Los primeros hombres del ataque enemigo
fueron recibidos por nuevas flechas, que venían de algún punto frente a ellos,
pero no les hicieron nada, pues llevaban los escudos frente a ellos. Pero el
primer paso que dieron fue lo que les indicó que algo no iba bien. Oloplha
había indicado que ahí habría una ligera pendiente, siguiendo la ladera, para
ascender hacia el patio de armas del cuartel, pero para su asombro, ocurrió lo
contrario. Los hombres comenzaron a descender, una pendiente ligera. Y
siguieron corriendo un trecho, en bajada hasta chocarse o más bien empalarse en
una serie de puntas de lanzas que habían incrustado los defensores en una
pared, un nuevo parapeto de varios metros de altura, sobre la que se encontraba
Rhime y el resto de arqueros.
Las líneas de enemigos fueron entrando
unas tras otras, sin darse cuenta de que se introducían hacia otra defensa. La
primera línea pereció al chocar contra las lanzas y se quedaron allí
enganchados, lo que ayudó a que de la segunda, solo algunos sucumbieran por el
mismo problema. Una línea tras otra iba chocando con la de delante, mientras
llegaba otra más. Una se estorbaba a otra e impedía que se pudieran mover.
Desde arriba del segundo parapeto y desde los lados llovían flechas sin cesar.
Los proyectiles iban bien dirigidos y rara vez fallaban. Oloplha había caído
como el resto de sus hombres y estaba en el medio, buscando una forma de salir
de allí, pero lo veía complicado. Hacia atrás sería difícil, pues seguían
llegando hombres, entorpeciendo a los de delante. Entonces se dio cuenta de un
nuevo problema.
Junto al segundo parapeto, en el espacio
entre las defensas exteriores y la pared de reciente construcción había un par
de huecos, para poder entrar o salir de la zona central. Pero ahora estaban
ocupadas por dos muros de escudos, que habían comenzado a abrirse paso hacia el
centro. Por la derecha estaba el grupo de Mhista y por la izquierda el de
Ofthar. Ambos grupos avanzaba de igual forma. Daban un paso hacia delante,
golpeando con sus escudos la línea enemiga, que dado el caos, se desmoronaba.
Entonces un par de espadas o hachas lanzaban un golpe mortal contra el enemigo.
En casos se veía la gran hacha de Orot destrozar una cabeza o un escudo. El
proceso era lento, pero preciso. Los esclavos caían o intentaban recular, pero
al hacerlo provocaban más desconcierto en su caótica formación.
Oloplha intentaba recomponer sus filas,
pero no conseguía nada. Estaba apretujado entre sus hombres. Notaba en la
espalda un escudo, así como la respiración de otro guerrero al costado. Sabía
que había sido un necio, que sus sentimientos por su hija y el odio hacia el
guerrero joven le habían hecho caer en una trampa tan simple. Notó que algo le
salpicaba y vio como una flecha había alcanzado a un guerrero cercano en el
cuello y la sangre salía sin control. El guerrero no podía hacer nada, pues
como él se encontraba atascado en el inmenso lío que se había formado. Ordenó a
sus hombres que regresaran hacia fuera, pero la maniobra estaba constando, pues
los arqueros de los parapetos mantenían una lluvia constante. Habían caído
varios que obstaculizaban la salida, que además se debía hacer en cuesta
arriba. Oloplha no podía sino alabar en silencio la estrategia de su rival, que
había sido mucho mejor que la suya. Pero aún no había perdido la batalla, aún
podría dar la vuelta a todo.
El avance del grupo de Mhista y el de
Ofthar era lento, pero se iban aproximando poco a poco y lo que era mejor,
estaban cercando a un grupo de enemigos entre ellos. Pronto les sería imposible
luchar contra ambos e intentarían agruparse. De se modo, los extremos de las
dos formaciones, acabarían uniéndose y se lanzarían contra el enemigo, mientras
Rhime les daba cobertura.
Los guerreros del culto de Bheler
intentaban contrarrestar la fuerza del muro de los defensores, que con una
única línea iban haciéndoles recular. La línea enemiga intentó reformar su muro
y dio un paso hacia delante, pero los de Ofthar, fueron más cautos y
retrocedieron. Al no encontrarse nada se detuvieron confusos, lo que
aprovecharon Ofthar y el resto para arremeter contra ellos. Los escudos
chocaron con fuerza y las hachas golpearon desde arriba. Los gritos de dolor
provenientes de detrás de los escudos de los esclavos se hicieron evidentes.
Orot lanzó un nuevo ataque y un escudo fue quebrado, así como un hueco se abrió
en la línea. Ofthar dio un paso y se adentró en él, lanzando su espada contra
los costados. Dos esclavos cayeron, doliéndose y gritando. Los compañeros de
Ofthar siguieron a su jefe por la rotura abierta y lo que quedaba de la línea
enemiga se integró en la siguiente. Pero esta ya tenía a su espalda a Mhista y
sucumbió de repente, al no poder luchar a dos frentes. Todos los amigos se
unieron en una única línea, a la vez que lanzaban un clamor de victoria.
- ¡Vamos amigos, mandémoslos al infierno!
-gritó Ofthar, que vio el rostro de Oloplha y añadió-. ¡Cobarde de las brumas
negras! ¡Ven a enfrentar a un hijo de Ordhin! ¡O seguirás escondiéndote entre
tus escudos!
Ofthar lanzó varios escupitajos contra la
línea enemiga, para agrandar su insulto. Oloplha escuchó los gritos de Ofthar y
reconoció la voz. Sabía que debía enfrentarle de una maldita vez. Sin ese
vociferante señor de la guerra, la defensa de la puerta del cuartel se desharía.
Se dio cuenta que la situación había cambiado. Habían caído el número
suficiente de sus hombres como para formar una estructura más hermética a las
flechas y para poder hacer frente al muro endeble de su enemigo. Quería tomar
la cabeza del joven y avanzaría con todo. Oloplha sabía que solo uno de los dos
podría sobrevivir y con ello ganaría la batalla.
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