Fhin que había estado hablando con
Bheldur, en privado y alejado de los Nutrias supervivientes, dio un par de
pasos hacia la barra, pero se giró para mirar a Usbhalo.
- Usbhalo, puedes dejar a Oltar entre el
resto de los muertos -dijo Fhin-. Que su cuerpo muerto se junte con los hombres
a los que tanto despreciaba. Es hora de pagar las deudas. Bheldur, por favor.
- Solo quedan dos Nutrias, Oliphe y Jhulius,
Jockhel -indicó Bheldur.
- Yo diría que hay más -intervino Jhulius,
señalando a los dos hombres jóvenes. Fhin se sonrió, pues era la avaricia la
que hablaba por Jhulius.
- Mis hijos van conmigo -murmuró Oliphe,
colocando la copa sobre la barra, dejando el trapo y acercando la mano al mango
de su hacha.
- Vamos, vamos, creo que todos somos hombres
de honor -pidió calma Fhin-. Todos teníamos un trato, o más bien lo teníais
conmigo. Y cada uno recibirá lo que esperaba. Así que por favor, ya vale de
muerte.
Oliphe y Jhulius asintieron con la cabeza.
- Bien, primero hablaremos del trato con
Oliphe -indicó Fhin.
- Así sea -asintió Oliphe, sin alejar mucho
su mano del hacha.
- Aparte de los deseos de venganza de Oliphe
contra Oltar por asuntos del pasado, le prometí que se podía quedar con este
edificio, que volvería a ser una posada o un local de encuentros o lo que le
diera la gana a él -explicó Fhin-. Por consiguiente, se queda al cargo de las
mujeres que se esconden en el primer piso. A su vez, me pagará una parte de los
ingresos por protección, tal y como ya habíamos negociado. Este local será un
lugar de esparcimiento de mis muchachos y otros tantos clientes. Y será parte
de mi territorio, que es el de los Carneros, Serpientes y Nutrias, unificado. ¿Estás
de acuerdo con los términos, Oliphe?
- Ya los negociamos y sigo de acuerdo con
ellos, mi señor -asintió Oliphe, poniendo una sonrisa en su cara.
- Espero que me seas leal, Oliphe y no tenga
que venir a buscar lo que me corresponde -advirtió Fhin, sin perder su sonrisa
burlona.
Oliphe no cambió el rictus, pero hizo una
inclinación de cabeza, para dar más peso a su lealtad. Sabía bien que Jockhel
era un líder en auge y curiosamente uno muy listo, pues era muy ambicioso.
Había descabezado dos clanes, de cierta importancia, usando a uno de los
pequeños para ello. Si alguna vez se ponía contra ese joven, tendría que ser
uniéndose a muchos. Pero algo, en su cuerpo le decía que lo mejor era no
oponerse a él. Le parecía que podía ser un gran líder, pero que si alguna vez
le llegaba a traicionar, no dudaría en eliminarlo de la forma más desagradable.
Más aún, le parecía que ahora mismo se estaba orquestando algo nuevo.
- Bueno, si Oliphe está satisfecho, solo
queda pagar tu trabajo, Jhulius -indicó Fhin-. Dos bolsas repletas de oro era
el pago por abrirme la trampilla secreta. Solo a ti te llevaría consigo Oltar
en su huida y solo tú podrías descubrir cuál era su as en la manga. Un trabajo
sencillo, digno del mejor actor. Bheldur las bolsas por favor.
Bheldur desató dos cordones que anudaban
dos bolsas de cuero, abultadas, que pendían de su cinturón. Las colocó sobre la
barra, las abrió y dejó que el contenido se esparciese sobre la madera. Los
ojos de Jhulius tintinearon con el brillo de las monedas.
- ¿Qué vas a hacer con tanto oro, Jhulius?
-preguntó Fhin, acercándose a la barra, colocándose junto a Jhulius-. Es mucho
oro.
- Bueno, me marcharé de aquí, este barrio no
es para mí -murmuró Jhulius, más atento al oro que a otra cosa.
- Siempre he tenido una duda, Jhulius -dijo
Fhin-. ¿Cómo acabaste en la alcoba de Oltar? La verdad es que no sé cómo
alguien como tú pudo terminar en esta situación tan peliaguda.
- Este señorito fue pillado con las manos en
la masa -se burló Oliphe. Jhulius le miró con cara seria, algo disgustado-. Se
creía un consumado ladrón. Uno de guante blanco. Estuvo timando a las buenas
gentes del territorio de los Nutrias, hasta que la cagó y le timó a uno de los
correos de Oltar. Ya era malo que hubiera un ratón dando palos sin pagar las
cuotas. Pero lo del correo fue peor. Oltar estaba iracundo y decidió poner una
trampa. Y sabes lo peor, es que los ratones avariciosos siempre caen, pues se
inflan de su propia creencia de que todo les sale bien y que nadie puede
pillarlos. ¿Verdad Jhulius?
Jhulius se limitó a gruñir entre dientes.
- Pues lo pillamos, pero aun en la
adversidad, supo cómo dar la vuelta al pastel -siguió relatando Oliphe-. Debía
conocer cuál era el vicio de Oltar, pues se abrió de piernas en cuanto tuvo la
oportunidad. Bueno, más bien se puso con el culo en pompa. La verdad es que es
alguien que sabe sobrevivir. Y me quitó el sombrero al ver cuánto es capaz.
- Bueno Oliphe, hay dos cosas que tienes razón,
por un lado es un cabrón avaricioso y por la otra que sabe aprovechar las
oportunidades -afirmó Fhin, poniendo su sonrisa burlona-. Pero te equivocas en
lo que sabe sobrevivir.
Oliphe miró a Jockhel sin saber bien a que
se refería. Incluso a Jhulius se le pasó la frase, pues sus manos ya habían
empezado a juguetear con las monedas. De la nada, Jockhel sacó una de sus dagas
y la clavó con fuerza sobre la mano derecha de Jhulius, quien lanzó un alarido
de dolor. La sangre manó manchando las monedas de oro.
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