Kounia había observado como un par de
adultos habían desaparecido de su vista cuando les acertaron flechas en los
ojos. Había entendido que tenía que haber sido por obra de Yholet desde la
torre con su arco. Sonrió, pero avisó a sus compañeros de que los adultos eran
vulnerables en los ojos. Los grakan escucharon las palabras de Kounia y las
tomaron como algo a tener en cuenta.
Ya estaban empezando a cambiar la
estrategia a seguir cuando algo golpeó con fuerza el parapeto provocando que se
deslizaran varias piedras de la parte superior del parapeto, abriéndose una
brecha. Por un momento le pareció ver la tonalidad rojiza de la hembra alfa,
pero desapareció. En su lugar, tres crías entraron por la brecha, al tiempo que
la cabeza de un adulto lanzaba mordiscos al aire en la misma. Las crías aunque
ágiles no fueron rivales para los grakan que las abatieron de un lanzazo. El
hocico abierto de uno de los adultos apareció en la brecha, así como las garras
de las patas delanteras, intentando mover las piedras de la parte alta de la
abertura. Los guerreros atacaron la cara del animal con sus lanzas, esperando
acertar. Las pesadas hojas de las armas de los guerreros si eran capaces de
profundizar la piel del animal y numerosos cortes aparecieron en su piel
escamosa. Pero el animal hacía lo posible para evitar ser acertado en ninguno
de sus ojos.
Kounia lanzó un lamento, pues se había
percatado que las bestias se habían dado cuenta de su juego. Ahora iban a ser
más cautas a la hora de actuar. La que mantenía el hocico en la brecha, reculó,
mientras la sangre manaba por todas las heridas abiertas por las lanzas de los
grakan. Mientras lo hacía, nuevas crías se colaron por el hueco, saltando al
interior del reducto. Varios grakan se encargaron de ellas. Las pequeñas
alimañas intentaban acercar a los guerreros a la brecha o así lo vio Kounia.
- ¡Matadlas desde lejos! ¡No las sigáis a la
brecha! -advirtió Kounia, al tiempo que tomaba un trozo de madera.
Kounia lanzó el trozo negruzco y cuando
esté rozó la pared de la brecha, apareció una mandíbula que lo redujo a un
conjunto de astillas y polvo. Justo en el mismo momento que el adulto había
acometido contra el trozo de madera, un guerrero lanzó su arma, con la puntería
del cazador maestro. La punta entró por el ojo y traspasó la cabeza de parte a
parte, apareciendo la punta de la misma en la nuca de la bestia. El animal se
desplomó sobre la brecha. Por un momento, Kounia temió que el peso del cuerpo
hundiera las piedras, pero no ocurrió nada. Los guerreros lanzaron un grito de
victoria y acabaron con las últimas crías.
Fuera ya solo quedaban un par de adultos,
siendo uno la hembra alfa, y una docena o más de crías. La hembra llamó a lo
que quedaba de su grupo de caza. Pero vio como una a una las crías sucumbieron
con las flechas que eran lanzadas de algún punto en las alturas, sumida en la
oscuridad. El animal lanzó un chillido agudo, que resonó en las cabezas de los
grakan y en la de Yholet. Parecía que algo le perforaba el cráneo y licuaba los
sesos. Ninguno de los hombres pudo evitar proteger sus cabezas con sus manos.
Cuando paró el sonido, Yholet descubrió que la hembra y el otro adulto habían
desaparecido. Por la zona exterior solo quedaban las víctimas de sus letales
flechas.
Yholet permaneció en la torre hasta que
apareció Kounia. A la vez que ella llegaba, le pareció ver los primeros rayos
de luz por el horizonte.
- Hemos vencido -anunció Kounia, sonriente-.
Más bien, tú has vencido.
- Todos hemos ganado, Kounia -aseguró
Yholet-. Todos hemos aguantado y hemos sobrevivido. Pero volverán. La hembra ha
visto caer a sus hermanos e hijos. Querrá venganza.
- Poco puede hacer allí donde vamos, Yholet
-dijo sonriente Kounia-. Debemos prepararnos para movernos. No podemos
desperdiciar ni un minuto.
- Ahora te entrego mis armas… -empezó a
murmurar Yholet, quitándose el carcaj.
- Puedes quedarte con ellas, Yholet, te las
has ganado -Kounia le impidió que se sacase el carcaj de su sitio-. Los
guerreros saben que has contribuido y no querrán perder a un luchador. Te has
ganado su simpatía.
Kounia le hizo una seña para que le
siguiera. Cuando llegaron a la plaza de armas, los guerreros le recibieron con
vítores y palmadas en la espalda. Parecían haber renacido. Había desaparecido
su desazón y su apatía. Tal vez la muerte de Lystok había retirado el aura de
tristeza y temor que parecía haber invadido a los guerreros durante su marcha
durante los días anteriores.
Kounia ordenó que se cortaran las garras
de las patas delanteras, tanto de los adultos como de las crías. Los grakan las
fueron colgando de sus cinturones. Cuando el sol ya había aparecido en el
cielo, el grupo se puso en marcha. Kounia sabía que debían llegar al puente esa
tarde o tal vez no pasasen de esa noche. La hembra les buscaría, pues querría
su venganza. Aunque le había dicho que no podrían hacer tal cosa a Yholet, solo
lo había comentado para que no estuviera nervioso, ni él, ni el resto de los
guerreros. Debían alcanzar el puente y estarían seguros.
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