El hijo mayor de Ulbho abrió la puerta
principal de la vivienda justo cuando llegaba Beldek. Este hizo un gesto de
saludo e informó que la cocinera le serviría la cena según se cambiará. Beldek
asintió con la cabeza y se dirigió hacia la escalera, para ascender hasta el
piso de la familia, donde cenaría y vería a su esposa e hijos. Cuando era joven
hubiera comido con la ropa de trabajo, pero su esposa era muy escrupulosa con
ello, y con la habitual habilidad para manchar la ropa de calidad con salsas y
grasas durante sus almuerzos. Según su esposa y por la salud de las criadas,
era mejor que no tuvieran que estar constantemente limpiando las prendas de un
señor tan escandalosamente guarro.
Su esposa era una gran mujer y la amaba
con locura. Pero le recordaba demasiado a un sargento de instrucción del
ejército. Había ido aplicando con los años una serie de normas dentro de la
casa. Cuando terminó de subir todos los escalones, se encontró con su esposa
mirándole fijamente. Su esposa no era precisamente alta, ni delgada. No se la
podía llamar gorda, pero si tenía algo más de carne en algunas zonas. A Beldek
nunca le había preocupado demasiado esas características, pues su esposa tenía
una belleza única. Una cara redonda, con unos enormes ojos oscuros que no
dejaban de mirarle a cualquier hora, una piel fina, lisa y de un color blanco
inmaculado. Una naricita pequeña y respingona. Pero lo que más le gustaba a
Beldek era su gran intelecto, así como una bondad y una forma de ver la vida
desde el lado bueno de las cosas. Cuando llegaba a casa, siempre le contagiaba
ese entusiasmo. Incluso cuando investigaba los crímenes más atroces, la
felicidad de su esposa era como un faro en donde refugiarse entre la tempestad
de la crueldad humana.
- Llegas tarde, mi amor -dijo la esposa,
acercándose a él y dándole un beso en la mejilla.
- El emperador me ha llamado para un nuevo
caso -informó Beldek, quitándose su sombrero abultado-. Menos mal que habíamos
terminado con el caso anterior. Sabes que no me gusta dejar las cosas a medias.
- Vaya un caso del mismísimo Fherenun
-afirmó la esposa-. Eso quiere decir que estas ganando prestigio en la corte
con tu trabajo. Bueno vamos, te tienes que cambiar, no queremos que Lhirnay se
enfade porque tiene que estar recalentando una y otra vez la cena.
Beldek asintió y sonrió a su esposa. La
siguió como un corderito hasta su alcoba. La habitación tenía dos zonas. La
primera donde se encontraba el vestidor, con varios armarios, unos con la ropa
de él y el resto de su esposa. Por las mañanas, le solía ayudar uno de los
criados a vestirse, pues prefería que su esposa siguiese durmiendo unas horas
más, pero por la noche, esta se negaba a permitir que otra persona ayudase a su
esposo a desvestirse. Beldek estaba seguro que es porque buscaba manchas y
cosas parecidas. Para andar por casa, solía usar unos calzones largos, de tonos
oscuros, una camisa sencilla, una casaca de lona azulada y unas babuchas de
suela estrecha. No tardó mucho en cambiarse y junto a su esposa que vestía
también muy simple a su vez, se dirigieron al comedor.
Allí ya les esperaban tres criados, dos
para encargarse de su cena y una tercera, encargada de los dos hijos de la
pareja. El mayor era Dheber, tenía seis años y el pequeño Orpher de dos años.
Ambos se parecían a su padre, pero con rasgos de su madre, como la nariz y los
ojos. Ambos miraron a su padre, pero solo el mayor le llamó varias veces. Ambos
recibieron la misma amorosa atención, un par de besos en las mejillas y
caricias por el cuerpo. Tras lo que se sentó en su silla, antes de que su
esposa pusiera orden.
Lo que les sirvieron a los adultos fue
diferente de los padres, pero todos se llenaron con unos platos simples pero
deliciosas. Beldek como siempre deseó lo mejor para su cocinera, que se
encargaría el criado de más edad llevar abajo, junto a los platos para limpiar.
La ama de cría se llevó a los dos retoños a su cuarto, tras una despedida de
sus padres, aunque su esposa dijo que iría a encargarse del toque final. Tras
lo que Beldek y su esposa se dirigieron hacia una habitación con sillones y
estanterías con libros que hacía de espacio de descanso.
- Te veo un poco tenso, amor, espero que el
nuevo caso no te pase factura -dijo la esposa.
- No te preocupes, Ghanali -negó Beldek-. Es
solo que parece un caso raro, peliagudo. Además me ha obligado a reencontrarme
con el sumo sacerdote. Nada más.
Ghanali no dijo nada, sino que se sentó a
leer un libro que había tomado de una de las baldas. Pero sabía lo poco que le
caía bien el sumo sacerdote a su esposo y no era cosa nimia, pues en la ciudad
no era muy bien visto el religioso, por sus formas hurañas y presuntuosas de
tratar con todo el mundo. Pero no se podía hacer nada, pues los sumos
sacerdotes eran elegidos de por vida. Así que hasta que Rhetahl no le llamara a
su lado. Allí seguiría.
Tras un rato, cada uno con un libro
diferente, llegó la hora de irse a dormir. Ambos se dirigieron a su alcoba y se
ayudaron mutuamente a ponerse los camisones. Hubo caricias en ambos momentos
por parte de cada uno de ellos. Cuando quedaron saciados de demostrar su amor y
pasión se dirigieron al lecho, se tumbaron, se acercaron el uno al otro, se
abrazaron y se fueron quedando dormidos.
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