Ofthar observaba al enemigo acercarse, con
Mhista a su espalda.
- Un espectáculo realmente bello, ¿no crees,
Mhista? -dijo Ofthar.
- Veo que estás contento, parece que nos ha
tocado el núcleo duro del ejército rival -señaló malhumorado Mhista.
- Bueno, parece que yo lo estoy más que tú
-afirmó Ofthar-. O tal vez les tengas miedo. Pero eso no puede ser, no puedo
creer que el gran Mhista se acobarde por un grupo de esclavos con pretensiones.
- Yo no le temo a esa chusma -aseguró
Mhista-. Pero creo que tú lo has hecho para que todo saliera así. Tú querías
que nos enfrentáramos a ellos.
- Crees que me iba a contentar con eliminar
a unos esclavos muertos de hambre cuando tenemos un intento de guerreros a
nuestras manos -ironizó Ofthar, pero se puso serio-. Pero no te equivoques,
Mhista. Yo no busco mi prestigio personal, como podrían hacer otros, yo quiero
quedar de la mejor forma ante el señor Naynho y para ello necesito la cabeza de
Oloplha. Piensa que todo esto lo hacemos por Nardiok y nuestras familias. Si
conseguimos una alianza con Naynho, ríos y llanuras seremos más fuertes. Ponte
al frente de tus hombres, pues habrá que trabajar con dureza.
Mhista asintió con la cabeza y hasta se le
vio una ligera sonrisa. Ofthar había dividido a sus hombres. Ubbal y Albhak se
encontraban uno a cada lado del carromato, al que le habían quitado las ruedas
y lo habían volcado. Los dos estaban armados con arcos y los parapetos sobre
los que se encontraban no podían ser escalados, a menos que alguien tuviera
poco aprecio por sus manos. Habían enganchado abrojos a la pared de este. Rhime
se encontraba en otro lugar con los otros cuatro guerreros de Limeck, listos
para actuar cuando llegara el momento. Mhista avanzaría con Elbok, Irnha, Ogbha
y Hefta. Con Ofthar irían Orot, Phyka, Shetol y Lirnho.
- Ubbal, Albhak cuando pasen de la línea,
martirizarles con unas cuantas flechas, pero no lancéis por lanzar,
necesitaremos todos los proyectiles para cuando el carro caiga -advirtió Ofthar,
dando una palmada en la espalda de Ubbal-. ¡Qué Ordhin este con todos nosotros!
Ofthar descendió del parapeto para unirse
a sus compañeros, en el mismo momento que se escuchó la voz de Usbhale, como si
fuera un trueno, dando la orden de que los arqueros empezasen su ataque.
Las flechas partieron de los parapetos de
todo el reducto, ascendiendo por el cielo, hasta que la gravedad pudo con ellas
y cayeron sobre las líneas del enemigo. Como ya había vaticinado Ofthar o
Usbhale, la formación de esclavos, con escasa armadura y sin conocimientos de
la forma de guerrear, pues los esclavos rara vez tenían que formar muros de
escudos. En los thyrs ellos eran arqueros y siempre se encontraban tras las
líneas de guerreros. Pero ahora sufrían lo que ellos en otras ocasiones
perpetraban. Los alaridos y las caídas se sucedieron. Las letales flechas
abrían huecos en la formación, que los oficiales se se encargaban de cerrar
rápidamente. Pero como eran tantos, seguían avanzando, aunque las filas fueran
menguando en grosor.
No obstante el centro de la línea enemiga
no recibía el mismo trato, aunque perdían algunos hombres. Ubbal y Albhak sólo
lanzaban proyectiles esporádicos y siempre a objetivos claros. Ofthar esperaba
que esto nublase aún más la mente de Oloplha y no viera lo que le tenía
preparado.
El muro de escudos enemigo alcanzó por fin
la línea defensiva del reducto, pero entonces se vio su inutilidad, pues las
defensas eran más altas y debían escalarlas. No se habían percatado que no
estaban igual que en los asaltos anteriores, ni que la distancia entre el final
de las casas y las defensas se había ampliado. Ahora deberían romper filas e
intentar escalar, para alcanzar a los defensores, sin olvidarse de los arqueros
que les aguijoneaban sin piedad.
También los hombres de Oloplha habían
alcanzado el carromato. El propio Oloplha se había mofado de esa irrisoria
defensa y había ordenado echarla abajo. Algunos habían intentado ascender los
parapetos, pero al ver las relucientes puntas se volvieron por donde habían
venido, protegiéndose de las flechas de Ubbal y Albhak. Muchos habían sufrido
por la noche con los abrojos y no estaban dispuestos a hacerlo por segunda vez.
Perdieron algunos hombres víctimas de los arqueros, pero fueron rápidos en
retirar el carromato. Tiraron de él llevándoselo fuera de la línea y les sirvió
de parapeto defensivo. Cuando el hueco estuvo liberado, Oloplha levantó su
arma, apuntó con ella a la entrada y dio la orden. El muro de escudos avanzó a
la carrera, para evitar que los defensores pudieran bloquear el hueco y a las
malditas flechas.
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