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miércoles, 24 de octubre de 2018

Unión (43)


Ofthar estaba muy satisfecho con cómo iba el resultado de la negociación. Sabía que su contrincante, Oloplha estaba empezando a perder los nervios. Lo estaba colocando en el punto exacto que quería.

   -   Oloplha, hijo de quien seas, tú has venido con banderas blancas, tú has pedido una tregua, expón lo que quieres tratar conmigo o vete a lamer tus heridas a las minas en las que moras, escondido de la luz y de la vida -dijo Ofthar, siguiendo con las pullas.
   -   Tenéis algo que me es de gran cariño y quiero recuperarlo -indicó Oloplha, guardándose todo su rencor-. Si me lo dais y me dais los carros repletos de suministros, me iré y terminará nuestro enfrentamiento. Creo que es más de lo que puedo ofrecerte, joven sin nombre.
   -   En primer lugar tus oídos no son dignos de mi nombre, Oloplha, señor de los estercoleros -afirmó Ofthar, serio, sin gritar ni parecer enfadado, algo que parecía simular mucho mejor que Oloplha-. En segundo lugar, ya habéis tomado más de lo que merecíais de los silos de Limeck y en tercer lugar desconozco que asquerosa pieza añorada tenéis en la ciudad.
   -   Una esclava, Olppa, una joven de cabellos rubios y tatuajes en la espalda -anunció Oloplha, haciendo caso omiso a los insultos de Ofthar-. Soy un hombre mayor y me gustan las pequeñas obras de la naturaleza. Incluso me podría marchar solo con la entrega de la esclava.
   -   ¿Olppa? No me viene ese nombre a la cabeza, la verdad -se hizo el olvidadizo Ofthar.
Por un momento simuló que preguntaba a Mhista, a Rhime y a Ubbal por ella, hasta que se paró en seco y miró a Oloplha, con una sonrisa en los labios.
   -   ¿Olppa has dicho? Una esclava con cabellos rubios, tatuajes en la espalda y una belleza natural -habló Ofthar y vio que Oloplha asentía con la cabeza-. Sí, me acuerdo de ella, una muchacha virtuosa, pero con una lengua muy larga.
   -   ¡Entregádmela y nos iremos! ¡Te lo juro! -bramó la voz de Oloplha.
   -   ¡Oh! Podéis ir a buscarla vos mismo, ya no está en la ciudad. Estuvo, pero sus palabras eran la mismísima perversidad -mintió Ofthar, con un tono lento y claro-. Cuando me harté de oír siempre las mismas proclamas, se la entregue a mis hombres. Creo que disfrutaron de ella hasta que ya no era útil a nadie. Pero sabes, aun así seguía lanzando absurdos y maldiciones, así que ordene que la golpearan hasta que ya no pudo hablar, hasta que se tragó cada uno de sus dientes y su rostro fue una máscara de sangre y hueso roto. Le corte cada extremidad y la cabeza. Enterré cada pieza en un lugar. Supongo que a los gusanos les será tan útil como a mis muchachos. Si la quieres puedes horadar los campos hasta encontrarla.
   -   ¡Te mataré! ¡Juro que te arrancaré tus ojos y los colocaré sobre una mesa para que vean cómo me alimento de ti! -gritó como un poseso Oloplha, mientras lloraba y lanzaba gruñidos desgarradores-. ¡Desearás no haber nacido! ¡Destruiré tu sucio baluarte y quemaré esta ciudad!
   -   ¡Este es mi estandarte, vil serpiente! -Ofthar señaló la bandera que tenía Mhista-. ¡Si quieres luchar conmigo, te espero bajo ella! ¡Ven si tienes lo que hay que tener, cobarde de cloaca!

En ese momento Ofthar hizo una seña a Rhime y Ubbal, que lanzaron sus flechas contra los abanderados. Ambos como sus banderas blancas cayeron al suelo. Los otros tres intentaron darse la vuelta, pero solo Oloplha llegó hasta sus líneas, pues las flechas acabaron con los otros dos jinetes. Ofthar y el resto abandonaron la empalizada, para tomar sus caballos, mucho antes que un grupo de arqueros lanzara una nube de flechas al lugar donde habían estado.

Las negociaciones habían terminado y además lo habían hecho como Ofthar quería. Sabía que Oloplha no quería recuperar a Olppa porque fuera un viejo obseso, sino porque era un padre preocupado. No habría caído de esa forma en su trampa si no amase a Olppa. Sabía que mentir de esa forma no era lo más conveniente, pero quería terminar esto lo más rápido posible, sobre todo sabiendo lo que estaba por llegar. Ahora debía preparar el baluarte para la mañana siguiente, cuando el enemigo regresase con todo su poder. Pero vendría a morir.

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