En los balcones, sobre las arcadas, la
pelea se iba decantando al bando de los Serpientes. El lugarteniente se había
encontrado con más Nutrias de los que había previsto, pero ahora ya solo
quedaban unos pocos. Los habían arrinconado contra la pared del edificio. Pero
los Nutrias se defendían como leones y los estaban haciendo frente con todo el
valor que te da las ansias de supervivencia. Por un momento observó lo que
había dejado tras su paso. Había Nutrias y Serpientes por doquier. Muchos
muertos, otros agonizantes. Pero sabía que eran más e iba a vengar a los suyos,
muertos en la plaza, por causa de las ballestas.
El jefe Serpiente levantó su espada, lanzó
un grito y se lanzó contra los Nutrias, acompañado de sus compañeros. Pronto
los dos grupos se unieron en una nube de guerreros, donde las espadas aparecían
para volver a la masa. Se escuchaban lamentos, golpes, gruñidos y el entrechocar
del metal. Pero el ímpetu de los Serpientes parecía doblegar la defensa de los
Nutrias, pues estos iban pereciendo bajo las hojas ensangrentadas de sus
atacantes. Pero la victoria estaba resultando pírrica, pues por cada pequeño
avance en su venganza, algún Serpiente era abatido.
El lugarteniente no supo que había acabado
con el último Nutria hasta que no chocó contra la pared del edificio sobre el
que se encontraban. Se dio la vuelta y vio que aun le seguía una docena de
hombres, que se tambaleaba por el esfuerzo, con sudor y sangre corriendo por
igual por su cuerpo. Les sonrió y levantó su espada al aire. Los compañeros le
sonrieron a la vez, felices por su sangrienta victoria. Se aproximó con la
espada rasgando el aire hasta el parapeto del balcón.
- ¡Terbus, nuestra es la victoria! -gritó el
lugarteniente.
Terbus alzó ligeramente la vista y sonrió,
pero esta se quedó petrificada. En el mismo momento que su amigo terminaba de
hablar, un filo brillante separó su cabeza del resto del cuerpo, tras lo que
alguien pateó el tronco. Cabeza y cuerpo salieron disparados de vuelta a la
plaza. Los supervivientes del combate de la balconada se encontraron con un
nuevo enemigo, un joven gigantesco, musculoso, armado con un gran hacha. El
cansancio hizo mella en ellos y no fueron capaces de defenderse de los ataques
del joven, que los eliminó sin compasión. Uno a uno, el gigante fue lanzando
los cuerpos de los vencedores fuera de la balconada. La lluvia de cuerpos hizo
que el combate en la plaza y en el callejón se ralentizara, por la sorpresa.
Nutrias y Serpientes fueron cayendo por igual.
Phorto y sus hombres no solo habían hecho
retroceder a los Nutrias, sino que la mayoría al ver que sus compañeros habían
muerto, se rindieron. No querían acabar como ellos. Los Carneros se fueron
haciendo con las armas y los maniataron con lo que pudieron. Phorto impidió que
sus hombres vejaran o robasen a los que se habían rendido, un tratamiento que
no recibieron los muertos. Phorto dejó a uno de sus principales al mando y
regresó a la plaza. Desde la entrada, pudo ver cómo un joven mantenía a raya a
dos de los lugartenientes de Terbus, mientras que Jockhel se la veía con el
líder. Sus hombres iban a avanzar, pero Phorto se lo impidió.
- Quieren nuestra lealtad, amigos -dijo
Phorto-. Deben ganársela.
Los hombres pensaron que tenía razón, pero
Phorto no quería involucrarse, porque pensaba que más que ayuda serían una
molestia para los dos jóvenes. Estos luchaban de una forma que él y sus
veteranos no podrían seguir.
- Parece que Phorto no te es tan leal -se
burló Terbus, que vio como el antiguo Serpiente impedía a sus hombres
acercarse-. Has traicionado a tu señor, a los Serpientes y para qué. Los
Carneros no vienen en tu apoyo. Lo más seguro es que te maten cuando termines
conmigo.
- Phorto es más inteligente que tú -indicó
Fhin, sonriendo, sin que le afectara que Phorto y sus hombres no se acercasen a
ayudarlo-. Él ve que no puede apoyarme, que será un estorbo a mis actos.
Además, es tarea del líder proteger a sus subordinados. Los Serpientes nunca
habéis entendido eso.
Terbus se lanzó contra Fhin, arremetiendo
con dureza, pero Fhin al ser más ágil, era capaz de parar los ataques y
devolverlos. El mayor error de Terbus fue gastar sus últimas fuerzas en esos
lances. Con cada golpe, se iba secando y con ello, fue perdiendo toda
posibilidad de defenderse. A su vez, la pérdida de sangre por el costado empezó
a pasarle factura. La visión le empezó a fallar. Ya no era capaz de acertar con
los ataques y la defensa. En cambio, los de su contrincante eran cada vez más
peligrosos, los cortes se sucedían y más sangre de Terbus manaba de diversas
partes de su cuerpo. Al final, cuando intentó clavar la punta de su gladio en
una abertura que Fhin le había mostrado, tropezó y cayó rodando por el suelo.
La caída hizo que los dos lugartenientes
que aún se enfrentaban a Bheldur, perdieran de vista a su rival, pues se
centraron en su líder. Bheldur se aprovechó de ello, atacando el cuello de uno
de ellos. El Serpiente, con las manos en la garganta, cayó de bruces, intentando
para la hemorragia. El otro volvió al ataque, sin percatarse que el hombre que
había matado a sus compañeros en la balconada había descendido y se había
acercado a ellos. La gran hacha hizo un corte por el aire y se clavó en el
hombro derecho, y se fue hundiendo en la carne, mientras el hombretón hacia
fuerza. Bheldur se quedó mirando al recién llegado.
- Podría haber acabado con él, Usbhalo -se
quejó sonriente Bheldur.
- Tardas demasiado -se limitó a decir
Usbhalo, sacando la hoja del hacha de la carne del muerto.
Desde el suelo, Terbus vio cómo morían sus
dos últimos compañeros. No podía decir que les tuviera mucho aprecio, pero
habían seguido sus órdenes desde la muerte de Vheriuss, y desde antes. Se sentó
y soltó la empuñadura de su gladio, levantando la vista hacia Jockhel. El
costado le dolía horrores y esperaba que pusiera fin a su vida de una vez por
todas.
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