Regresar a la ciudadela de Ahlmarion les llevó otro silencioso rato, pero
menos que a la ida, pues la tarde se iba acercando a la noche y muchos de los
ciudadanos ya estaban regresando a la paz de sus casas. Los mercaderes ya no se
moverían con sus productos hasta la mañana siguiente. Incluso las grandes
avenidas estaban menos concurridas. Aunque en parte, Beldek pensaba que los
ciudadanos cuando veían su furgón de presos se alejaban, por si la maldad de
los que en ellos viajaban fueran a mancharles. Las supersticiones calaban mucho
en los corazones de la gente, mientras que la realidad les costaba más
asimilarla.
Al contrario que en las puertas del barrio alto y de ciudadela del palacio,
los guardias de la puerta de la ciudadela de Ahlmarion, les dejaron pasar según
vieron al prefecto. Se dirigieron hacia su cuartel. Cruzaron el pasadizo que
les llevaba al patio de armas, deteniéndose en uno de los lados, no ante la
puerta principal. El conductor del carruaje y el estudioso se apearon
rápidamente. El guardia se encargó de abrir la portezuela, y el estudioso
esperó a que su compañero se apease y entre ambos sacaron la camilla, que se
llevaron hacia una pequeña puerta, cerca de donde se habían detenido. Beldek
esperó a que unos guardias se acercaran para tomar las riendas de sus caballos.
Entonces se apeó y se dirigió hacia la puerta por donde habían desaparecido los
estudiosos y su carga. Ahlssei y Fhahl le siguieron en silencio.
Para sorpresa de Ahlssei, al otro lado de la puerta había únicamente unas
escaleras que se adentraban en el suelo. Las paredes no parecían las de un
sótano, sino que habían sido excavadas en la roca, eran vastas. Cuanto más
descendían, el ambiente se volvió más fresco. Al final distinguió mucha luz,
que debido a la semisombra de las antorchas de la escalera, le cegó al entrar.
Cuando sus ojos se aclimataron, se dio cuenta que estaba en una sala en cuyas
paredes se habían instalado muchos espejos, lo que explicaba lo de la claridad.
En el centro de la sala había cuatro mesas, grandes. Sobre una de ellas estaba
colocada su víctima, aun tapada por la sábana. Sus ojos no pudieron evitar
detenerse en otro cuerpo, menudo, de piel blanca, surcada de multitud de
rastros de las alimañas. Le faltaban los ojos y supuso que más cosas. Un hombre
de barba blanca, enfundado en una ropa muy parecida a los estudiosos observaba
ese pequeño cuerpo. A parte del arco por el que habían accedido, había otros
dos en las paredes de la derecha y enfrente. También había algún estante y una
mesa llena de papeles y útiles de escritura.
- Prefecto, la hemos encontrado donde
Khirahl dijo -habló un guardia que Ahlssei no se había percatado de su
presencia.
- Bien hecho Shiahl, pero me temo que este
caso que traigo conmigo tiene prioridad, es un caso imperial -afirmó Beldek-.
Hervolk, necesitó que dejes paralizado el caso de Khirahl y pases directamente
a esta mujer.
El estudioso de barba blanca dejó de observar con detenimiento el cuerpo
menudo y miró al cuerpo de la otra mesa. Parecía un hombre bastante mayor, un
anciano, pero se le veía que disfrutaba con su trabajo, pues sonrió al ver el
nuevo espécimen.
- Como ordene prefecto, pero la niña ya no
me dice nada más -dijo Hervolk, tomando una sábana y tapando el cuerpo menudo-.
Le he preparado un informe para el cadí.
- Lo miraré con detalle, Hervolk, pero
supongo que será un gran trabajo de tu parte -elogió Beldek al anciano que
parecía más interesado en el nuevo cuerpo que las buenas palabras del prefecto.
Beldek se dirigió hacia la mesa llena de papeles y vio una carpeta de piel
en la que ponía caso Khirahl y la tomó. Iba a abrirla, cuando notó que tanto
Ahlseei, como los dos sargentos se habían aproximado a él. Beldek supuso que en
parte se debía a que querían hablar con él, pero en parte sería porque el
anciano, ayudado por uno de sus compañeros había retirado la sábana que cubría
la mujer que había traído del gran templo. La gran sonrisa que se había
dibujado en el rostro del anciano, era una mueca demencial, de aquel que le
gusta la belleza de lo muerto.
- Le has llamado Hervolk, ese nombre me
suena. ¿Dónde he escuchado ese nombre antes? -murmuró Ahlseei, que prefería no
mirar directamente a el anciano.
- Seguro que habrás oído de Hervolk de
Fhigahl -indicó Beldek.
- ¿Hervolk de Fhigahl? -repitió asombrado
Ahlssei-. ¿El médico que se dedicaba a matar gente? ¿El mutilador de La
Sobhora? ¿Ese Hervolk de Fhigahl?
- El mismo que viste y calza -afirmó Beldek,
pidiendo calma-. Le pedí al emperador que me lo cediese. El verdugo y el
alcaide de la prisión querían hacer la condena lo más corta posible. Pero mi
explicación y lo que sabe hacer, han sido suficientes para conseguir que viva
aquí. La verdad es que este lugar le viene como anillo al dedo para sus
impulsos. Entra el suficiente número de cuerpos para que no le entren ansias de
ir a buscar más. Excepto por ese pequeño vicio, es una persona muy considerada
y eficiente -Beldek levantó la carpeta.
- ¿Su pequeño vicio? ¿Una persona
considerada y eficiente? -repitió incrédulo Ahlssei-. Eso no puede ser, si era
un carnicero despiadado. Dejó cientos de muertos tras las décadas que actuó en
la ciudad y ni qué decir de La Sobhora.
- Las personas cambian si se les estimula lo
suficiente -se limitó a decir Beldek, mientras abría la carpeta-. Si me
permitía una lectura breve.
Ahlssei asintió con la cabeza, tras lo que Beldek se puso a leer lo que
había dentro de la carpeta. Los dos sargentos habían preferido permanecer en
silencio, sin decir lo que pensaban sobre la presencia del macabro médico de su
morgue.
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