Ijhar, no se
empezó a relajar. De todas formas le pidió a Lhianne que guardase el secreto,
pues Alvho la hizo creer que pensaba que Selvho no se lo tomaría muy bien.
Seguro que el viejo posadero creía tener la exclusiva del trabajo de bardo de
Alvho. Lhianne aseguró que le guardaría el secreto, tras unas risotadas.
Alvho entonces se pasó al ataque y le preguntó a
Lhianne si conocía a la mujer que le había visitado. Las palabras de su amiga
primero fueron neutras, indicando que solo se había cruzado con ella por la
calle, pero al ser una de las discípulas de Ulmay no tenía mucho de lo que
hablar con ella. Pero Alvho sabía cuándo Lhianne mentía o lo intentaba. Jugando
al gato y al ratón, pronto le sonsacó que la mujer se movía por el barrio de
forma altiva, como si no fuese de la misma condición que el resto de las
habitantes del área. Solo porque Tharka la mantenía y la protegía, parecía
hacerla creer que no era una de ellas. En los callejones y en los puestos,
corrían todo tipo de rumores sobre ella, desde que era una bruja de las de la
antigüedad, hasta que era la concubina de Tharka, Ulmay y varios lugartenientes
del jefe del barrio. Las mujeres siempre eran las mejores para crear mentiras
sobre otra de ellas, aunque no hubiera nada de ello.
Cuando Alvho lo estimó oportuno, invitó a Lhianne a
acompañarle a su habitación, algo que la mujer aceptó y lo que allí ocurrió era
algo que era mejor que quedase entre las sábanas y la manta de su lecho.
Con cuidado retiró el brazo de Lhianne, intentando que
esta no se despertase y cuando lo consiguió, reptó por el lecho y se levantó.
Tapó mejor a Lhianne con la manta y se vistió. Dejó la habitación con mucho
cuidado, cerrando la puerta con especial lentitud. El pasillo estaba silencioso
y supuso que los otros clientes preferían seguir durmiendo o ya se habían
marchado. Bajó al comedor, donde ya estaba Selvho, con una cara de pocos
amigos, que era la suya habitual. Le dedicó un gesto abrupto, falto de toda
cordialidad, al tiempo que metía un cucharón en una marmita que mantenía al
fuego. Alvho se sentó en una de las muchas mesas libres y esperó a que Selvho
le trajera el desayuno.
Esta vez era otro estofado, hecho con pescado o eso
parecía, ya que los trozos no tenían mucha forma y a Alvho no le apetecía
preguntar. Pero no trajo un plato, sino dos de esa bazofia recalentada. También
colocó dos copas y una jarra grande de cerveza. Parecía que alguien iba a
desayunar con él esa mañana. No fue una sorpresa para Alvho cuando Tharka se
volvió a sentar ante él. Claramente no había venido solo, pues Alvho ya había
distinguido a los cuatro matones cuando había entrado al comedor.
-
¿Segundo combate? -murmuró Alvho, mientras hundía su cuchara en el
estofado viscoso.
-
Solo he venido a desayunar -dijo Tharka ufano-. Siempre uso esta
mesa cuando vengo a comer los estofados de Selvho.
-
Entiendo que vienes de cuando en cuando -afirmó Alvho sin mirar al
rostro de Tharka, como si su estofado fuese más importante-. Necesitas unos
cuantos días de reposo en cama para recuperarte de estos platos castrenses.
-
¡Ja ja ja! -se rio de forma estrepitosa Tharka, que añadió cuando
las carcajadas desaparecieron-. Seguro que no tienes huevos para decirselo a la
cara al viejo Selvho.
-
Aun soy joven para morir -negó Alvho, que le estaba empezando a
gustar la conversación con el matón. Tal vez se había equivocado al
catalogarlo, parecía tener una cabeza bien amueblada-. Además el pobre viejo te
prepara estos platos con tanta ilusión que no soy capaz de hacerle ver la
realidad. No gusto de molestar a un anciano alegre. Solo ver su rostro amigable
cada mañana me impide comentárselo.
- Parece
que a los dos nos puede la acción piadosa al prójimo -indicó Tharka, tras lo
que se metió una cuchara llena del estofado en la boca.
El rostro de Tharka parecía imperturbable, pero en sus
ojos se hizo patente el disgusto por lo malo que estaba el estofado. Alvho
sirvió cerveza en las dos copas y Tharka rápidamente se metió un buen trago en
el gaznate para que le pasase el estofado maldito.
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