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miércoles, 1 de abril de 2020

El mercenario (19)

Di iba delante, pero Jörhk la seguía a pocos pasos. Estuvieron yendo de un callejón a otro, cruzando galerías y calles desiertas. De vez en cuando se escondieron de las patrullas del LSH. Por fin, y tras casi dos horas caminando, Di entró por un callejón, y se paró en una esquina.

-       Esa compuerta -señaló Di, a una puerta en el edificio contrario a la galería bajo la que se escondía Di.

Jörhk la observó y vio que era la de un local oculto. Ya había estado antes en otros sitios como esos. En todos los barrios había lugares clandestinos. Siempre había individuos, por muy desarrollada que fuera la sociedad, que buscaba lo prohibido. Jörhk observó que había una consola escondida, lo que indicaba que solo los socios o los que supieran una clave podrían entrar. Suspiró y se volvió hacia Di.

-       No tengo explosivos para abrir la compuerta, niña -murmuró Jörhk-. A menos que…
-       Sé lo que hay que decir -le cortó Di-. Y tengo una invitación. 
-    En ese caso, tú llamas y yo me encargo de lo demás -dijo Jörhk, mirando a Di-. Supongo que al cruzar la compuerta habrá un detector de armas y un cuarto de guardia -Di asintió con la cabeza-. Habrá que hacer que los guardias nos dejen pasar a su refugio. Sabrías hacerme un croquis de la disposición del garito -Jörhk le pasó una tablet pequeña, en la que hacía anotaciones cortas, ya que la pantalla era minúscula, pero la podía llevar consigo.

Di le arrebató la tablet y se puso a hacer trazos. Una vez terminado, le mostró el resultado a Jörhk. Los trazos eran simples, pero el boceto muy concreto. Di comenzó a explicarlo. Para llegar al salón principal, había que recorrer un pasillo, desde la compuerta de entrada. A mitad había una segunda compuerta, que solo se abría gracias a que los guardias te dieran su permiso desde su cuarto de seguridad. Por lo que indicó Di, el cuarto era más como un pequeño bunker. Solo había una pequeña compuerta para acceder a él, una vez cruzada el sensor de las armas. Las cámaras lo cubrían todo, así que sería imposible llegar allí sin que les vieran a los dos. Di se quedó un poco contrariada con la media sonrisa que se dibujó en la cara de Jörhk, al tiempo que dejaba caer que no iba a ver problema con ello. Di prosiguió la explicación, tal como le pidió Jörhk. Una vez llegados al salón, debían cruzarlo y pasar a la zona de las habitaciones. El amigo que venía a buscar estaría allí, pero no sabía en cuál de ellas. Jörhk se quejó porque no tenían tiempo para revisar todas las habitaciones, pero no parecía demasiado enfadado por ello. 

Con todo el plan listo, se pusieron en marcha. Di se acercó a la compuerta y a la consola. Apretó los botones en la secuencia que sabía y dijo la clave. Por un momento, Jörhk pensó lo peor, que la supuesta invitación de la chica fuera una mentira, pero la compuerta se abrió. Jörhk le hizo una seña para que entrara y él la siguió, antes de que se cerrará la compuerta de nuevo. Di iba unos pasos por delante y Jörhk avanzaba pegado a la pared de la compuerta del cuarto de seguridad. Cuando cruzaron el sensor, empezó a sonar la alarma y Jörhk le hizo una seña a Di para que se detuviera delante de la compuerta del cuarto de seguridad. De improviso se abrió la compuerta y apareció un hombre en el hueco.

Era un hombre bajo y gordo. Con una cara redonda y bastante fea, llena de verrugas oscuras y granos purulentos. Solo unos ojos verdes le daban un toque humano. El hombre llevaba una pistola en la mano derecha y miró a Di. Primero parecía sorprendido, pero después apareció una sonrisa amarillenta en su lugar.

-       ¿Qué coño le han pasado a las cámaras? ¿Qué diablos está ocurriendo esta… ¡Pero qué tenemos aquí! -dijo el hombre de la compuerta-. Pero si la pequeña Diane ha venido de visita. Ven, ven, Horace, es la pequeña Diane.

Cuando el hombre pronunció el nombre de Horace, Jörhk no pudo evitar ver un espasmo de terror en la cara de Diane, que dio unos pasos hacia atrás. El hombre salió por el hueco, mirando fijamente a Diane, hasta el punto que no se fijó en Jörhk que estaba pegado a la pared, con su pistola apuntando a la cabeza del hombre. Jörhk dio un paso hacia delante y pegó el cañón de su pistola a la sien del hombre, que se quedó quieto, mientras sus ojos intentaban ver a Jörhk.

-       No te muevas ni un pelo, amigo -susurró Jörhk, al oído del hombre-. Dale el juguete a la niña y no intentes nada. Me vas a dejar entrar a tu nidito de amor, el que compartes con el tal Horace. Vamos, vamos.

El hombre asintió con la cabeza. Entregó su arma, colocándola sobre las manos de Di, que las tenía con las palmas hacia arriba y rápidamente le apuntó con ella, lista para atacar al matón. El hombre se giró con cuidado y regresó por dónde había venido, con Jörhk tras él, apuntando a su cabeza. Le advirtió que era de gatillo fácil y que si no quería que su cabeza saltase por los aires, era mejor que fuese lo más tranquilo que pudiese. El matón asintió con la cabeza, mientras gotas de sudor le corrían por la frente.

Di les seguía, en silencio, con cuidado de no tropezar o hacer algún tipo de ruido, mientras intentaba mantener la calma, pues sabía que pronto volvería a ver el rostro de Horace, algo que no le apetecía nada.  

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