Lybhinnia iba pisando con cuidado, pues no quería sacar a Armhiin
de su letargo, había decidido que el chamán terminara con sus cánticos, antes
de hablar con él.
-
Los dioses no quieren hablarme, pero la líder de los cazadores
parece que sí -dijo Armhiin mientras abría los ojos, lo que hizo que Lybhinnia
se asustase.
-
No era mi intención molestarte, gran Armhiin -se disculpó
Lybhinnia, que se acercó ya sin moverse con cuidado.
-
Si esa era tu intención, no tendrías que ni haber venido hasta
aquí, un lugar vetado cuando el chamán está parlamentando con los superiores a
todos nosotros -regañó Armhiin, que agarró su bastón y se puso de pie-. Pero ya
que estas aquí querrás contarme algo, lo veo, tu espíritu está intranquilo. ¿Es
por tu última cacería?
-
Es por eso, no ha salido bien, otra vez -Lybhinnia habló,
agachando la cabeza, intentando no mirar los ojos azulados, pesados y
escrutadores de Armhiin-. Seguimos sin encontrar nada que cazar, además los
animales se han vuelto bestias.
-
Pero tu desazón no se debe a la falta de caza, no -indicó Armhiin,
cerrando los ojos, observando el alma de la cazadora-. Tu espíritu se revuelve,
por la situación del bosque, notó una maldad, algo oscuro, tal vez muestras
orgullo. Pero a su vez aflicción por los fallos. Hay algo más, no lo notó bien.
-
¡Mi desazón es porque el bosque se muere! -dijo con voz fuerte
Lybhinnia, harta de que el chamán intentara ver su interior-. Hoy hemos cazado
algo, una abominación, parecía un ciervo, pero estaba corrupto.
-
Podría ser, pero lo habéis cazado, o más bien, ¿lo has cazado tú?
-no se dejó amedrentar Armhiin.
Los sentimientos empezaron a dar vueltas por el corazón de
Lybhinnia. Para su tristeza, el viejo chamán había encontrado algo que quería
ocultar, el orgullo que había sentido por matar al ciervo, impidiendo a sus
compañeros cazadores ayudarla. Era un sentimiento que desde hacía meses había
comenzado a experimentar. Durante muchos años no había sentido ese orgullo,
pero ahora se le revolvía en su interior. Ella intentaba lidiar con ello, sola,
sin hablarlo con nadie, pues sentirlo la haría ser una paria. En su sociedad,
donde todos se ayudaban, lo hacían por amor, no por orgullo, no se veían
mejores que el resto. El orgullo era un pecado y grave.
-
Yo,... yo,... Armhiin,... -no conseguía explicarse bien-. Lo
cazamos entre todos, como siempre.
-
Pero tú le clavaste la flecha mortal -señaló Armhiin, que ya había
accedido a las visiones que Lybhinnia había atesorado en su mente. El chamán
estaba preocupado-. Dices una cosa y piensas otra, Lybhinnia. No te he enseñado
para ser así, deberás concentrarte para eliminar el orgullo que parece aflorar
en tu corazón. Tal vez deberías dejar de ser la líder de los cazadores y…
-
¡No hay nadie aquí mejor cazadora que yo! -Lybhinnia no pudo
contenerse.
-
Tranquilízate, sosiega tus palabras y revisa tus sentimientos,
Lybhinnia -ordenó Armhiin, al tiempo que se puso frente a la cazadora y posó su
mano derecha en el centro del pecho de la cazadora.
Lybhinnia cerró los ojos, al igual que Armhiin, quien empezó a
entonar una cancioncilla, una melodía que entró por los oídos de la cazadora y
la fueron apaciguando. Sintió una luz, una sensación sanadora que limpiaba su
corazón, eliminando la oscuridad y derritiendo el castillo interior que había
levantado el orgullo. Era una pesada carga la que desaparecía de su cuerpo,
algo que llevaba tiempo lastrándole. Cuando Armhiin retiró la mano, Lybhinnia
se dejó caer, soltando el saco y quedándose de rodillas junto a los pies del
chamán.
-
Ahora he conseguido eliminar la lacra -dijo Armhiin, mientras
respiraba pesadamente-. Permíteme que me siente, se lo debes a un pobre
anciano.
Lybhinnia asintió con la cabeza, se levantó, recogió el saco y
ayudó a Armhiin a moverse hasta unas sillas que había junto a una mesa
circular, todo de madera, colocados en un costado de la plataforma, junto a la
barandilla perimetral. El anciano se dejó caer sobre el asiento, mientras le
indicaba con el dedo a la cazadora que le acompañara. Lybhinnia observó la
silla, pero fue reacia a sentarse, pero Armhiin seguía señalándola, por lo que
no le quedó otra opción que sentarse.
-
Gracias, no es bueno para alguien de mi edad tener que mantener
una conversación mirando hacia arriba, las cervicales se adolecen -agradeció
Armhiin, sonriendo-. ¿Qué es lo que llevas en ese saco del que apenas te
separas y que me quieres mostrar?
Como siempre, Armhiin sabía dar en el clavo de lo que tenían en
mente sus compañeros de arboleda. Lybhinnia siempre pensó que por ello era él
el chamán, no cualquier otro. No estaba segura de que Armhiin fuera capaz de
leer las mentes, aunque se asegurará que los chamanes podían hacerlo. Ella
creía que el anciano era muy sabio y además muy inteligente, lo suficiente para
entender las facciones de los rostros de los que con él hablaban, y de esa
forma obtener ese poder semejante a la lectura de mentes. Y aun teniendo en
cuenta esa teoría, Lybhinnia siempre se asombraba de la capacidad de Armhiin
para adelantarse al tema que quería tratar con él.
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