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miércoles, 24 de octubre de 2018

Lágrimas de hollín (37)


La guarida de los Nutrias era una vieja posada, de varias plantas. Se encontraba en un engrosamiento de la calle. Algunos decían que era una plaza, pero a la mayoría no le parecía que un elemento más de la falta de uniformidad a la hora de construir el barrio en su día. Las casas se fueron levantando en cada hueco que iban preparando cuando se estableció el castro en lo alto de la colina, en un tiempo muy anterior a que se crease el reino, mucho antes de los Mars.

El negocio fue floreciente, pero cuando el barrio comenzó a convertirse en el lugar que era hoy en día, lleno de maleantes y vagos, la posada se hundió. Aún pasaría mucho tiempo hasta que se convirtiera en el cuartel de los Nutrias, pero nunca volvió a ser la posada que fuera antaño. Ahora aparte de un nido de maleantes, tenía su propia colonia de mujeres de baja reputación, listas para contentar a los Nutrias. Pues Oltar tenía la idea que sus hombres eran más felices y leales si estos tenían la diversión máxima.

Jhulius llegó a la carrera y entró en la posada. En el gran salón había mujeres y un par de hombres, a parte de un camarero. Los hombres le observaron con cierto desagrado y prefirieron mirar a otro lado. Pero Jhulius fue directo al tabernero.

   -   ¡Nos han traicionado! -gritó Jhulius al tabernero, que lo miró con preocupación, pues detectaba el miedo en cuanto lo veía.
   -   ¿Qué ha pasado? -quiso saber el tabernero, mientras hacía un gesto a los hombres que había por ahí.
   -   ¡Jockhel! Eso es lo que ha pasado -las palabras de Jhulius, presas de un pavor como ningún otro, se pegaban unas con otras intentando salir por su boca.
   -   Cálmate, Jhulius y explícanos que ha ocurrido -pidió el tabernero, mientras movía su mano, para que se serenase.
   -   Fuimos a la trampa, como Oltar había ordenado, y todo iba bien, cerramos el callejón y tomamos la balconada -narró Jhulius, un poco más calmado, pero poco-. Cuando todo parecía que iba bien, Jockhel desató un infierno. Nos alertó que los Carneros y los Serpientes se habían unido contra nosotros. Los Carneros atacaron el callejón y los Serpientes a los de la balconada. No he encontrado ningún superviviente más. Incluso varios del callejón se rindieron y Jockhel los hizo pasar a cuchillo.
   -   ¿Y tú dónde estabas, cagado? -preguntó uno de los hombres cogiendo del cuello a Jhulius-. Eres una asquerosa damisela, un zurullo que solo sirve para dar placer. Pero te escondes cuando toca luchar. Ve con las tuyas.

El hombre arrastró de Jhulius, como si no pesase nada y lo lanzó contra las mesas en las que estaban las mujeres, que tuvieron la agilidad de apartarse. Jhulius chocó con estrépito con los muebles, lanzando un gemido de dolor. El tabernero salió de detrás de la barra y empujó al hombre que había lanzado a Jhulius, fue hasta él y lo levantó, arrastrándolo hasta la barra de nuevo, donde lo sentó en un taburete.

   -   ¿Para qué le ayudas, Oliphe? No es más que un cobarde -espetó el matón que había lanzado a Jhulius.
   -   Porque no ha terminado de dar las noticias, imbécil -respondió Oliphe, intentando que Jhulius volviera en sí-. Tal vez sabe dónde está Jockhel. Eres un tarugo que no piensa. Y si quieres sobrevivir, es mejor que no destroces el juguete de nuestro señor o lo tendrás mal en este clan.

El matón empalideció al recordar esa verdad. Oltar quería demasiado a Jhulius, para permitir que alguien le estropease su muñeco. Le daría lo mismo que fuera su principal lugarteniente. Llegaría un día que la protección sobre Jhulius se esfumase, pues a Oltar los juguetes no duraban demasiado, se aburría de ellos y buscaba otros. El tabernero se empleaba a fondo para hacer reaccionar a Jhulius y cuando por fin vio que volvía en sí, siguió con su interrogatorio.

   -   ¿Dónde está Jockhel? ¿Sabes lo que ha pasado después de la traición? -preguntó Oliphe.
   -   Les oí, viene hacia aquí, con la idea de matar a Oltar para hacerse con su territorio -respondió entre gemidos y lágrimas Jhulius, escudandose con los brazos, temiendo más golpes.
   -   ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es todo este alboroto? -se escuchó una voz a la espalda del tabernero y los matones.

Un hombre de gran tamaño, con una tripa voluminosa, un cuerpo lleno de pelo, negruzco, vestido con unos calzones amarillentos, manchados de comida y orines, junto con una gabán abierto que dejaba ver todo su tronco desnudo. El hombre llevaba una perilla poco cuidada, de nariz grande y ojos oscuros. La sonrisa era amarillenta, aunque le faltaban demasiados dientes. El pelo, antes negro ya había ido desapareciendo de casi toda su cabeza, pero donde persistía caía en mechones muy largos. En la mano llevaba un pesado bastón de madera, lleno de nudos. Los ojos fueron pasando de unos a otros hasta que se quedaron fijos en Jhulius. Su rostro se crispó y comenzó a poner un rictus de enojo.

   -   ¿Qué te ha pasado, mi pequeño Jhulius? -preguntó con una voz que parecía la de un padre amoroso ante su hijo pequeño.

Jhulius miró al matón que le había lanzado contra las mesas, que tragó temiendo lo peor. Incluso le pareció intuir una ligera sonrisa en la boca del pelirrojo.

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