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domingo, 7 de octubre de 2018

La leona (20)


El sueño de Yholet se vio interrumpido cuando notó que algo caía sobre su cara. Le pareció como si alguien tocase su piel, como si pusiera un dedo y luego lo retirara, pero dejara un toque fresco. Abrió los ojos y vio que lo que había tomado por caricias era en realidad gotas. El cielo se había encapotado y descargaba una lluvia débil, compuesta por gotas pequeñas y separadas en el espacio. Al alzarse se encontró de lleno con los ojos de Kounia que le miraban. La mujer esbozó una sonrisa alegre. Puso un dedo delante de los labios y le hizo un gesto de que le siguiera.

Al ponerse en pie, con cuidado, se dio cuenta que el resto de los grakan no estaban en sus lechos, que permanecían vacíos, mojándose con la lluvia. Kounia le llevó hasta la puerta, donde los guerreros movían algunas de las piedras caídas, formando una especie de parapeto. Otros se mantenían agachados tras algunas piedras. Kounia le señaló la escalera de la torre. Ambos se dirigieron hacia allí. Subieron despacio, poniendo mucho cuidado en donde pisaban. Mientras subían cayó un rayo que iluminó los escalones, ligeramente resbaladizos por la mezcla de polvo y las gotas caídas.

En lo alto de la torre, permanecía un grakan, que no era Lystok, pero se le parecía. Llevaba ya un rato preguntandose algo, donde estaba el guerrero. No lo había visto antes, ni en el patio, ni con los que levantaban una defensa y menos aún allí arriba. Kounia le hizo un gesto para que se agachase y mirará lo que había al otro lado.

Por un momento, Yholet temió mirar lo que había fuera, pero se llenó de valor e hizo lo que le indicaba la mujer. Cerca de la entrada, unos cuantos metros más abajo en la ladera, había un cuerpo. Era un grakan, pero le costó reconocerlo, pues le había arrebatado un brazo y una pierna. Al agudizar más la vista descubrió que era Lystok. Yholet buscó que podría haber causado esa devastación, pero no vio a ningún animal.

   -   ¿Qué le ha pasado? -preguntó Yholet en voz muy baja, pero esperando que Kounia le entendiese.
   -   Su maldición -se limitó a contestar Kounia.
   -   ¿Leones negros? -inquirió Yholet, sin perder el tono calmado y bajo.
   -   Ellos no, algo peor -negó Kounia, buscando algo en la zona-. Ultharns.
   -   No conozco que son los ultharns -indicó Yholet, pero siguió el dedo de Kounia, que señalaba algo.

Para su asombro, Yholet vio un ser que andaba a dos patas, con un cuello largo y acabado en una cabeza pequeña. Por un momento le recordó a un avestruz, pero la bestia carecía de plumas, la piel parecía escamosa y la mandíbula estaba provista de infinidad de dientes. Parecía un animal rápido y letal. Tenía dos patas que colgaban del cuerpo, muy pequeñas como para correr, pero con unas garras de gran tamaño.

   -   Hacía mucho que no se veía uno en esta parte de la selva -añadió Kounia-. Es un mal presagio. Si han vuelto, aunque sean solo una manada, harán la vida en la selva muy peligrosa. Los jefes deben saber de esta mala nueva. Los ultharns son muy inteligentes. Saben que estamos aquí. Han dejado ahí a Lystok para que nos acerquemos y nos pillen al descubierto. Si nos quedamos aquí no nos harán nada, bueno hasta el amanecer.
   -   ¿Por qué hasta el amanecer? -quiso saber Yholet.
   -   Los ulthans no son capaces de ver con el Sol -explicó Kounia-. Son descendientes de unos seres que vivieron en la edad de la oscuridad, antes de que Gharakan pusiera al Sol en su lugar. Antes de que los primeros rayos del Sol empiecen a brillar, ellos desaparecerán. Pero intentarán algo antes de que eso ocurra. Son voraces, pero también disfrutan de la caza. Algunos chamanes aseguraban que prefieren matar por matar que para saciar su apetito.
   -   Os serviría mejor con mis armas, que con las manos vacías -advirtió Yholet.

Kounia le miró y se quedó pensativa. Es verdad que le llevaban preso ante los jefes, pero la verdad es que necesitaría todas las manos disponibles para luchar contra los ultharns. Sabía que los guerreros no lo verían con buenos ojos, pero hasta ahora iban haciendo todo lo que les había ordenado, desde que Lystok había caído. Supuso que si intentaba algo, no podía ir a ningún lugar pues los ultharns no harían ascos de su carne fuera del color que fuese. Kounia asintió y le dijo dónde podía encontrarlas, en su mochila. Yholet asintió y se marchó con cuidado, bajando los escalones con detenimiento. Bajo el arco habían levantado una defensa casi tan alta como los propios grakan y aun así no parecían estar satisfechos con ello. Yholet corrió por el patio hasta llegar a la fogata que casi se había apagado a causa de la lluvia. Buscó entre los lechos, hasta dar con la mochila de Kounia y en el interior encontró sus cosas y sus armas. Yholet sonrió al recuperarlas.

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