La dama Arnayna había ayudado a subir a su tío hasta la cima de la torre
del cuartel. Aún quedaba luz suficiente, pero la noche se apresuraba para
llegar. El guerrero que siempre estaba cerca de Ofthar, Mhista recordaba la
dama que se llamaba, había ido a avisar a su amigo que se acercaba la fuerza
principal del enemigo o por lo menos un grupo bien nutrido. Avanzaban con
banderas blancas, querían hablar, algo que Ofthar indicó que ya suponía que
intentarían. El joven se había preparado para ir a hablar con ellos. Arnayna se
sobresaltó al ver que su tío lo permitía. Ella también había podido ir, pero no
parecía estar en los planes de su tío, ni de Ofthar, algo que le dolió un poco,
pues le había parecido que Ofthar no la hacía de menos como sus conciudadanos y
los tharns del señorío.
- Deja de poner esa cara de enfadada,
sobrina mía -dijo de improviso Usbhale-. Que Ofthar no te haya llevado a la
puerta era lo más indicado.
- ¿Por? Yo tengo más nivel que él para
tratar con esclavos insurrectos -se quejó Usbhale.
- Es verdad que lo tienes, pero ellos no
hubieran dicho ni una palabra -asintió Usbhale-. El líder rebelde jamás se
dignaría a hablar con una mujer, más bien ese dato los envalentonaría.
Pensarían que los guerreros de Limeck deben ser muy débiles para permitir que
los dirija una mujer. En ese punto tú tendrías que revelar tu verdadera
identidad, lo que sería más un problema que una ventaja. No sé si ese dato le
haría hablar, pero sí que lucharían con más fuerza para poder atraparte y de
ese modo negociar con Naynho con más cartas.
- Lo entiendo -aseguró Arnayna, que le vino
una duda a la cabeza-. ¿Por qué no has ido tú, eres el gobernador?
- En primer lugar por el mismo que tú no
podías ir. El enemigo se mofaría de un herido que no puede caminar sin ayuda,
ya no te digo subir al parapeto -explicó Usbhale-. El segundo, porque no tengo
mucha credibilidad. Deje que Limeck cayera en sus manos y no intente
recuperarla. Ha venido un joven que me ha eclipsado en poco tiempo. No te
creas, no le tengo envidia, ni nada parecido, solo que me siento un poco mayor.
Estos tiempos ya no son para mí. Pero ya le veo llegar a la empalizada. Veamos
que hace Ofthar con el enemigo.
- ¿Podrá negociar con ellos una tregua?
-quiso saber Arnayna.
- Estaría bien, pero me temo que no tenemos
nada que puedan querer -admitió Usbhale-. Solo Ordhin sabe lo que va a pasar.
Él y las wherthuins son los únicos que conocen el destino de los hombres.
Mientras Usbhale y su sobrina observaban desde su improvisada atalaya,
Ofthar subía a la empalizada. Sobre ella se encontraban Mhista, manteniendo el
estandarte que había hecho Orot, mecido por la brisa que llegaba de las
montañas, Rhime y Ubbal, con una flecha en los arcos, pero sin apuntar a nadie,
pues el enemigo venía pidiendo tregua y había que respetarla.
Ofthar se colocó junto a Mhista y observó fuera. El enemigo había hecho
formar a su infantería, varias líneas de esclavos andrajosos y sin armadura de
ningún tipo, pero con espadas y escudos. De lejos podrían haber provocado pavor
en un ejército menos numeroso, pero ante Ofthar y el resto era patético. La
cosa cambiaba en el centro de la formación. Allí había guerreros con armaduras
pesadas y medias de cuero. Esos eran más peligrosos, pero su número era muy
inferior. Ante ellos, había varios hombres a caballo, pero uno era más visible
que los otros. Ese espoleó su montura y se adelantó acompañado de cuatro
jinetes, dos con banderas blancas en las lanzas y otros sin nada en ellas. El
hombre tendría más de cincuenta años, el pelo habría sido rubio, pero ahora ya
encanecía. El rostro estaba cubierto por runas y otros tatuajes. Los rasgos le
recordaron a alguien y Ofthar se sonrió. El destino era caprichoso, pero por
una vez Ordhin le había mostrado lo que quería hacer.
- Alto, no avances ni un paso más -ordenó
Mhista, por lo que el jinete detuvo su montura-. ¿Quién eres y qué te da
derecho a presentarte ante mi señor?
- Soy Oloplha, hijo de Olphato, señor de las
brumas negras y me presento ante tu señor como libertador de Limeck -se
presentó el hombre con voz fuerte, pero sin gritar.
- No reconozco a ningún señor de las brumas
negras, Oloplha, hijo de Olphato -dijo Ofthar, pues Mhista ya había hecho su
parte-. Te conmino a que rindas tu ejército y te prepares para sufrir tu
castigo.
- ¡Yo, rendirme! Mira niño, creo que no eres
capaz de ver la realidad. Tengo más efectivos que tú -se mofó Oloplha.
- Yo solo veo esclavos harapientos que se
derrumban cuando las cosas no están bien -interrumpió Ofthar-. Solo veo ovejas
listas para ser sacrificadas.
- Tú dirigías a los que destrozaron el
ataque de ayer -indicó Oloplha-. Bien, no eres tan niño. Pero eso no te da la
victoria. Solo un respiro para los habitantes de Limeck, esa chusma. Pero
podemos llegar a un acuerdo. Siempre se puede negociar.
- Si vienes a por nuestra rendición olvídate,
primero debes retomar la ciudad y luego el reducto, lo que te llevará
demasiado, pues tus hombres no son lo que parecen -advirtió Ofthar.
Oloplha chasqueó la lengua y lanzó una pequeña blasfemia. No estaba cómodo
con la negociación, pues esperaba encontrarse con el viejo gobernador, no con
ese joven. Desde el primer minuto lo estaba ridiculizando pues aun ni se había
dignado a presentarse. Como pillara a ese muchacho le iba a enseñar tener
respeto a los que son más que él. Primero lo torturaría y luego se lo
entregaría a Bheler. Tal vez la eternidad bajo el mandato del señor del
infierno le bajaría los humos al joven.
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