Seguidores

domingo, 28 de octubre de 2018

El conde de Lhimoner (14)


El hijo mayor de Ulbho abrió la puerta principal de la vivienda justo cuando llegaba Beldek. Este hizo un gesto de saludo e informó que la cocinera le serviría la cena según se cambiará. Beldek asintió con la cabeza y se dirigió hacia la escalera, para ascender hasta el piso de la familia, donde cenaría y vería a su esposa e hijos. Cuando era joven hubiera comido con la ropa de trabajo, pero su esposa era muy escrupulosa con ello, y con la habitual habilidad para manchar la ropa de calidad con salsas y grasas durante sus almuerzos. Según su esposa y por la salud de las criadas, era mejor que no tuvieran que estar constantemente limpiando las prendas de un señor tan escandalosamente guarro.


Su esposa era una gran mujer y la amaba con locura. Pero le recordaba demasiado a un sargento de instrucción del ejército. Había ido aplicando con los años una serie de normas dentro de la casa. Cuando terminó de subir todos los escalones, se encontró con su esposa mirándole fijamente. Su esposa no era precisamente alta, ni delgada. No se la podía llamar gorda, pero si tenía algo más de carne en algunas zonas. A Beldek nunca le había preocupado demasiado esas características, pues su esposa tenía una belleza única. Una cara redonda, con unos enormes ojos oscuros que no dejaban de mirarle a cualquier hora, una piel fina, lisa y de un color blanco inmaculado. Una naricita pequeña y respingona. Pero lo que más le gustaba a Beldek era su gran intelecto, así como una bondad y una forma de ver la vida desde el lado bueno de las cosas. Cuando llegaba a casa, siempre le contagiaba ese entusiasmo. Incluso cuando investigaba los crímenes más atroces, la felicidad de su esposa era como un faro en donde refugiarse entre la tempestad de la crueldad humana.


   -   Llegas tarde, mi amor -dijo la esposa, acercándose a él y dándole un beso en la mejilla.

   -   El emperador me ha llamado para un nuevo caso -informó Beldek, quitándose su sombrero abultado-. Menos mal que habíamos terminado con el caso anterior. Sabes que no me gusta dejar las cosas a medias.

   -   Vaya un caso del mismísimo Fherenun -afirmó la esposa-. Eso quiere decir que estas ganando prestigio en la corte con tu trabajo. Bueno vamos, te tienes que cambiar, no queremos que Lhirnay se enfade porque tiene que estar recalentando una y otra vez la cena.


Beldek asintió y sonrió a su esposa. La siguió como un corderito hasta su alcoba. La habitación tenía dos zonas. La primera donde se encontraba el vestidor, con varios armarios, unos con la ropa de él y el resto de su esposa. Por las mañanas, le solía ayudar uno de los criados a vestirse, pues prefería que su esposa siguiese durmiendo unas horas más, pero por la noche, esta se negaba a permitir que otra persona ayudase a su esposo a desvestirse. Beldek estaba seguro que es porque buscaba manchas y cosas parecidas. Para andar por casa, solía usar unos calzones largos, de tonos oscuros, una camisa sencilla, una casaca de lona azulada y unas babuchas de suela estrecha. No tardó mucho en cambiarse y junto a su esposa que vestía también muy simple a su vez, se dirigieron al comedor.


Allí ya les esperaban tres criados, dos para encargarse de su cena y una tercera, encargada de los dos hijos de la pareja. El mayor era Dheber, tenía seis años y el pequeño Orpher de dos años. Ambos se parecían a su padre, pero con rasgos de su madre, como la nariz y los ojos. Ambos miraron a su padre, pero solo el mayor le llamó varias veces. Ambos recibieron la misma amorosa atención, un par de besos en las mejillas y caricias por el cuerpo. Tras lo que se sentó en su silla, antes de que su esposa pusiera orden.


Lo que les sirvieron a los adultos fue diferente de los padres, pero todos se llenaron con unos platos simples pero deliciosas. Beldek como siempre deseó lo mejor para su cocinera, que se encargaría el criado de más edad llevar abajo, junto a los platos para limpiar. La ama de cría se llevó a los dos retoños a su cuarto, tras una despedida de sus padres, aunque su esposa dijo que iría a encargarse del toque final. Tras lo que Beldek y su esposa se dirigieron hacia una habitación con sillones y estanterías con libros que hacía de espacio de descanso.


   -   Te veo un poco tenso, amor, espero que el nuevo caso no te pase factura -dijo la esposa.

   -   No te preocupes, Ghanali -negó Beldek-. Es solo que parece un caso raro, peliagudo. Además me ha obligado a reencontrarme con el sumo sacerdote. Nada más.


Ghanali no dijo nada, sino que se sentó a leer un libro que había tomado de una de las baldas. Pero sabía lo poco que le caía bien el sumo sacerdote a su esposo y no era cosa nimia, pues en la ciudad no era muy bien visto el religioso, por sus formas hurañas y presuntuosas de tratar con todo el mundo. Pero no se podía hacer nada, pues los sumos sacerdotes eran elegidos de por vida. Así que hasta que Rhetahl no le llamara a su lado. Allí seguiría.


Tras un rato, cada uno con un libro diferente, llegó la hora de irse a dormir. Ambos se dirigieron a su alcoba y se ayudaron mutuamente a ponerse los camisones. Hubo caricias en ambos momentos por parte de cada uno de ellos. Cuando quedaron saciados de demostrar su amor y pasión se dirigieron al lecho, se tumbaron, se acercaron el uno al otro, se abrazaron y se fueron quedando dormidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario