Los únicos que no participaron en el trabajo, fueron Mhista, Rhime y Ubbal.
Ofthar les había asignado mantenerse en la puerta de las minas. Les había
entregado tres caballos para que se pudieran mover si tenían algún problema o
si tenían que alertar de problemas. Los tres estaban sobre el parapeto de la
empalizada, junto a la puerta. El lugar lo había elegido Rhime, al ser el arquero
más experimentado. Tenía un buen rango de visión y unas órdenes claras, eliminar
a todo enviado desde el campamento enemigo. Ubbal le ayudaría si vinieran
varios y Mhista como enlace.
Pero la noche fue tranquila y no vino nadie, como había vaticinado Ofthar.
Así que estuvieron haciendo turnos entre los arqueros. Con las primeras luces
del nuevo día, con Rhime de guardia y los otros dormitando, apareció un jinete
solitario, que se acercó a la puerta tranquilo y sin percatarse de nada,
sorprendido por la situación de que estuviese cerrada. Pero al ver la silueta
de Rhime en el parapeto respiró tranquilo. Rhime le dio una patada a Mhista
para despertarlo.
- ¿Por qué están las puertas cerradas?
-preguntó el jinete, acercándose a la zona donde había un muro de estacas
afiladas.
- Órdenes del líder -respondió Mhista
poniéndose de pie de sopetón, lo que asustó al jinete.
- ¡Por Bheler! -espetó el jinete-. Me has
dado un buen susto. El gran maestro quiere saber por qué no habéis vuelto con
las provisiones. Se ha despertado y no tiene nada que comer. Las tropas no
pueden luchar sin alimento ni cerveza.
- Pues tendrá que esperar -indicó Mhista-.
¡Qué Ordhin te perdone!
El jinete le miró sin comprender a qué venía eso último. Claramente no era
el más inteligente del grupo y su mente no alcanzó a dilucidar el error de sus
actos. No llegó a darse cuenta de que estaba muerto hasta que una flecha
lanzada por Rhime, que la había puesto en el arco, escondiéndose tras Mhista,
se clavó en su pecho. La armadura de cuero no era rival para las puntas
reforzadas de Rhime. El enemigo cayó muerto en el suelo y el caballo se desbocó
alejándose de la empalizada, pero parándose a pastar más allá.
- La próxima vez mátalo sin más -se quejó
Mhista-. Ofthar no quiere hablar con ellos, a menos que vengan con bandera de
tregua.
- Ya no puedo ni jugar -dijo simulando
malhumor Rhime, que miró al suelo y añadió-. Despierta al dormilón.
Ubbal seguía resoplando tranquilo y no paró hasta que Mhista le despertó a
empellones. Con el otro arquero a su lado, seguirían su guardia. Pasado el
punto del primer enviado a investigar, Ofthar había indicado que el enemigo
podía hacer dos cosas. La primera venir con todo el ejército. Eso es lo que haría
él. Pero dado que los enemigos se creían ya vencedores, tal vez pecaban de poco
prudentes. Para asombro de Mhista, Ofthar volvió a acertar. A las dos horas de
llegar el primer jinete, llegaron dos más. Se encontraron con las puertas
cerradas y con su muerte.
Mientras los tres siguieron de guardia abajo, en el reducto, las defensas
iban ampliándose de forma exponencial, así como la comida en las despensas
habilitadas para ello. Usbhale no podía creer su suerte o la idiotez de sus
enemigos. Cada hora que discurría les daba más posibilidades para salir
victoriosos y los esclavos iban perdiendo las suyas de vencerlos. Para mayor
asombro del gobernador las mujeres avisaron que casi habían vaciado los silos
de comida. El enemigo no podría nutrirse más de ellos, aunque recuperasen un
paso libre hasta ellos. Además habían encontrado una gran cantidad de hatillos
de flechas en el almacén de Phelbyn, así como hachas y espadas de gran calidad.
En otro lugar habían dado con un buen número de escudos, lo que hacía que sus
guerreros estarían mejor pertrechados para la labor que se les acercaba.
Usbhale daba gracias a Ordhin por haber enviado a Ofthar o por lo menos por
haberle hecho cruzarse con los esclavos del culto de Bheler, sin él, dudaba
haber podido sobrevivir hasta la llegada de Naynho.
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