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miércoles, 31 de octubre de 2018

Lágrimas de hollín (38)


Antes de que nadie pudiera responder a la pregunta, se escuchó un barullo en la calle. Uno de los matones se acercó a la puerta de entrada para investigar. Nada más abrir un poco la puerta, una flecha se clavó en su ojo derecho, mandándole hacia atrás, cayendo sobre el suelo. La puerta se cerró de inmediato y todos los de dentro se quedaron mudos. Solo las mujeres rompieron su silencio gritando a todo pulmón y comenzando una carrera en dirección al piso superior, donde estaban sus habitaciones.

Otro de los matones se dirigió a la puerta, pasando por encima de su compañero muerto y se encargó de afianzar la puerta. El tabernero empezó a dar órdenes. Los matones empezaron a moverse por la taberna, buscando armas y preparándose para la lucha. El hombre que acaba de bajar no sabía qué decir y se encaró con el tabernero.

   -   ¿Qué ocurre, Oliphe?
   -   Jockhel nos ha traicionado, trabaja para los Carneros o los Serpientes -informó Oliphe, mientras se hacía un con una hacha que tenía tras la barra-. Debe ser quien ha lanzado la flecha. O algún aliado. Lo mejor es que volváis a vuestra alcoba. Llevaos a Jhulius, que seguro que os puede explicar mejor lo sucedido. No cruzaran esa puerta, por muchos que sean, se lo juro, jefe.
   -   ¡Eh! ¡Sí, sí! -se limitó a decir Oltar, pillado totalmente por sorpresa-. Jhulius ven conmigo.

Jhulius se levantó con rapidez. Oliphe le observó con curiosidad, pues parecía que hasta ese momento había simulado estar más herido por el golpe de lo que era realidad. Pero el joven siguió los pasos de Oltar que ascendía la escalera con prisa y Oliphe perdió la oportunidad de hablar con el pelirrojo. De todas formas debía mantener la taberna en sus manos. Debía luchar.

Oltar y Jhulius tras él subieron al siguiente piso y luego al que estaba sobre este. En el primero estaban las habitaciones de las mujeres, que ya se habían encerrado en sus cuartos, donde creían que podían esconderse. Oltar se rio por dentro, ya que las puertas de esos cuartos eran endebles y no aguantarían mucho los embates de unos hombres hambrientos. En cambio, su alcoba estaba asegurada por paredes de piedra y una puerta gruesa, con una buena cerradura. La había construido así a propósito. Nadie podría tirarla abajo. Y daba lo mismo si intentaban quemar el edificio, tenía una salida propia. Un hueco en la pared de madera por el que se descendía hasta las cloacas. Podría huir sin que nadie se diera cuenta. Pero ese era su último recurso, su última carta.

Una vez entraron en su alcoba, Oltar cerró la puerta y corrió los cerrojos. Revisó que todo estaba en orden y miró a Jhulius. El pelirrojo le miró a él y no dijo nada. Oltar le miró otra vez, le tomó de un brazo y lo arrastró hasta su dormitorio, donde lo arrojó sobre la cama.

   -   Así que Jockhel nos ha traicionado -murmuró Oltar-. El muy sabandija se infiltró en las Nutrias, únicamente para vendernos. Cuando le pille le desollaré vivo y luego a Phorto y a Terbus. Aprenderán quien es el que manda.
   -   No hará falta, mi señor -dijo Jhulius.
   -   ¿Por qué? ¿No estás a favor de que me vengue por los hermanos caídos? -quiso saber Oltar.
   -   Phorto se ha declarado leal a Jockhel, una vez que este ha matado a Terbus -reveló Jhulius.
   -   ¿Qué? ¡Explícamelo! -ordenó Oltar.

Jhulius le empezó a contar todo lo que había ocurrido, desde que Jockhel les había ido asignando posiciones, les había indicado cuáles eran los objetivos y cuando debían ponerse en marcha. También le explicó cuando había empezado a torcerse, modificándose el plan hacia la derrota y la traición de Jockhel. Con cada palabra que pronunciaba Jhulius, podía distinguir como la cara de Oltar se llenaba de estupefacción y de ira. Jhulius solo obvio su relación con los traidores. Al terminar el relato, que se lo había hecho aprender Jockhel a la perfección, indicando cómo debía actuar al contarlo, pudo ver que Oltar tenía el estado de ánimo que Jockhel había vaticinado. Jhulius solo pudo reconocer que Jockhel era un estratega nato.

   -   Es el nuevo líder de los Carneros y de los Serpientes -murmuró sin creérselo aún Oltar-. Y ahora quiere matarme a mí. Pero yo no soy como Terbus. No, yo sé luchar, siempre lo he hecho. Conmigo no va a poder jugar. A ver si es capaz de encontrarme. No puede matar a quien no puede ver.

En ese momento le pareció escuchar voces en el piso de abajo, así como carreras. Oltar se acercó a la puerta, para ver si escuchaba algo al otro lado, pero nada. Jhulius, al ver que el viejo estaba ocupado con otra cosa, se movió con cuidado, reptando por la cama, poniendo los pies en el suelo y cruzando el espacio que distaba hasta una cortina que se encontraba en un costado. La atravesó y al poco regresó, con una ligera sonrisa. Oltar seguía intentando escuchar algo al otro lado, por lo que Jhulius volvió a tumbarse en la cama, lo más fiel a lo que estaba antes.

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