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miércoles, 22 de abril de 2020

El mercenarion (22)

Di seguía sin moverse. El hombre parecía más y más feliz por la reacción de la chica. Empezó a reírse, pero las carcajadas acabaron de golpe con el zumbido del disparo de la pistola que portaba Jörhk. En medio de la frente del hombre se abrió un agujero con los bordes carbonizados. El cuerpo dio un par de pasos hacia detrás, mientras los brazos caían flácidos, soltando la vara. De golpe, los gritos de dolor de la niña cesaron, no así los sollozos. El cuerpo del hombre, sin vida, se desplomó sobre el suelo, de cualquier forma. Jörhk se adentró en el cuarto, acercándose al plinto. Sacó uno de sus cuchillos y cortó las ligaduras que ataban las piernas y los brazos de la niña. La levantó y descubrió que pesaba poco. La llevó en volandas y la depositó boca abajo en la cama. De uno de los bolsillos sacó un sobre plateado, que abrió y esparció unos polvos grisáceos sobre la espalda desgarrada de la niña. Gritó como nunca, pero pronto notó alivio. Jörhk nunca salía a una misión sin un botiquín especializado. Los sobres de curación básica eran la primera línea de acción cuando un soldado era herido. Podía cerrar heridas. Jörhk no sabía muy bien que contenían. Una vez le preguntó a un médico militar que tenían y este le habló de que si tenían nanobots, enzimas, y otros términos técnicos que le aburrieron enseguida. Lo bueno es que hacían bien su trabajo en momentos de necesidad.

-       ¿Es ella? -volvió a preguntar Jörhk cuando regresó junto a Di-. No tenemos tiempo, joder. Reacciona niña.
-       No -consiguió decir Di, con un hilillo de voz. 
-    Vamos -ordenó Jörhk, empujando a Di.

Jörhk salió y tocó la consola. Di le siguió, como si fuera una autómata. Fueron abriendo una puerta tras otra. En la mayoría solo encontraron a los niños solos, todos de corta edad, ninguno sobrepasaba los doce. En una habitación, se encontraron con un hombre joven, que violaba con fuerza a un niño de diez años. Intentó coger una pistola que tenía en una mesilla, pero Jörhk le disuadió, añadiendo que no estaba allí por él.

Siguieron abriendo puertas hasta que llegaron a la última. La compuerta se abrió, y entraron. Sobre la cama había un hombre, de pelo blanco. El hombre estaba vestido y en sus piernas había sentada una niña, una shirat. El hombre cepillaba el pelo de la niña, con gran dedicación, tanta que no prestó atención a los recién llegados. Jörhk miró a Di y esta asintió con la cabeza. Él solo pudo quejarse por sus adentros. De todas las personas que podían estar buscando tenía que ser una niña alienígena. El barrio estaba plagado de locos xenófobos y él tenía que proteger a dos niñas, una de ellas una shirat. Y los shirat eran realmente imposibles de no destacar. 

La raza shirat provenía del planeta Elvinnar, situado en el nuevo borde de la Confederación. Se habían unido tras la última guerra. Su piel de un azul pálido, unas orejas estrechas y puntiagudas. Junto con los therma y los xilan, eran muy parecidos a la raza humana. Pero los shirat eran realmente guapos casi sin excepciones, lo que el contrabando de esclavos shirat se había vuelto muy próspero. Claramente esa niña habría llegado de esa forma a Marte. Pues se sabía que los shirat raramente salían de Elvinnar, a excepción de las delegaciones diplomáticas. Jörhk también había escuchado que era una raza muy ágil y muy inteligente.

Suspirando Jörhk se acercó a la niña y miró al hombre, que por primera vez se percató de su presencia. Ambas miradas se cruzaron. 

-       ¿Profesor Trebellor? -preguntó Jörhk, aunque ya sabía la respuesta. Casi ni esperó a que el hombre asistiera con la cabeza-. Sus jefes están preocupados por su persona. Me han pedido que le acompañe a su oficina.
-       Aún estoy en mi tiempo libre -se quejó Francis, sin dejar de cepillar a la niña.
-       Es verdad que su período de descanso no ha terminado, pero debido a que no han recibido señales de usted y la falta de seguridad en este barrio, sus jefes se han puesto nerviosos -intentó razonar Jörhk con Trebellor, aunque no parecía convencido de ello.
-       ¿Falta de seguridad? No he tenido ningún problema aquí -dijo Francis, que no parecía estar de acuerdo con la visión de Jörhk-. Además debo cuidar de mi sobrina, señor. 
-   No se preocupe por eso, profesor, ella también viene con usted, su familia quiere que le acompañe de regreso con usted -mintió Jörhk que vio que esa era la mejor solución para su problema actual.

Y ante la sonrisa que apareció en el rostro del hombre, Jörhk supuso que su estratagema dio el resultado que él esperaba. Ahora debía decidir cómo sacar de allí a la niña shirat. Los del local no iban a permitir que se marchase con su género. Tendría que idear un buen plan y sin duda tendría que pensarlo bien. Pero lo que no tenía era demasiado tiempo y normalmente la fortuna no solía apoyarle. Unos ruidos en el pasillo, le indicaron que su tiempo se iba a reducir. 

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