Ofthar había ascendido a una de las torres del cuartel, una estructura
desde la que se podía observar la ciudad y las tierras colindantes. El Sol
había alcanzado hacia poco su punto más alto y ya comenzaba su descenso hacia
la tierra. Para sorpresa y alivio de Ofthar, los defensores habían obtenido más
tiempo para seguir levantando las defensas que el que él mismo había
vaticinado, pues parecía que los enemigos no se habían percatado de lo que
podía haber ocurrido con la columna. Sabía que gran parte de los suministros
habían sido trasladados al reducto y hasta sus hombres habían sido capaces de
levantar la defensa extra que había ideado para su lugar de lucha. Con ello, la
pega del carro, que era algo endeble, se había reducido considerablemente.
Estaba a punto de marcharse, cuando notó movimiento, no por el camino de
las minas, sino por dónde él y sus compañeros habían llegado. Le había parecido
ver una silueta en la línea superior de la ladera. Intentó encontrar algo, pero
acabó por suponer que habría sido un ciervo o un jabalí. Entonces escuchó que
alguien subía por la escalera. Reconoció al momento el rostro risueño de
Mhista.
- ¿Qué tal en la puerta? ¿Ya se han dado
cuenta del cambio del destino? -le preguntó Ofthar.
- Creo que ahora ya saben que la ciudad ya
no es suya -indicó Mhista, sonriendo.
- ¿Y cómo se han dado cuenta?
- Han enviado un grupo más grande y menos
imprudente -explicó Mhista, mientras que jugaba con una tela entre las manos-.
De todas formas han perdido algunos soldados de infantería y alguno de los
oficiales. Supongo que pronto recibiremos a un grupo más numeroso.
- Lo más seguro -asintió Ofthar, que se fijó
en las manos de Mhista-. ¿Con qué estás jugando, amigo?
- Me lo ha dado Orot. Dice que no estará
listo para reunirse con Ordhin si no lucha bajó sus colores -dijo Mhista,
mientras desplegaba el trozo de tela.
Era un trozo bastante grande, como una bandera pequeña. De tela verde
oscuro con dos jabalíes celestiales, uno bramando y otro más sosegado junto a
él. Ofthar reconoció al instante su propio escudo, aunque Orot había sido muy
hábil poniendo el jabalí bramando, el símbolo de los Irinat, es decir el de su
señor, en vez de dos jabalíes normales que era el emblema de los Bhalonov. Las
otras casas tenían otros dibujos en sus escudos de armas, pero lucharían bien
por los jabalíes.
- Le ha pedido a una mujer del reducto que
se lo hiciera -siguió hablando Mhista, al ver la sonrisa en el rostro serio de
Ofthar-. Hay un par de jóvenes potables en el reducto, viudas y huérfanas.
Observan a nuestros chicos con cierto deleite.
- Ya, somos unos héroes ante sus ojos -se
burló Ofthar-. Nos abrimos paso entre filas y filas de enemigos. Coloca ese
estandarte en una lanza y llévatelo a la puerta. Me reuniré con vosotros dentro
de nada. Quiero hablar con algunos de los esclavos liberados antes de
encontrarme con el líder de los de Bheler.
- Como quieras, Ofthar -asintió Mhista que
le dio un golpe en el hombro y se fue para abajo.
Cuando Mhista se marchó, no pudo evitar echar un ojo a su líder, atento a
la ladera por donde había venido. Sabía que cuanto más durase el sitio y más
tardase el señor Naynho en llegar con refuerzos, Ofthar iría asumiendo más y
más liderazgo entre las fuerzas de Limeck. Lo cual no sabía si sería buena o
mala idea. Ya había conocido casos de jefes locales que caían bajo el influjo
de la envidia cuando un joven venía con nuevas ideas. O que tenía más suerte o
más inteligencia. Los jefes de siempre se volvían ariscos y al final
peligrosos. Ofthar no siempre se daba cuenta del efecto que tenía sobre otros
tharnes o therks. Incluso se había tenido que encargar de alguno que se había
creído más listo que su amigo o le había intentado hacer una celada. Mhista
esperaba que el tharn Usbhale no cayese en ese problema, pero seguro que ya se
habría dado cuenta de que los hombres de Limeck, guerreros y otros hombres
libres hablaban de Ofthar con un gran respeto. Usbhale no sería el primer tharn
que pensara mal del joven y lo viera como un advenedizo.
Una vez llegó a la extensión que hacía las veces de plaza de armas del
reducto, Mhista se hizo con un asta de una pica que se había roto. Un par de
guerreros se la entregaron con gran simpatía. Agarró la bandera en uno de los
extremos del asta de madera y se dirigió en busca de su caballo. La montura era
buena, pero no tanto como su caballo de guerra. Al fin y al cabo era un regalo
de su padre, Uhlok, y le tenía cierto cariño. Se lo había regalado cuando el
líder militar del clan, Ofha, le había nombrado guerrero del clan, un gran
honor dentro del clan. Los familiares del clan Bhalonov eran enviados a una
propiedad cerca de las ciénagas de Bhemar donde recibían un duro entrenamiento
por parte del propio Ofha. Ahora, tras la muerte de Ofha, había otro duro
instructor. Fue allí donde Ofthar, él y el resto de los amigos se vieron las
caras por primera vez. Mhista recordó esos tiempos con nostalgia.
- Le ha encantado -dijo Mhista al ver a
Orot, mientras movía el asta entre sus manos, con lo que la bandera se
extendió.
Orot se limitó a sonreír y siguió con su trabajo, que era acarrear cestos
de piedras y maderas sueltas. Todos los que había por allí, hacían lo mismo que
el gigantón. Había que dar las últimas pinceladas a la sorpresa de Ofthar para
los enemigos. Mhista miró la obra y se sonrió. Solo a la mente de Ofthar se le
podía ocurrir esa jugarreta. Sus enemigos lo iban a pasar francamente mal si
conseguían atravesar el carromato.
Mhista se aupó a su caballo y lo espoleó, para alejarse hacia el centro de
la ciudad y en dirección a la puerta que tenía que proteger hasta que Ofthar
dijera lo contrario.
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