El sueño de Yholet se vio interrumpido
cuando notó que algo caía sobre su cara. Le pareció como si alguien tocase su
piel, como si pusiera un dedo y luego lo retirara, pero dejara un toque fresco.
Abrió los ojos y vio que lo que había tomado por caricias era en realidad
gotas. El cielo se había encapotado y descargaba una lluvia débil, compuesta
por gotas pequeñas y separadas en el espacio. Al alzarse se encontró de lleno
con los ojos de Kounia que le miraban. La mujer esbozó una sonrisa alegre. Puso
un dedo delante de los labios y le hizo un gesto de que le siguiera.
Al ponerse en pie, con cuidado, se dio
cuenta que el resto de los grakan no estaban en sus lechos, que permanecían
vacíos, mojándose con la lluvia. Kounia le llevó hasta la puerta, donde los
guerreros movían algunas de las piedras caídas, formando una especie de
parapeto. Otros se mantenían agachados tras algunas piedras. Kounia le señaló
la escalera de la torre. Ambos se dirigieron hacia allí. Subieron despacio,
poniendo mucho cuidado en donde pisaban. Mientras subían cayó un rayo que
iluminó los escalones, ligeramente resbaladizos por la mezcla de polvo y las
gotas caídas.
En lo alto de la torre, permanecía un
grakan, que no era Lystok, pero se le parecía. Llevaba ya un rato preguntandose
algo, donde estaba el guerrero. No lo había visto antes, ni en el patio, ni con
los que levantaban una defensa y menos aún allí arriba. Kounia le hizo un gesto
para que se agachase y mirará lo que había al otro lado.
Por un momento, Yholet temió mirar lo que
había fuera, pero se llenó de valor e hizo lo que le indicaba la mujer. Cerca
de la entrada, unos cuantos metros más abajo en la ladera, había un cuerpo. Era
un grakan, pero le costó reconocerlo, pues le había arrebatado un brazo y una
pierna. Al agudizar más la vista descubrió que era Lystok. Yholet buscó que
podría haber causado esa devastación, pero no vio a ningún animal.
- ¿Qué le ha pasado? -preguntó Yholet en voz
muy baja, pero esperando que Kounia le entendiese.
- Su maldición -se limitó a contestar
Kounia.
- ¿Leones negros? -inquirió Yholet, sin
perder el tono calmado y bajo.
- Ellos no, algo peor -negó Kounia, buscando
algo en la zona-. Ultharns.
- No conozco que son los ultharns -indicó
Yholet, pero siguió el dedo de Kounia, que señalaba algo.
Para su asombro, Yholet vio un ser que
andaba a dos patas, con un cuello largo y acabado en una cabeza pequeña. Por un
momento le recordó a un avestruz, pero la bestia carecía de plumas, la piel
parecía escamosa y la mandíbula estaba provista de infinidad de dientes.
Parecía un animal rápido y letal. Tenía dos patas que colgaban del cuerpo, muy
pequeñas como para correr, pero con unas garras de gran tamaño.
- Hacía mucho que no se veía uno en esta
parte de la selva -añadió Kounia-. Es un mal presagio. Si han vuelto, aunque
sean solo una manada, harán la vida en la selva muy peligrosa. Los jefes deben
saber de esta mala nueva. Los ultharns son muy inteligentes. Saben que estamos
aquí. Han dejado ahí a Lystok para que nos acerquemos y nos pillen al
descubierto. Si nos quedamos aquí no nos harán nada, bueno hasta el amanecer.
- ¿Por qué hasta el amanecer? -quiso saber
Yholet.
- Los ulthans no son capaces de ver con el
Sol -explicó Kounia-. Son descendientes de unos seres que vivieron en la edad
de la oscuridad, antes de que Gharakan pusiera al Sol en su lugar. Antes de que
los primeros rayos del Sol empiecen a brillar, ellos desaparecerán. Pero
intentarán algo antes de que eso ocurra. Son voraces, pero también disfrutan de
la caza. Algunos chamanes aseguraban que prefieren matar por matar que para
saciar su apetito.
- Os serviría mejor con mis armas, que con
las manos vacías -advirtió Yholet.
Kounia le miró y se quedó pensativa. Es
verdad que le llevaban preso ante los jefes, pero la verdad es que necesitaría
todas las manos disponibles para luchar contra los ultharns. Sabía que los
guerreros no lo verían con buenos ojos, pero hasta ahora iban haciendo todo lo
que les había ordenado, desde que Lystok había caído. Supuso que si intentaba
algo, no podía ir a ningún lugar pues los ultharns no harían ascos de su carne
fuera del color que fuese. Kounia asintió y le dijo dónde podía encontrarlas,
en su mochila. Yholet asintió y se marchó con cuidado, bajando los escalones
con detenimiento. Bajo el arco habían levantado una defensa casi tan alta como
los propios grakan y aun así no parecían estar satisfechos con ello. Yholet
corrió por el patio hasta llegar a la fogata que casi se había apagado a causa
de la lluvia. Buscó entre los lechos, hasta dar con la mochila de Kounia y en
el interior encontró sus cosas y sus armas. Yholet sonrió al recuperarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario