Seguidores

miércoles, 17 de octubre de 2018

Lágrimas de hollín (36)


Los Carneros trajeron a rastras a ocho hombres. Todos estaban heridos, pero Fhin buscó a uno en especial. Era un hombre joven, de unos dieciséis años, de pelo rojizo, vestido con una armadura de cuero hecha con tiras de ese material. Fhin señaló al pelirrojo e hizo una seña para que acercaran más. El joven miró a Fhin con ojos inyectados en sangre.

   -   ¡Traidor! Eres un miserable cabrón, Jockhel -gritó el pelirrojo al quedar ante Fhin-. Ojalá los dioses te arranquen el alma a mordiscos,...

Las palabras del muchacho se quedaron en suspenso, pues Fhin le abofeteó la cara. Tras lo que miró a Phorto.

   -   Los otros son leales a Oltar, mátalos -ordenó Fhin.

Phorto acató la orden de Jockhel y sus hombres cortaron los cuellos de los indefensos Nutrias, que cayeron lanzando maldiciones.

   -   Phorto, puedes encargarte de tu parte de la misión. Nos veremos en tu guarida en unas horas -indicó Fhin.

Phorto tomó la cabeza de Terbus, la metió en un saco y se marchó de allí, seguido de sus hombres. El pelirrojo miró a los que hasta hacía nada habían sido sus compañeros, muertos sobre las piedras del suelo. Entonces miró a Fhin, con ojos llenos de odio.

   -   ¿Por qué has hecho eso, podrían haberte servido? -inquirió el pelirrojo, enfadado.
   -   No, no lo creo, Jhulius -negó Fhin-. Bheldur, corta sus ataduras, quieres. Esos hombres eran campeones de Oltar, no se hubieran vuelto contra él. No hemos llegado hasta este punto, Jhulius, para arrepentirnos por unas muertes más. Sabes en qué punto estas ahora y ya no hay vuelta atrás. Oltar no te perdonará, como no lo hará conmigo. Para él, los dos somos traidores, pues somos los únicos que nos hemos salvado de la trampa.
   -   Aun puedo congraciarme con él, sabes que puedo -dijo Jhulius, con cierto temor por las consecuencias que se avecinaban.
   -   Puedes meterte en su cama de nuevo, pero ya no creo que sea tan bondadoso -aseguró Fhin.
   -   En mala hora escuche tus palabras, Jockhel -se quejó Jhulius.
   -   Quién lo diría, pues estabas muy deseoso de ascender en las Nutrias, por ello te habías hecho tan amigo de Oltar, ¿no? -ironizó Fhin-. Pero cuando llegue yo y te dije que había otra forma, sin tener que compartir el lecho con esa bola de grasa, me escuchaste sin problema. Jhulius, ya te dije que eras un hombre interesante, pero el miedo a la vida te hace perder la compostura. Pero por ahora has hecho las cosas bien, pero claro, debes hacer tu última contribución. Luego te espera una vida plena. En eso quedamos, ¿verdad?

El pelirrojo le miró y acabó asintiendo con la cabeza. Jhulius era la llave para acceder a Oltar. Él sabía cómo llegar hasta la mismísima alcoba de Oltar, donde Fhin sabía que el viejo Nutria se escondería cuando supiera de las malas noticias y de que Jockhel había llegado para acabar con él.

   -   En ese caso, es hora de ponernos en marcha -indicó Fhin.
   -   ¿Y todos estos muertos? -preguntó Bheldur.
   -   Ya nos encargaremos más tarde -respondió Fhin.
   -   Puede que solo encontremos cuerpos desnudos. Las armaduras, las armas y todo lo demás será de gran necesidad en el futuro, cuando tengamos hombres que equipar -aseguró Bheldur, un poco intranquilo por la previsible pérdida.
   -   No, nadie de este barrio moverá ni un dedo, lo dejaran todo dónde está -afirmó Fhin-. No van a querer enemistarse con el nuevo señor, alguien capaz de eliminar a dos clanes poderosos. No, Bheldur, no. Los habitantes de la Cresta son supervivientes y no se llega a ello si hacen locuras de ese tipo.

Bheldur comprendió las palabras de Fhin. Al fin y al cabo él había crecido en el barrio desde que era niño. Sabía mejor que nadie lo que era sobrevivir en la Cresta. Y también tenía mucha razón al indicar que nadie en su sano juicio querría vérselas con aquel que había acabado con dos líderes de clan en una sola noche. Las noticias de lo ocurrido en la plaza y en los territorios de Serpientes y Nutrias pronto se conocería en todos los puntos del barrio, incluso saldrían fuera de las murallas y se oiría en otros barrios colindantes. Un nuevo señor había aparecido, con la idea de unificar los clanes en uno solo.

Los cuatro jóvenes abandonaron la plaza por el callejón, donde había varios cadáveres de Nutrias. Jhulius puso mala cara, pero no dijo nada. Pues él había estado luchando en ese tramo, en la retaguardia, fallando sus disparos de flecha y ballesta, siguiendo los planes de Jockhel y también había sido el primero en rendirse a los Carneros. Varios le habían imitado y habían sido ejecutados, aunque él no. Pero recordó lo que Jockhel le había prometido si acababan con Oltar y la avaricia pudo con sus achaques de la conciencia. El oro siempre acallaba a los miedos y a las posibles dudas. Y la cantidad de oro que le había prometido Jockhel era inmensa. Cuando Oltar estuviera muerto, todo sería suyo. Pero tendría que llevar a cabo bien su papel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario