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miércoles, 31 de octubre de 2018

Unión (44)


Ofthar estaba sentado en una silla del salón, mientras que Usbhale le observaba desde arriba, con cara de pocos amigos. Arnayna estaba cerca. No había nadie más con ellos, pues Usbhale no quería que se supiera nada de las negociaciones. Casi no se sabía que habían ocurrido.

   -   No lo entiendo, ¿por qué has hecho matar a los que llevaban las banderas blancas? Eso hará que no quieran volver a intentar negociar nada -se quejó Usbhale que había visto desde la torre como caían los abanderados.
   -   No había nada que negociar, tú y yo lo sabíamos -indicó Ofthar, serio pero sin perder la cordialidad-. Desde el primer momento solo hicieron una petición que no podíamos dar de ninguna forma.
   -   ¿La esclava? -inquirió Usbhale, comprendiendo la realidad y la imposibilidad de llegar a ningún acuerdo.
   -   Eso es, solo quería que le entregáramos a la muchacha, algo que no puede ocurrir, lo sabes bien -afirmó Ofthar.
   -   ¿Pero por qué quiere a esa esclava? No creo que tenga ese deseo solo porque sea su sacerdotisa -Usbhale estaba perdido, no conseguía comprender el motivo. Pero claro, no había conocido a Olppa ni a Oloplha.
   -   Es por un deseo muy simple, Usbhale, lo comprendí nada más verlo, el líder de los insurrectos es el padre de la esclava -explicó Ofthar-. Supongo que tú eres padre. ¿No querrías recuperar a tu hija de una vida de cautiverio? Eso es lo que busca él, recuperar a su hija. Pero yo no puedo devolvérsela.

Usbhale miró por un momento a Arnayna y luego asintió con la cabeza. Con lo cual jamás hubieran llegado a un acuerdo con el líder enemigo. No les hubiera creído cuando les dijeran que ya no estaba en Limeck, que la habían vendido a un mercader ambulante. Y aunque les hubiera creído, eso podía no llevar a que se marcharan. Podían usarlo de pretexto para seguir el asedio. Al final, Usbhale se dio cuenta que la guerra no la podrían terminar pacíficamente. Tendrían que seguir aguantando a la llegada de Naynho.

   -   Aun así, no me ha parecido bien que mataras a los abanderados y menos bajo el signo de tregua -regresó Usbhale a su primera queja-. Romper así una negociación es algo que da mala suerte. He estado echándoles un ojo mientras veníais de regreso. Ya han empezado a abrir la puerta.
   -   ¿Cuál de ellas? -quiso saber Ofthar.
   -   La de las minas, están pasando del resto -informó Usbhale, extrañado por la pregunta.
   -   En ese caso, no nos atacaran hasta mañana, Usbhale -indicó Ofthar, risueño.
   -   ¿No crees que pueda haber un ataque nocturno? -preguntó Usbhale sorprendido.
   -   Reforcé la puerta de las minas, en previsión de que nuestro enemigo se encele en intentar atacarnos -explicó Ofthar-. Incluso si es capaz de abrirla durante la noche, sus hombres se encontraran con un espectáculo nocturno único. Mis hombres se han encargado de poner trampas y sorpresas por el camino más óptimo para alcanzar el reducto. Tú sólo debes preparar a tus hombres en sus puestos. Mañana la sangre mojará el suelo y nuestros aceros. Sé que tenemos a Ordhin de nuestra parte. Si no te importa, me gustaría pasar la noche con mis hombres, mañana tendremos mucho que hacer.
   -    ¡Eh! Sí, sí, vete si quieres -indicó Usbhale, que no supo qué pensar de las últimas palabras de Ofthar, más habituales en un druida que en un guerrero.

Ofthar se puso de pie, le hizo una reverencia a Arnayna y un golpe de cabeza a Usbhale, girándose para irse a paso rápido.

   -   ¿Qué te pasa, mi querido tío? Tienes una expresión rara en la cara -preguntó Arnayna.
   -   Ese Ofthar no nos ha contado toda la verdad, es más se guarda algo para sí -contestó Usbhale, pensativo-. Pero la verdad es que tiene todo pensado, lo que me deja consternado. Yo ya no soy capaz de ver más allá de un par de días. Ofthar y los jóvenes que llegan con los nuevos días son mejores que los que vivimos en el pasado.
   -   No digas esas cosas, tío -intentó animar Arnayna a Usbhale-. Tú has sido y seguirás siendo un gran tharn de las llanuras.
   -   Bueno, es hora de llamar a Polnok y el resto de los capitanes, hay que prepararse para la batalla, ya sea mañana o dentro de unas horas -dijo Usbhale-. Si Ordhin quiere sangre, será la del enemigo.

Arnayna se le acercó y le dio un beso en la mejilla. Se dirigieron al patio de armas, para buscar a los capitanes, pues debían preparar todo para recibir al enemigo, que ahora seguía golpeando las puertas con un ariete improvisado que habían hecho talando un árbol. La oscuridad se iba cerniendo sobre la ciudad y el cielo se había ido encapotando a cada hora. Podría ser que lloviese, lo que para ellos era poca cosa, pero para el enemigo, a la intemperie y con ropa deficiente sería un mal comienzo.

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