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domingo, 28 de octubre de 2018

La leona (23)


Kounia había observado como un par de adultos habían desaparecido de su vista cuando les acertaron flechas en los ojos. Había entendido que tenía que haber sido por obra de Yholet desde la torre con su arco. Sonrió, pero avisó a sus compañeros de que los adultos eran vulnerables en los ojos. Los grakan escucharon las palabras de Kounia y las tomaron como algo a tener en cuenta.

Ya estaban empezando a cambiar la estrategia a seguir cuando algo golpeó con fuerza el parapeto provocando que se deslizaran varias piedras de la parte superior del parapeto, abriéndose una brecha. Por un momento le pareció ver la tonalidad rojiza de la hembra alfa, pero desapareció. En su lugar, tres crías entraron por la brecha, al tiempo que la cabeza de un adulto lanzaba mordiscos al aire en la misma. Las crías aunque ágiles no fueron rivales para los grakan que las abatieron de un lanzazo. El hocico abierto de uno de los adultos apareció en la brecha, así como las garras de las patas delanteras, intentando mover las piedras de la parte alta de la abertura. Los guerreros atacaron la cara del animal con sus lanzas, esperando acertar. Las pesadas hojas de las armas de los guerreros si eran capaces de profundizar la piel del animal y numerosos cortes aparecieron en su piel escamosa. Pero el animal hacía lo posible para evitar ser acertado en ninguno de sus ojos.

Kounia lanzó un lamento, pues se había percatado que las bestias se habían dado cuenta de su juego. Ahora iban a ser más cautas a la hora de actuar. La que mantenía el hocico en la brecha, reculó, mientras la sangre manaba por todas las heridas abiertas por las lanzas de los grakan. Mientras lo hacía, nuevas crías se colaron por el hueco, saltando al interior del reducto. Varios grakan se encargaron de ellas. Las pequeñas alimañas intentaban acercar a los guerreros a la brecha o así lo vio Kounia.

   -   ¡Matadlas desde lejos! ¡No las sigáis a la brecha! -advirtió Kounia, al tiempo que tomaba un trozo de madera.

Kounia lanzó el trozo negruzco y cuando esté rozó la pared de la brecha, apareció una mandíbula que lo redujo a un conjunto de astillas y polvo. Justo en el mismo momento que el adulto había acometido contra el trozo de madera, un guerrero lanzó su arma, con la puntería del cazador maestro. La punta entró por el ojo y traspasó la cabeza de parte a parte, apareciendo la punta de la misma en la nuca de la bestia. El animal se desplomó sobre la brecha. Por un momento, Kounia temió que el peso del cuerpo hundiera las piedras, pero no ocurrió nada. Los guerreros lanzaron un grito de victoria y acabaron con las últimas crías.

Fuera ya solo quedaban un par de adultos, siendo uno la hembra alfa, y una docena o más de crías. La hembra llamó a lo que quedaba de su grupo de caza. Pero vio como una a una las crías sucumbieron con las flechas que eran lanzadas de algún punto en las alturas, sumida en la oscuridad. El animal lanzó un chillido agudo, que resonó en las cabezas de los grakan y en la de Yholet. Parecía que algo le perforaba el cráneo y licuaba los sesos. Ninguno de los hombres pudo evitar proteger sus cabezas con sus manos. Cuando paró el sonido, Yholet descubrió que la hembra y el otro adulto habían desaparecido. Por la zona exterior solo quedaban las víctimas de sus letales flechas.

Yholet permaneció en la torre hasta que apareció Kounia. A la vez que ella llegaba, le pareció ver los primeros rayos de luz por el horizonte.

   -   Hemos vencido -anunció Kounia, sonriente-. Más bien, tú has vencido.
   -   Todos hemos ganado, Kounia -aseguró Yholet-. Todos hemos aguantado y hemos sobrevivido. Pero volverán. La hembra ha visto caer a sus hermanos e hijos. Querrá venganza.
   -   Poco puede hacer allí donde vamos, Yholet -dijo sonriente Kounia-. Debemos prepararnos para movernos. No podemos desperdiciar ni un minuto.
   -   Ahora te entrego mis armas… -empezó a murmurar Yholet, quitándose el carcaj.
   -   Puedes quedarte con ellas, Yholet, te las has ganado -Kounia le impidió que se sacase el carcaj de su sitio-. Los guerreros saben que has contribuido y no querrán perder a un luchador. Te has ganado su simpatía.

Kounia le hizo una seña para que le siguiera. Cuando llegaron a la plaza de armas, los guerreros le recibieron con vítores y palmadas en la espalda. Parecían haber renacido. Había desaparecido su desazón y su apatía. Tal vez la muerte de Lystok había retirado el aura de tristeza y temor que parecía haber invadido a los guerreros durante su marcha durante los días anteriores.

Kounia ordenó que se cortaran las garras de las patas delanteras, tanto de los adultos como de las crías. Los grakan las fueron colgando de sus cinturones. Cuando el sol ya había aparecido en el cielo, el grupo se puso en marcha. Kounia sabía que debían llegar al puente esa tarde o tal vez no pasasen de esa noche. La hembra les buscaría, pues querría su venganza. Aunque le había dicho que no podrían hacer tal cosa a Yholet, solo lo había comentado para que no estuviera nervioso, ni él, ni el resto de los guerreros. Debían alcanzar el puente y estarían seguros.

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