Beldek se despertó como cada mañana en
silencio y en medio de una oscuridad total. Ninguna luz era capaz de atravesar
los gruesos cortinajes que escondían las ventanas de su alcoba. Ghalani dormía
plácidamente y no se percató de los movimientos de su esposo, mientras reptó
por el colchón, se puso de pie y se marchó para vestirse. En la otra parte, le
esperaba Ulbho, como todas las mañanas, otra de las cabezonerías del anciano
criado. Le ayudó a vestirse y le acompañó hasta el piso inferior, a las
cocinas, donde la cocinera le había preparado un desayuno rápido. Ulbho se
marchó, para preparar la montura y la cocinera a otras cosas al fondo de la
estancia. Justo en ese momento apareció el nieto de Ulbho.
- Rhite, ven aquí -le llamó Beldek,
haciéndole un gesto con la mano. La cocinera se volvió, pues era su madre-. Me
pareció verte ayer cerrando la puerta de la calle cuando llegue y luego
haciéndote cargo de mi caballo.
- Yo… señor… -empezó a decir Rhite, al
tiempo que miraba a su madre que le hacía el gesto de que le respondiera o
echaba la vista al suelo.
- Rhite, eres un mozalbete listo, sabes que
soy tu señor, pero no soy un señor malvado y castigador -dijo Beldek, poniendo
un falso tono serio-. También sabes que no me gustan las dudas, ¿verdad?
Entonces responde a mi pregunta.
- Sí, mi señor -contestó Rhite.
- ¡Hum, vaya! Sabes lo poco que le gusta a
tu abuelo que le ayuden en sus tareas -afirmó Beldek, mientras buscaba algo en
sus bolsas, hasta sacar dos monedas de cobre-. Toma esto por ser tan buen
nieto. Pero ni mu a Ulbho.
Beldek le guiñó un ojo a Rhite, que sonrió
abiertamente, enseñando todos sus dientes, blancos. Hizo una reverencia y se
iba a marchar cuando su madre le paró, le dijo algo y regresó ante Beldek.
- Gracias por su generosidad, mi señor
-agradeció Rhite.
- No, gracias a ti por ser tan buena
persona, ahora te puedes marchar, desaparece de mi vista, zagal -ordenó Beldek.
El muchacho se marchó a la carrera y la
cocinera volvió a sus menesteres. Beldek terminó de desayunar y cuando terminó
se marchó de vuelta a la calle. En el patio se encontró a Ulbho con su caballo
y pudo ver que Rhite andaba por allí. Chico listo sin duda. Sin duda recibía la
gratitud de su abuelo y ahora también de su señor.
Aún no había aparecido en el cielo ni un
solo rayo del Sol y por ello el tiempo era fresco. Ulbho iba con un abrigo de
lana sobre su ropa. No era bueno que alguien de su edad se refrescara y
enfermase. Beldek se subió rápido en la silla y se marchó para que pudiera
volver al calor del interior de la vivienda. De todas formas Ulbho le deseó lo
mejor a su señor y esperó un poco a que se alejarse a caballo para cerrar la
puerta y volver al edificio principal, on Rhite hablando con él.
Las calles estaban más llenas que por la
noche, pues los primeros carreteros ya estaban entrando en la ciudad, con las
mercancías que venían del imperio. La puerta del sur ya tendría a la milicia
trabajando, así como la del este. La ciudad necesitaba mucha comida y otras
mercancías para cada día. Pero con su uniforme de prefecto y su espada, la
mayoría de los ciudadanos se retiraban a su paso. Nadie quería perturbar a
alguien que podía movilizar a los miembros de la milicia contra ellos. Tampoco
los guardias de la ciudadela le provocaron problemas, pues todos sabían quién
era. Se dirigió a su cuartel y se encontró a varios soldados haciendo carreras
y ejercitándose en el manejo de las armas. Se saludó con varios oficiales y se
dirigió hacia su despacho, pues quería adelantar papeleo de la gestión de su
departamento antes de que alguien le trajese nuevas o apareciera el capitán
Ahlssei. Pero no le permitieron que concluyese. Fue Fhahl el que le
interrumpió.
- Buenos días, prefecto. Tenemos una pista,
señor -anunció Fhahl.
- Una pista, ¿sobre qué? -preguntó Beldek.
Tendría que pulir un poco más al sargento. Pues era muy escueto a la hora de
dar las informaciones que tenía.
- ¡Oh, sí! -asintió Fhahl, dándose cuenta de
su error-. Uno de nuestros hombres encontró a alguien que conocía a la muerta.
Dijo que se llamaba Dherin, y que trabajaba en el “Retiro Rojo”, un burdel de
la Sobhora, cercano a la puerta del puerto. Por lo visto lo frecuentan
marineros y estibadores.
- Parece que vamos a tener que visitar el
“Retiro Rojo” -indicó Beldek-. Ve preparando a un equipo, incluido un
estudioso, por si acaso. Esperaremos la llegada del capitán Ahlssei, que será
dentro de poco. Avisame cuando tengas todo listo.
- A sus órdenes, prefecto -Fhahl golpeó su
coraza y se marchó.
Beldek volvió con sus papeles, pero con la
cabeza metida de vuelta al caso, así que los acabó dejando y se puso a pensar
que se podía encontrar en el burdel. Se levantó y se acercó a una de las
estanterías. Allí tenía ordenadas carpetas de cuero en las que recopilaba
informes sobre locales y todo tipo de negocios. Buscó en la que ponía como
título “burdeles de la Sobhora”. La sacó y la abrió. Estuvo pasando de uno a
otro hasta que dio con el que quería. El “Retiro Rojo” era uno de los tres que
pertenecían a uno de los jefes del submundo de la ciudad. Al contrario que los
otros dos, este era un antro ajado, que había visto mejores tiempos. Su
clientela eran marineros de permiso y estibadores. Por lo que no eran los
clientes más ricos del mundo. Pero no parecía que no tenían problemas con la
milicia, ni habían tenido desordenes ni altercados.
Estaba absorto al interior de la carpeta,
que no notó la llegada de Ahlssei y de Fhahl. Tuvo que ser el sargento quien
carraspeó para sacar a su jefe de una de sus muchas abstracciones de la
realidad. Shiahl ya le había advertido que era mejor dejar que el prefecto
tuviera esos momentos, pues en ellos solía resolver los casos.
- Ya está todo listo, esperándole en el
patio -anunció Fhahl cuando el prefecto volvió en sí.
- Gracias, Fhahl, ahora vamos -respondió
Beldek, haciéndole una seña a Ahlssei para que le siguiera.
Fhahl se marchó, Beldek cerró la carpeta y
la guardó en su sitio. Luego se marchó de su despacho, contándole la nueva
pista a Ahlssei.
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