Los Carneros trajeron a rastras a ocho
hombres. Todos estaban heridos, pero Fhin buscó a uno en especial. Era un
hombre joven, de unos dieciséis años, de pelo rojizo, vestido con una armadura
de cuero hecha con tiras de ese material. Fhin señaló al pelirrojo e hizo una
seña para que acercaran más. El joven miró a Fhin con ojos inyectados en
sangre.
- ¡Traidor! Eres un miserable cabrón,
Jockhel -gritó el pelirrojo al quedar ante Fhin-. Ojalá los dioses te arranquen
el alma a mordiscos,...
Las palabras del muchacho se quedaron en
suspenso, pues Fhin le abofeteó la cara. Tras lo que miró a Phorto.
- Los otros son leales a Oltar, mátalos
-ordenó Fhin.
Phorto acató la orden de Jockhel y sus
hombres cortaron los cuellos de los indefensos Nutrias, que cayeron lanzando
maldiciones.
- Phorto, puedes encargarte de tu parte de
la misión. Nos veremos en tu guarida en unas horas -indicó Fhin.
Phorto tomó la cabeza de Terbus, la metió
en un saco y se marchó de allí, seguido de sus hombres. El pelirrojo miró a los
que hasta hacía nada habían sido sus compañeros, muertos sobre las piedras del
suelo. Entonces miró a Fhin, con ojos llenos de odio.
- ¿Por qué has hecho eso, podrían haberte
servido? -inquirió el pelirrojo, enfadado.
- No, no lo creo, Jhulius -negó Fhin-.
Bheldur, corta sus ataduras, quieres. Esos hombres eran campeones de Oltar, no
se hubieran vuelto contra él. No hemos llegado hasta este punto, Jhulius, para
arrepentirnos por unas muertes más. Sabes en qué punto estas ahora y ya no hay
vuelta atrás. Oltar no te perdonará, como no lo hará conmigo. Para él, los dos
somos traidores, pues somos los únicos que nos hemos salvado de la trampa.
- Aun puedo congraciarme con él, sabes que
puedo -dijo Jhulius, con cierto temor por las consecuencias que se avecinaban.
- Puedes meterte en su cama de nuevo, pero
ya no creo que sea tan bondadoso -aseguró Fhin.
- En mala hora escuche tus palabras, Jockhel
-se quejó Jhulius.
- Quién lo diría, pues estabas muy deseoso
de ascender en las Nutrias, por ello te habías hecho tan amigo de Oltar, ¿no?
-ironizó Fhin-. Pero cuando llegue yo y te dije que había otra forma, sin tener
que compartir el lecho con esa bola de grasa, me escuchaste sin problema.
Jhulius, ya te dije que eras un hombre interesante, pero el miedo a la vida te
hace perder la compostura. Pero por ahora has hecho las cosas bien, pero claro,
debes hacer tu última contribución. Luego te espera una vida plena. En eso
quedamos, ¿verdad?
El pelirrojo le miró y acabó asintiendo
con la cabeza. Jhulius era la llave para acceder a Oltar. Él sabía cómo llegar
hasta la mismísima alcoba de Oltar, donde Fhin sabía que el viejo Nutria se
escondería cuando supiera de las malas noticias y de que Jockhel había llegado
para acabar con él.
- En ese caso, es hora de ponernos en marcha
-indicó Fhin.
- ¿Y todos estos muertos? -preguntó Bheldur.
- Ya nos encargaremos más tarde -respondió
Fhin.
- Puede que solo encontremos cuerpos
desnudos. Las armaduras, las armas y todo lo demás será de gran necesidad en el
futuro, cuando tengamos hombres que equipar -aseguró Bheldur, un poco
intranquilo por la previsible pérdida.
- No, nadie de este barrio moverá ni un
dedo, lo dejaran todo dónde está -afirmó Fhin-. No van a querer enemistarse con
el nuevo señor, alguien capaz de eliminar a dos clanes poderosos. No, Bheldur,
no. Los habitantes de la Cresta son supervivientes y no se llega a ello si
hacen locuras de ese tipo.
Bheldur comprendió las palabras de Fhin.
Al fin y al cabo él había crecido en el barrio desde que era niño. Sabía mejor
que nadie lo que era sobrevivir en la Cresta. Y también tenía mucha razón al
indicar que nadie en su sano juicio querría vérselas con aquel que había
acabado con dos líderes de clan en una sola noche. Las noticias de lo ocurrido
en la plaza y en los territorios de Serpientes y Nutrias pronto se conocería en
todos los puntos del barrio, incluso saldrían fuera de las murallas y se oiría
en otros barrios colindantes. Un nuevo señor había aparecido, con la idea de
unificar los clanes en uno solo.
Los cuatro jóvenes abandonaron la plaza
por el callejón, donde había varios cadáveres de Nutrias. Jhulius puso mala
cara, pero no dijo nada. Pues él había estado luchando en ese tramo, en la
retaguardia, fallando sus disparos de flecha y ballesta, siguiendo los planes
de Jockhel y también había sido el primero en rendirse a los Carneros. Varios
le habían imitado y habían sido ejecutados, aunque él no. Pero recordó lo que
Jockhel le había prometido si acababan con Oltar y la avaricia pudo con sus
achaques de la conciencia. El oro siempre acallaba a los miedos y a las
posibles dudas. Y la cantidad de oro que le había prometido Jockhel era inmensa.
Cuando Oltar estuviera muerto, todo sería suyo. Pero tendría que llevar a cabo
bien su papel.
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