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domingo, 18 de noviembre de 2018

El conde de Lhimoner (17)


El capitán Ahlssei escuchaba en silencio las palabras de Beldek, caminando un paso por detrás del prefecto. Claramente estaba sorprendido por lo rápido que había sido identificar a la muerta. Lo del estudioso artista era un gran logro, había que reconocerlo. Ambos oficiales se dirigieron al patio, donde ya tenían sus monturas listas así como una carreta de presos y una escuadra de la milicia a caballo. Montaron lo más rápidos que fueron posible y se pusieron en marcha.


Su camino fue el mismo que la mañana anterior, bordear la muralla por el interior para tomar la gran avenida, pero en la gran plaza siguieron hacia la puerta del mar. Ahora había mucha más gente por las calles, pero uno de los miembros de la milicia iba delante de los oficiales haciendo sonar un cuerno. La gente al ver la comitiva, se apartaba rápidamente. Los niños observaban a los militares y el carro pasar, pero los adultos preferían que pasasen sin pararse.


Se dirigieron hacia la puerta del puerto, pero antes de llegar se metieron por una calle más pequeña. Se detuvieron allí donde el carro ya no podía pasar. Dejaron al estudioso y a dos guardias a cargo del carro y los caballos y tomaron un callejón que les llevó hasta la puerta del burdel. La puerta era muy normal y cuando Beldek la empujó se abrió sin problemas. Por el hueco emanó una corriente cálida y aromatizada. El prefecto hizo un gesto y todos entraron en motrollón. La aparición de tantos guardias juntos, provocó un momento de sorpresa y temor. Las chicas fueron las que menos pánico sintieron porqué ya estaban acostumbradas a redadas y otros asaltos. Los clientes en cambio, sí que saltaron al oír el tumulto. De entre unas cortinas con volantes apareció un hombre, delgado, ligeramente encorvado, con la nariz ganchuda. Se dirigió a paso firme hacia Beldek, pues era el oficial de más rango, aunque también había un capitán de la guardia imperial.


   -   ¿Qué es este ultraje? Somos un negocio decente y pagamos nuestros impuestos -espetó el hombre, a la defensiva.

   -   ¿Eres el encargado del “Retiro Rojo”? -preguntó Beldek, haciendo oídos sordos a las quejas.

   -   ¡Eh! Sí, lo soy -asintió el hombre, molesto porque el prefecto había pasado de sus palabras.

   -   Bien, ¿trabaja para ti una mujer llamada Dherin? -inquirió Beldek, al tiempo que le hacía un gesto a Fhahl para que le pasara el retrato-. Esta mujer.


El hombre se quedó mirando el dibujo un rato y asintió con la cabeza.


   -   Sí, sin duda es Dherin, y trabaja aquí -afirmó el encargado que se rascaba los pocos pelos que le quedaban en la cabeza-. Es una buena chica, dudo que se haya metido en problemas con la guardia…

   -   Si se hubiera metido en líos con la guardia no estaría yo aquí, ni hubiéramos sido tan permisivos, amigo -intervino Fhahl, pero se calló al ver la mala cara que puso el prefecto.

   -   Como dice el sargento estamos aquí porque tenemos a tu trabajadora en nuestra morgue -continuó Beldek. En la cara del encargado se dibujó una mueca de total sorpresa, como si lo que le comunicaba el prefecto era nuevo para él-. Queremos saber por qué está muerta. ¿Lo entiendes?

   -   Eso no puede ser, Dherin está trabajando en su habitación -negó el hombre.

   -   Lo dudo mucho -dijo Beldek, sin perder su cara seria.

   -   Que sí, que sí y lo podemos comprobar, síganme -aseguró el hombre, señalando a una escalera, pero volvió a girarse-. Bueno no todos.

   -   Le acompañaremos yo, el capitán y el sargento -indicó Beldek-. El resto de mis hombres se quedara en este vestíbulo. ¿Le parece bien?

   -   Sí, sí -asintió con vehemencia el encargado que quería arreglar el malentendido lo antes posible y de esa forma que los guardias se marcharan de una vez.


El encargado les guió hasta las escaleras y subió los escalones de dos en dos. Claramente tenía prisa y el prefecto no le culpo. Ese hombre no era el dueño y a este no le haría nada de gracia enterarse que no había despachado a la guardia con la velocidad adecuada. Un jefe no acepta una bajada de la cantidad de recaudación porque la guardia anda por allí merodeando. Aunque tampoco ayuda que asesinen a una de las chicas. Beldek sintió un poco de pena por ese hombre, pues iba a peligrar su puesto en el local.


Una vez en siguiente piso recorrieron un pasillo en cuyas paredes había muchas puertas. El encargado se paró en una y observó algo en el pomo, una cinta de color roja. Beldek ya se había fijado en las otras puertas. Unas tenían cintas verdes y otras rojas. Supuso que la cinta daba a entender si la chica estaba o no trabajando. Incluso le pareció que jugaba con la cinta. Después golpeó la puerta con su mano delgada, aun así le pareció que el hombre era fuerte.


   -   ¡Dherin! ¡Dherin! ¡Abre! -llamó el encargado tras comprobar que no respondía a los golpes en la puerta.


Esperó un poco más, pero sólo hubo silencio. Cuanto más tiempo pasaba, el encargado estaba más nervioso, incluso se le empezaba a notar gotas de sudor por la frente. Al final el encargado se hartó y abrió la puerta, la cual se le deslizó de la mano sudorosa y se abatió hasta golpear con la pared contraria. No solo el encargado se sorprendió de lo que había allí dentro. La mujer, Dherin no estaba, lo que dejó petrificado al encargado, pero los ojos de los guardias estaban fijos en un hombre que permanecía colgado del techo, atado por las muñecas. La piel era pálida y le caía una maraña de pelo por la cara, aparte de mirar al suelo. Pero lo más desconcertante es que le quedaba un resto de sangre que se iniciaba en el cuello, aunque la cabeza lo ocultaba, bajaba por el pecho y el abdomen, hasta el miembro y de ahí al suelo. Beldek se aproximó con cuidado y levantó la cabeza descubriendo lo que ya había supuesto, un gran tajo en el cuello.

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