Con el amanecer, la dama Arnayna y Usbhale
habían ascendido de nuevo a la torre del cuartel, pero armados con una bocina
de mano. Desde allí podían ver todo el despliegue enemigo y dar órdenes a sus
hombres. Lo que vio Usbhale le llenó de terror pero a la vez le dejó pensativo.
Las huestes enemigas empezaban a aparecer
en el área que habían limpiado al derruir casas. Avanzaban formando un muro de
escudos continuo, de más de diez filas de espesor. Pero la mayoría de los
hombres tras los escudos, eran esclavos con armaduras muy deficientes o
simplemente sin elemento de protección alguno. Además su paso de avance era muy
lento, como si no pudieran andar bien o les costara por algo. Usbhale sabía que
Ofthar había hecho alguna jugada en la ciudad, pues le habían avisado de los
alaridos proveniente de las zonas de viviendas. A su vez, no había sido
convocado durante la noche, porque el enemigo no había intentado ningún ataque.
Cuando terminase todo quería preguntarle al joven Bhalonov que había urdido.
Pero lo que más le llamaba la atención era
donde se había colocado el grupo central del enemigo, es decir, donde se
encontraba su general. Avanzaba en dirección al trozo de parapeto defendido por
Ofthar, donde ondeaba esa enseña que uno de sus hombres había conseguido que le
cosieran las mujeres de dentro. Se llevó la mano derecha al mentón y se puso a
pensar.
- ¡Maldito Ofthar! -se le escapó a Usbhale
cuando creyó entender lo que había estado haciendo el joven.
- ¿Qué ocurre, tío? -preguntó alarmada
Arnayna.
- Ese Ofthar es un verdadero genio -señaló
Usbhale-. Ayer cuando le vi negociando con el líder rival me pregunté por qué
llevaba un estandarte con él, uno que representaba a su clan, no a la ciudad ni
a nuestro señorío. Quería que el enemigo supiera dónde buscar cuándo empezará
la batalla. Creo que terminó la negociación como lo hizo, porque en ningún
momento Ofthar iba a negociar con él, sino que buscaba este enfrentamiento.
- Pero eso sería condenar a la ciudad a
muerte -se quejó Arnayna, temiendo que el joven Ofthar no fuera lo que había
pensado de él, sino que le importaba poco lo que les pasara a los de su
señorío-. Son muchos enemigos, nuestros hombres no podrán con tantos.
- Sí y no -indicó Usbhale, haciendo
cálculos-. Son muchos, sí, pero fíjate en ellos. Nuestra gente son una mezcla
de guerreros y hombres libres. Pero incluso los hombres libres reciben
instrucción en las armas, por si se convoca el thyr. Todo hombre libre debe ir
a la guerra a luchar por su señor. Pero los rivales que se enfrentarán a los de
Limeck, son los esclavos, la mayoría de ellos con armaduras defectuosas, los
que llevan algo más que simples túnicas raídas. Ofthar ha hecho que los que sí
saben luchar se enfrenten a él, los ha guiado hacia su muerte como si fueran ovejas.
- ¿A qué te refieres, querido tío? -inquirió
Arnayna, que no entendía a qué se refería su familiar.
- ¿Has visto lo que construía Ofthar en su
zona? -preguntó Usbhale, pero la muchacha negó con la cabeza-. Les ha preparado
una trampa mortal. El enemigo verá el endeble carro y picará el anzuelo. Lo
destrozarán y se abrirán paso para caer en algo peor. Ofthar y sus hombres los
masacrarán sin piedad. Recuerda que ha indicado en varias ocasiones que los
seguidores de Bheler no conocen lo que es la compasión y por ello, tampoco la
darán ellos. Espera hacerse con la cabeza del general enemigo.
- ¿Tan valiosa es esa cabeza?
- No hay nada de mayor peso que ella
-aseguró Usbhale-. Por un lado puede hacer que el enemigo se desmoralice hasta
el punto de rehuir el combate. Pero es mejor carta de presentación para una
hipotética alianza entre ambos señoríos. Nardiok eligió el mejor hombre para
ello y Ordhin les dio el momento clave para conseguir los méritos propicios.
Sabes una cosa, me gusta ese joven y si no le fuera leal al señor Naynho no
dudaría en seguirle. Estoy seguro que más de uno de los soldados de nuestras
defensas piensa igual que yo. Incluso el leal Polnok. Y si le corta la cabeza
del general enemigo, muchos lo verán como alguien digno de ser su señor.
- Eso no te corresponde a ti decidir, mi
querido tío -advirtió Arnayna, sonrojándose.
- Lo sé, lo sé, mi querida sobrina -asintió
Usbhale, sonriendo.
Se hizo un silencio, solo roto por las
llamadas al valor y a la protección de Ordhin que nacía entre las filas de los
suyos. Los guerreros empezaban a ponerse tensos, pues el enemigo avanzaba muy
pero muy lento. Estaban ansiosos por entrar en combate, por hundir sus armas en
los cuerpos del enemigo y a la larga recibir algún brazalete de oro o plata.
Los brazaletes sólo podrían ser entregados por un therk, un tharn o por el
propio señor Naynho. Eran los testimonios de la valentía del guerrero, así como
su nivel comparado con otros. Había veteranos de los que no se podía distinguir
su armadura y se les llamaba los guerreros dorados, por la lámina de
brazaletes.
Polnok como el resto de los capitanes
esperaba la orden. Ya veía cada vez más cerca los escudos enemigos y pronto
podrían lanzar descargas cerradas de flechas. Muchas se perderían, pero unas
cuantas provocarían el caos suficiente para bajar más la moral del enemigo, que
según los cálculos de Polnok, debía ser muy baja, tras tener que volver a
hacerse con la puerta de las minas y el avance por las manzanas de Limeck,
llenas de abrojos, pues había visto a los hombres de Ofthar esparcirlos cuando
terminaron las negociaciones.
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