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domingo, 14 de octubre de 2018

El conde de Lhimoner (12)


Beldek asentía a lo que leía y cerró de pronto la carpeta.


   -   Shiahl, parece que el informe está en orden -dijo Beldek-. Ponlo con la confesión y el resto de papeles. Esta noche Khirahl puede dormir en nuestra celda, pero mañana tomas el papeleo y a Khirahl, preséntalos al cadí de guardia. No creo que haya problemas para que la justicia dicte sentencia rápidamente. Me parece que mañana o está de camino a Thibur o a ver al verdugo. Puedes marcharte ya. Nosotros nos quedaremos un poco más, a ver que dice el maestro de su estudio preliminar.

   -   Sí, prefecto -asintió Shiahl que tomaba la carpeta y se marchaba hacia la entrada de las escaleras.

   -   ¿Qué ha hecho el tal Khirahl? -preguntó Ahlssei, que no había sido capaz de leer nada de lo que había en el interior de la carpeta, y eso que tenía curiosidad.

   -   Khirahl es un joven con unas ideas un poco maliciosas o más bien que rayan la demencia -indicó Beldek-. Por alguna razón o por su propia locura, aseguraba que veía ángeles entre los demonios. El cadáver que está sobre esa mesa -Beldek señaló el cuerpo en el que estaba antes enzarzado Hervolk-, es el de la pequeña Isbha, una niña de siete años, hija de un alfarero del barrio de Septahl y una lavandera. Khirahl era un aprendiz en el taller donde trabajaba el padre. Hace unas semanas la secuestró de su vivienda, tras golpear a la madre. Se la llevó a un sótano inmundo, donde intentó que le bendijera, como ángel que creía que era, sin mucho éxito. Por lo que sabemos la dejó allí, en esa celda, sin comida ni agua, donde la niña se murió. Nos ha costado lo suyo dar con él, pues ya había encontrado un nuevo “ángel” en otra parte de la ciudad. Otro angelito de siete años. Pero mis hombres, el sargento Shiahl en concreto, dio con él antes de que la historia se repitiese. Antes de que llegarais, Ahlssei, esta mañana nos ha revelado dónde había dejado a Isbha. Claramente, no siempre soy tan comedido con mi proceder, capitán.

   -   Nadie se lo reprocharía, prefecto -aseguró Ahlssei que no había podido evitar echar un ojo al cuerpecillo tapado por la sábana, sintiendo una ligera compasión por la niña y su terrible muerte.

   -   Yo sí lo haría, capitán, pues yo no me dedico a dictar justicia, para eso están los cadíes -señaló Beldek, serio.


Ahlssei iba a decir algo más, pero decidió guárdaselo para él. La forma de ver la justicia por parte del prefecto era totalmente diferente a la que él veía, pues él era un ejecutor de las órdenes del emperador.


   -   ¡Prefecto! ¡Prefecto! -llamó Hervolk-. Ya le puedo dar un informe preliminar.

   -   Bien, bien Hervolk, soy todo oídos -dijo Beldek, contento de que el anciano les sacara de la conversación que habían mantenido hasta ahora-. Que han visto sus ojos experimentados, maestro.

   -   La mujer no se defendió mientras la apuñalaban, lo que quiere decir que la habían drogado de alguna forma, prefecto -indicó Hervolk, levantando las manos-. Las uñas están bien, ni rotas, ni hay piel o hilos en ellas. Si la hubieran apuñalado una o dos veces, se podría entender que la incredulidad de que la apuñalen hubiera provocado lo mismo, ninguna herida o rotura, pero en ese caso hubiera dicho que su asesino era un conocido, pero no es el caso, son trece puñaladas en la zona del pecho y el abdomen. Y además son limpias. Una mujer forcejeando lo hubiera impedido, y las cuchilladas tendrían otro aspecto.

   -   Ya me temía algo así -asintió Beldek, en cuyo rostro se iluminó una ligera sonrisilla-. Dudo que sea eso solo lo que ha visto, maestro, ¿verdad?

   -   ¡Oh, no, claro que no! -negó sonriendo el anciano, aunque sus dientes provocaban más pavor que sentimientos de tranquilidad-. La mujer sería una prostituta. Tiene un pequeño tatuaje entre los dedos gordo e índice del pie derecho, parece una lechuza. Supongo que de alguna de las organizaciones. El interior de su vagina corrobora esa idea, pues tiene las callosidades típicas de alguien que practica demasiado, incluso cicatrices de desgarros y heridas antiguas. Pero por su cara, prefecto, ya es algo que conocía, es usted listo. Le falta el corazón, pero quien lo ha sacado lo ha hecho con cuidado, puede que sea un médico o alguien con nociones. Pero no parece un cirujano, pues ha roto de malas formas las costillas.

   -   Parece que tenemos una pista para seguir, capitán Ahlssei -comentó Beldek, que se volvió a Fhahl-. Que le hagan un retrato inmediatamente y dirígete a los burdeles. Hay que ver quien usa ese tatuaje y si le falta una mujer. Maestro, esperó un informe más concienzudo lo antes posible.

   -   Como ordene, prefecto -aseguró Hervolk, llamando a sus ayudantes.


Beldek le hizo un gesto a Ahlssei para que le siguiese y salir de allí. Fhahl se encargaría de todo y cuando tuviera algo, le avisaría. Los dos hombres dejaron la morgue y ascendieron hasta el patio de armas.

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