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miércoles, 17 de octubre de 2018

Unión (42)


La dama Arnayna había ayudado a subir a su tío hasta la cima de la torre del cuartel. Aún quedaba luz suficiente, pero la noche se apresuraba para llegar. El guerrero que siempre estaba cerca de Ofthar, Mhista recordaba la dama que se llamaba, había ido a avisar a su amigo que se acercaba la fuerza principal del enemigo o por lo menos un grupo bien nutrido. Avanzaban con banderas blancas, querían hablar, algo que Ofthar indicó que ya suponía que intentarían. El joven se había preparado para ir a hablar con ellos. Arnayna se sobresaltó al ver que su tío lo permitía. Ella también había podido ir, pero no parecía estar en los planes de su tío, ni de Ofthar, algo que le dolió un poco, pues le había parecido que Ofthar no la hacía de menos como sus conciudadanos y los tharns del señorío.

   -    Deja de poner esa cara de enfadada, sobrina mía -dijo de improviso Usbhale-. Que Ofthar no te haya llevado a la puerta era lo más indicado.
   -   ¿Por? Yo tengo más nivel que él para tratar con esclavos insurrectos -se quejó Usbhale.
   -   Es verdad que lo tienes, pero ellos no hubieran dicho ni una palabra -asintió Usbhale-. El líder rebelde jamás se dignaría a hablar con una mujer, más bien ese dato los envalentonaría. Pensarían que los guerreros de Limeck deben ser muy débiles para permitir que los dirija una mujer. En ese punto tú tendrías que revelar tu verdadera identidad, lo que sería más un problema que una ventaja. No sé si ese dato le haría hablar, pero sí que lucharían con más fuerza para poder atraparte y de ese modo negociar con Naynho con más cartas.
   -   Lo entiendo -aseguró Arnayna, que le vino una duda a la cabeza-. ¿Por qué no has ido tú, eres el gobernador?
   -   En primer lugar por el mismo que tú no podías ir. El enemigo se mofaría de un herido que no puede caminar sin ayuda, ya no te digo subir al parapeto -explicó Usbhale-. El segundo, porque no tengo mucha credibilidad. Deje que Limeck cayera en sus manos y no intente recuperarla. Ha venido un joven que me ha eclipsado en poco tiempo. No te creas, no le tengo envidia, ni nada parecido, solo que me siento un poco mayor. Estos tiempos ya no son para mí. Pero ya le veo llegar a la empalizada. Veamos que hace Ofthar con el enemigo.
   -   ¿Podrá negociar con ellos una tregua? -quiso saber Arnayna.
   -   Estaría bien, pero me temo que no tenemos nada que puedan querer -admitió Usbhale-. Solo Ordhin sabe lo que va a pasar. Él y las wherthuins son los únicos que conocen el destino de los hombres.

Mientras Usbhale y su sobrina observaban desde su improvisada atalaya, Ofthar subía a la empalizada. Sobre ella se encontraban Mhista, manteniendo el estandarte que había hecho Orot, mecido por la brisa que llegaba de las montañas, Rhime y Ubbal, con una flecha en los arcos, pero sin apuntar a nadie, pues el enemigo venía pidiendo tregua y había que respetarla.

Ofthar se colocó junto a Mhista y observó fuera. El enemigo había hecho formar a su infantería, varias líneas de esclavos andrajosos y sin armadura de ningún tipo, pero con espadas y escudos. De lejos podrían haber provocado pavor en un ejército menos numeroso, pero ante Ofthar y el resto era patético. La cosa cambiaba en el centro de la formación. Allí había guerreros con armaduras pesadas y medias de cuero. Esos eran más peligrosos, pero su número era muy inferior. Ante ellos, había varios hombres a caballo, pero uno era más visible que los otros. Ese espoleó su montura y se adelantó acompañado de cuatro jinetes, dos con banderas blancas en las lanzas y otros sin nada en ellas. El hombre tendría más de cincuenta años, el pelo habría sido rubio, pero ahora ya encanecía. El rostro estaba cubierto por runas y otros tatuajes. Los rasgos le recordaron a alguien y Ofthar se sonrió. El destino era caprichoso, pero por una vez Ordhin le había mostrado lo que quería hacer.

   -   Alto, no avances ni un paso más -ordenó Mhista, por lo que el jinete detuvo su montura-. ¿Quién eres y qué te da derecho a presentarte ante mi señor?
   -   Soy Oloplha, hijo de Olphato, señor de las brumas negras y me presento ante tu señor como libertador de Limeck -se presentó el hombre con voz fuerte, pero sin gritar.
   -   No reconozco a ningún señor de las brumas negras, Oloplha, hijo de Olphato -dijo Ofthar, pues Mhista ya había hecho su parte-. Te conmino a que rindas tu ejército y te prepares para sufrir tu castigo.
   -   ¡Yo, rendirme! Mira niño, creo que no eres capaz de ver la realidad. Tengo más efectivos que tú -se mofó Oloplha.
   -   Yo solo veo esclavos harapientos que se derrumban cuando las cosas no están bien -interrumpió Ofthar-. Solo veo ovejas listas para ser sacrificadas.
   -   Tú dirigías a los que destrozaron el ataque de ayer -indicó Oloplha-. Bien, no eres tan niño. Pero eso no te da la victoria. Solo un respiro para los habitantes de Limeck, esa chusma. Pero podemos llegar a un acuerdo. Siempre se puede negociar.
   -   Si vienes a por nuestra rendición olvídate, primero debes retomar la ciudad y luego el reducto, lo que te llevará demasiado, pues tus hombres no son lo que parecen -advirtió Ofthar.

Oloplha chasqueó la lengua y lanzó una pequeña blasfemia. No estaba cómodo con la negociación, pues esperaba encontrarse con el viejo gobernador, no con ese joven. Desde el primer minuto lo estaba ridiculizando pues aun ni se había dignado a presentarse. Como pillara a ese muchacho le iba a enseñar tener respeto a los que son más que él. Primero lo torturaría y luego se lo entregaría a Bheler. Tal vez la eternidad bajo el mandato del señor del infierno le bajaría los humos al joven.

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