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miércoles, 8 de abril de 2020

El dilema (19)

Cuando ya iban por la tercera jarra de cerveza, Ijhar ya no ponía reparos a responderle todo lo que Alvho le preguntaba. Al principio, la conversación había sido de temas mundanos o de los días veraniegos que habían sido predominantes hasta muy entrada la época de la cosecha. Pero según el joven bebía más y más cerveza, lo que le decía a Alvho era más jugoso.

Ijhar, pues así se llamaba en realidad, era un druida al servicio de Valmmer para seguir los pasos de la mujer que estaba en el círculo de los discípulos de Ulmay. El gran druida le llenaba la bolsa, siempre que este le indicase que hacía la mujer y de paso el druida herético.

-       ¿Por qué ese interés de Valmmer por la mujer? -inquirió Alvho, muy interesado en saber más de ella-. ¿Qué es lo que le hace tan digna de que un druida menor deba esconder su apariencia y andar por las sombras detrás de una mujerzuela de una de las barriadas exteriores? No creo que el gran druida quiera pillar alguna enfermedad negra por hacer cosas con una mujer sucia.
-       No… no es eso, hip -contestó Ijhar, afectado por la ingesta de alcohol-. La mujer… ella… era una saacerdotiisa. Una de las siervas de Friiighaa.
-       ¡Una sacerdotisa de Frigha! -se hizo el sorprendido Alvho, lo que provocó que Ijhar hinchase el pecho-. ¿Pero qué hace una sacerdotisa de Frigha en las barriadas, tan lejos de su santuario? Pensaba que no podían dejar su santuario.
-       No… no pueden… pero en este caso, hip, el sumo sacerdote la… la… la expulsó, creo.
-       ¿La expulsó? -repitió Alvho.
-       Esa mujer… iba… iba a ser la sustituta de la anterior sacerdotisa -prosiguió Ijhar a duras penas, ya que le costaba mantenerse despierto-. Pero el gran druida… el gran druida quería otra cosa… A ella no le pareció bien… Tampoco estaba de acuerdo con… con… con su prerrogativa sobre las sacerdotisas de Frigha. Ella le acusó… y él la expulsó.
-       Y ahora se ha unido al enemigo principal del gran druida -indicó Alvho.
-       Sí… y el gran druida… el gran druida está enfadado -añadió Ijhar-. Quiere saber todo lo que hace… todo lo que toca…
-       ¿Cómo se llama ella? -inquirió Alvho, que estaba seguro que ya no podría sacar mucho más de Ijhar, pues era un bueno para nada. 
-    Ireanna -respondió Ijhar antes de desplomarse sobre la mesa, tirando el contenido de la copa que aún tenía en la mano.

Ijhar se puso a roncar de forma despreocupada. Alvho le aligeró el contenido de la bolsa, pues sacarle la información le había salido algo caro. Ijhar se había bebido bastante cerveza. La bolsa estaba bien surtida, por lo que se llevó las monedas de plata y oro, dejándole los cobres. De esta forma aprendería una nueva lección.

Se marchó de la taberna y se dirigió de vuelta a la suya. En un par de cruces pudo distinguir a ciertos hombres que le seguían, pero al poco volvían a desaparecer en las sombras. Sin duda las barriadas exteriores siempre habían sido peligrosas, pero ahora eran un hervidero de espías y asesinos. Y como ya había visto Alvho en otras ocasiones, los asesinos no tenían más código que el de llevar su contrato a buen puerto y que hubiese otros rivales no era bueno. Pronto empezarían a aparecer más muertos, aunque estos sin que las manos de Tharka y sus hombres hubiesen participado en la defunción.

Pero lo bueno es que ahora sabía quién y qué le movía a la mujer que dirigía la vida de Ulmay. Sin duda una sacerdotisa de Frigha que no quiso seguir el juego del gran druida Valmmer y que por ello perdió su estatus era alguien que quería llevar su venganza a buen puerto y que mejor que unirse con un druida que auguraba males por culpa de la falta de fe del gran druida. Pero había algo que hacía que toda la historia que le había revelado Ijhar careciese de validez. Era que todo encajaba demasiado bien. En la vida normal no todo era un puzle en el que se tenían todas las piezas y siempre lo terminabas sin problemas. Era algo que le provocaba a Alvho ser cauto con esa tal Ireanna. No podía creerse a pies juntillas lo que Ijhar le había comunicado. 

Cuando regresó a su posada, se encontró con Selvho que se le acercó nervioso. Le comunicó que esperaba que cantase algo en la taberna, pero al poco se había dado cuenta de que no estaba en el comedor. Algunos clientes habían venido solo por escuchar al bardo que cantaba en su posada. Alvho se sonrió y le dijo que subía a su habitación para tomar el laúd y entonces tocaría algo. Le pareció que Selvho respiraba más calmado. 

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