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domingo, 4 de noviembre de 2018

El conde de Lhimoner (15)


Cuando el capitán Ahlssei dejó el caballo en el establo, el criado le indicó que el canciller requería verle de inmediato y que le esperaba en su despacho. Ahlssei se dirigió allí como un rayo, pues se hacía tarde y supuso que el canciller querría volver a sus aposentos. Thimort era un canciller raro. Era el primero que se había trasladado a vivir al palacio. Es verdad que había enviudado recientemente y al no tener hijos, no le ataba nada a su verdadera casa. Al principio se decía que era para que olvidase la muerte de su esposa y los médicos de la corte veían con buenos ojos su resolución. Pero ahora ya no decían lo mismo. Pero la cuestión era los rumores que corrían por la corte, de que el canciller vivía en palacio porque era realmente el verdadero emperador. Ahlssei sabía que Thimort no tomaba esas habladurías en serio, pero empezaban a ser un verdadero fastidio para todos los de palacio.


Ahlssei llegó ante la puerta del despacho y dio unos golpes, tras lo que espero unos segundos antes de entrar. En el despacho ya solo estaba el canciller. Las mesas de los escribas y otros funcionarios de la corte estaban vacías, por lo que ya se habían ido a casa.


   -   ¿Qué te ha parecido el prefecto, capitán? -dijo Thimort a modo de saludo.

   -   Un hombre muy interesante, señor -contestó Ahlssei, intentando poner una cara seria-. Cuida mucho sus palabras, pero sólo según ante quien este. En otros momentos le gusta jugar, como con el sumo sacerdote.

   -   Bueno, los problemas entre Oljhal y Beldek vienen de antiguo -murmuró Thimort-. No debemos tenérselo en cuenta. En ocasiones el sumo sacerdote peca de arrogante e insensible. A Beldek nunca le han gustado esas personas. Pero por el otro lado, Beldek siempre ha sido muy comedido ante quien esta. Por ello le gusta al emperador tanto.


Por un momento Ahlssei notó como un indicio de envidia por parte del canciller. No se dio cuenta pero debió poner una mueca rara, pues el canciller se le quedó mirando.


   -   ¡Oh! No os preocupéis, capitán, no siento envidia por Beldek -afirmó cuando se dio cuenta lo que pasaba por la cabeza del capitán-. Tal vez un poco de pelusilla. Pero no tenéis que preocuparos, el emperador jamás, mientras viva, firmará una orden de eliminación contra Beldek.

   -   ¿Por qué no? No lo entiendo. Porque el prefecto es tan importante -preguntó Ahlssei.

   -   Eso es mejor que lo deduzcáis vos, capitán -contestó Thimort-. Como vais a trabajar con él igual os cuenta la verdad sobre su vida y su relación con el emperador. Pero por ahora, nuestro buen Beldek ha visto algo interesante en el crimen.


El capitán comenzó a dar todos los datos que habían ido obteniendo hasta ahora, del templo y de lo que había deducido Beldek gracias a sus conocimientos de historia y religiones antiguas. Thimort no se inmutó ni cuando habló de la religión antigua, ni de lo que había dicho el maestro de la morgue, así como su identidad, lo que indicaba que el canciller estaba al tanto de ese criminal que no había sido realmente ejecutado. Ahlssei le contó lo que el prefecto había puesto en marcha, la búsqueda que llevarían a cabo los soldados de la milicia, para dar con el burdel donde trabajaba la prostituta fallecida.


   -   Bien, pues por ahora solo queda esperar, capitán -dijo Thimort al final de la narración de Ahlssei-. Creo que fue buena idea entregar el caso a la milicia, por mucho que el crimen hubiera sido en los terrenos del barrio alto. La guardia imperial hubiera estado muy pez en un caso como este. No es que cuestione sus métodos, capitán, pero me parece que ante el prefecto va a aprender mucho.

   -   Yo creo que tiene razón, en ambos puntos -aseguró Ahlssei, que sabía que no habría llegado a lo de las religiones antiguas en tan poco tiempo como el prefecto, incluso suponía que los miembros de la guardia imperial no serían capaces de aguantar una investigación así, antes de concluir que la muerte fue por un loco y pillarían a cualquier criado del templo como cabeza de turco.


Thimort se despidió de Ahlssei y le dijo que podía volver a informarle cuando tuviera algo importante, que no tenía que venir todas las tardes a verle. El capitán asintió y se marchó, dirigiéndose a su cuartel, para cenar algo y echarse en su litera.

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