Beldek asentía a lo que leía y cerró de pronto la carpeta.
- Shiahl, parece que el informe está en
orden -dijo Beldek-. Ponlo con la confesión y el resto de papeles. Esta noche
Khirahl puede dormir en nuestra celda, pero mañana tomas el papeleo y a
Khirahl, preséntalos al cadí de guardia. No creo que haya problemas para que la
justicia dicte sentencia rápidamente. Me parece que mañana o está de camino a
Thibur o a ver al verdugo. Puedes marcharte ya. Nosotros nos quedaremos un poco
más, a ver que dice el maestro de su estudio preliminar.
- Sí, prefecto -asintió Shiahl que tomaba la
carpeta y se marchaba hacia la entrada de las escaleras.
- ¿Qué ha hecho el tal Khirahl? -preguntó
Ahlssei, que no había sido capaz de leer nada de lo que había en el interior de
la carpeta, y eso que tenía curiosidad.
- Khirahl es un joven con unas ideas un poco
maliciosas o más bien que rayan la demencia -indicó Beldek-. Por alguna razón o
por su propia locura, aseguraba que veía ángeles entre los demonios. El cadáver
que está sobre esa mesa -Beldek señaló el cuerpo en el que estaba antes
enzarzado Hervolk-, es el de la pequeña Isbha, una niña de siete años, hija de
un alfarero del barrio de Septahl y una lavandera. Khirahl era un aprendiz en
el taller donde trabajaba el padre. Hace unas semanas la secuestró de su
vivienda, tras golpear a la madre. Se la llevó a un sótano inmundo, donde
intentó que le bendijera, como ángel que creía que era, sin mucho éxito. Por lo
que sabemos la dejó allí, en esa celda, sin comida ni agua, donde la niña se
murió. Nos ha costado lo suyo dar con él, pues ya había encontrado un nuevo
“ángel” en otra parte de la ciudad. Otro angelito de siete años. Pero mis hombres,
el sargento Shiahl en concreto, dio con él antes de que la historia se
repitiese. Antes de que llegarais, Ahlssei, esta mañana nos ha revelado dónde
había dejado a Isbha. Claramente, no siempre soy tan comedido con mi proceder,
capitán.
- Nadie se lo reprocharía, prefecto -aseguró
Ahlssei que no había podido evitar echar un ojo al cuerpecillo tapado por la
sábana, sintiendo una ligera compasión por la niña y su terrible muerte.
- Yo sí lo haría, capitán, pues yo no me
dedico a dictar justicia, para eso están los cadíes -señaló Beldek, serio.
Ahlssei iba a decir algo más, pero decidió guárdaselo para él. La forma de
ver la justicia por parte del prefecto era totalmente diferente a la que él
veía, pues él era un ejecutor de las órdenes del emperador.
- ¡Prefecto! ¡Prefecto! -llamó Hervolk-. Ya
le puedo dar un informe preliminar.
- Bien, bien Hervolk, soy todo oídos -dijo
Beldek, contento de que el anciano les sacara de la conversación que habían
mantenido hasta ahora-. Que han visto sus ojos experimentados, maestro.
- La mujer no se defendió mientras la
apuñalaban, lo que quiere decir que la habían drogado de alguna forma, prefecto
-indicó Hervolk, levantando las manos-. Las uñas están bien, ni rotas, ni hay
piel o hilos en ellas. Si la hubieran apuñalado una o dos veces, se podría
entender que la incredulidad de que la apuñalen hubiera provocado lo mismo,
ninguna herida o rotura, pero en ese caso hubiera dicho que su asesino era un
conocido, pero no es el caso, son trece puñaladas en la zona del pecho y el abdomen.
Y además son limpias. Una mujer forcejeando lo hubiera impedido, y las
cuchilladas tendrían otro aspecto.
- Ya me temía algo así -asintió Beldek, en
cuyo rostro se iluminó una ligera sonrisilla-. Dudo que sea eso solo lo que ha
visto, maestro, ¿verdad?
- ¡Oh, no, claro que no! -negó sonriendo el
anciano, aunque sus dientes provocaban más pavor que sentimientos de
tranquilidad-. La mujer sería una prostituta. Tiene un pequeño tatuaje entre
los dedos gordo e índice del pie derecho, parece una lechuza. Supongo que de
alguna de las organizaciones. El interior de su vagina corrobora esa idea, pues
tiene las callosidades típicas de alguien que practica demasiado, incluso
cicatrices de desgarros y heridas antiguas. Pero por su cara, prefecto, ya es
algo que conocía, es usted listo. Le falta el corazón, pero quien lo ha sacado
lo ha hecho con cuidado, puede que sea un médico o alguien con nociones. Pero
no parece un cirujano, pues ha roto de malas formas las costillas.
- Parece que tenemos una pista para seguir,
capitán Ahlssei -comentó Beldek, que se volvió a Fhahl-. Que le hagan un
retrato inmediatamente y dirígete a los burdeles. Hay que ver quien usa ese
tatuaje y si le falta una mujer. Maestro, esperó un informe más concienzudo lo
antes posible.
- Como ordene, prefecto -aseguró Hervolk,
llamando a sus ayudantes.
Beldek le hizo un gesto a Ahlssei para que le siguiese y salir de allí.
Fhahl se encargaría de todo y cuando tuviera algo, le avisaría. Los dos hombres
dejaron la morgue y ascendieron hasta el patio de armas.
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