La mayoría de los presentes en la fiesta parecieron
poco interesados en los recién llegados, aunque algunas caras sí que se
volvieron hacia ellos. Algunos rostros eran de mujeres, tanto jóvenes como
viejas que les interesaba todo tipo de cotilleo social. Beldek también
distinguió un par de rostros conocidos que se volvieron hacia él, por su mutua
relación. Le pareció ver al cadí Verek de Ahltumal, un cadí mayor de gran
cuerpo y una personalidad meliflua. Era un hombre de moral cambiante, que no
dudaba en enviar al cadalso a los criminales pobres, pero casi dejar a los
nobles libres. Se encargaba de juzgar según lo llena que estuviera la bolsa del
criminal. En más de una ocasión Beldek y el cadí habían tenido diferentes
formas de ver la justicia. En el caso de Beldek, en más de una ocasión había
criticado en público la forma de actuar del cadí, pero aún seguía en su puesto
en el palacio de los cadíes, por lo que alguien le tenía en estima y le
protegía.
Otra de las caras que le resultó conocida fue la de
Livellyn de Rhatahl, una mujer de unos cuarenta años, aún muy guapa que dirigía
el mayor complejo de acompañantes para los nobles y aquellos que podían
pagárselo. Beldek estaba seguro que sus acompañantes sufrían malos tratos por
parte de ella y sus subordinados, pero las clases nobles y altas la protegían
con denuedo, lo que quería decir que tenía que saber secretos de ellos que la
mantenían en su casa, con su negocio y apareciendo en fiestas de postín, como
si fuera un noble más.
Pero a parte de ellos, había alguien que se había
vuelto hacia la puerta, mostrando una sonrisa parecida a las fauces de una
bestia. No era otro que el anfitrión, Yhurino de Zornahl. Estaba claro que
dentro de poco el conde se acercaría a hablar con Beldek, pero por ahora
prefirió que sus pasos le llevasen hacia la zona donde había mesas con delicias
tanto secas como dulces. Estaba seguro que el conde habría hecho que de sus
cocinas salieran los mejores productos que pudiesen. Y al probar un par, no se
había equivocado con su deducción. Tanto Beldek como Ahlssei fueron probando de
las bandejas de plata que había depositadas sobre las mesas.
Hablaron con algunos nobles y comerciantes que se les
habían acercado, pero no fue hasta muy avanzada la velada cuando Yhurino se
apareció frente a ellos.
-
El gran prefecto de Lhimoner ha venido a mi fiesta -dijo como
saludo Yhurino-. Si os podéis relajar aquí es que ya habéis detenido al
terrible asesino que está bañando en sangre la ciudad.
-
Conde de Zornahl, creo que como siempre exageráis con respecto a
la situación que tenemos en la ciudad -contestó Beldek con voz calmada-. Solo
han muerto un par de personas, que dudo que fueran amigos tuyos, más aún no
creo que fueran de tu círculo social.
-
Podría ser, pero eran personas y como tal deberían ser tratadas
como nosotros ante la ley -aseguró Yhurino, con una sonrisa malévola.
-
En ese caso, pídele a Verek que presione a la milicia por esas
pobres personas a las que hay que obtener justicia -indicó Beldek, sabiendo que
el cadí, no movería ni un dedo.
-
He hablado con él, pero tiene mucho que hacer -murmuró Yhurino,
que sabía que Beldek le había ganado por ahora, pero pronto se rehízo-. He
escuchado que estuviste repartiendo orden en las calles, un orden sangriento.
Parece que tu amigo el general os permite apabullar a los pobres ciudadanos con
vuestra fuerza. No creo que sea la mejor forma de actuar en estos casos.
-
En casos como estos lo primordial es mantener el orden, conde y en
muchas ocasiones la muchedumbre incivilizada debe recibir su castigo por sus
acciones -explicó Beldek-. Pero si quieres podemos ser más blandos y permitir
que casas como estas sean saqueadas. No creo que los matones que tienes en la
entrada aguantasen mucho contra las hordas. Un hombre con tanta riqueza como
tú, sería un objetivo muy jugoso para ellos.
- Bueno,
la paz y el orden siempre es necesario -afirmó Yhurino, cuya sonrisa había desaparecido
hacía un buen rato-. Disfrutad de la fiesta y ya hablaremos de nuevo, prefecto.
Beldek le había ganado la partida y sabía que Yhurino
le atacaría antes o después. No había conseguido sacarle nada, pero tal vez
cuando el conde hubiese bebido más vino de lo aconsejable, podría ser más
comunicativo. Por ahora, ambos se dedicarían a disfrutar como se lo había
indicado el anfitrión. De esa forma podría decidir cómo le interrogaría más
tarde, el propio Yhurino le estaba dando tiempo para preparar su estrategia. En
ocasiones Beldek se quedaba asombrado de lo tonta que era la gente que se creía
tan lista.
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