Mientras que la caravana quedó en el camino, los tres hombres y
los dos sirvientes se alejaron para hablar.
-
Esta muchacha se me acercó anoche y me contó que este sirviente no
es lo que dice ser, ni tu jefe de guardias, mercader -dijo Rhennast, señalando
a los aludidos.
-
No sé de qué me hablas -terció Iomer, perplejo.
-
La muchacha te ha mentido -indicó Ofhar, haciéndose el ofendido-.
Es lo que pasa cuando das crédito a las fábulas de una joven que no quiere ser
la esclava sexual de un viejo baboso.
-
Puede ser, pero asegura que el chico le dijo que en verdad él es
hijo de Güit, la bruja -indicó Rhennast-. Claro que yo no conozco a ninguna
bruja con ese nombre, pero al verle bien sí que se parece a otra Güit, alguien
que conocí hace ya años, a Güit de Irnt. Pero eso no puede ser, ya que murió
con toda su familia cuando el general Whay tomó los pantanos. Con lo cual tengo
un gran problema. Pues el chico se parece a su abuelo, el señor Galanenon, pero
se parece a alguien más, no crees mercader, no se da un aire a Ofhar de
Bhalonov.
-
No sé, no he coincidido nunca con el canciller del señor Nardiok
-negó Iomer, asustado.
-
Sabes mercader, en los pantanos corre un rumor, se dice que el
gran Ofhar de Bhalonov estaba perdidamente enamorado de Güit de Irnt. Más aún,
algunos aseguran que consiguió rescatarla, dejando atrás al señor Galanenon y
sus leales, que murieron bajo las espadas de Whay y sus hombres -siguió
narrando Rhennast-. Por lo cual, podrían haber tenido un hijo. Este siervo
podría ser ese hijo. Y este hombre que lo acompaña un leal a Ofhar.
-
Yo me llamo Bhada -intervino Ofhar, intentando parecer sorprendido
por lo que el guerrero sabía o estaba intuyendo-. Te puedo asegurar que este
desecho se lo compre a un pescador del señorío de los mares. Parece que tiene
mucha imaginación, pero eso le va a valer unos buenos coscorrones.
-
No, no, tú no te llamas Bhada, sino Ofhar, solo el canciller del
señorío de los ríos se atrevería a recorrer los pantanos solo -espetó Rhennast,
lleno de admiración-. Pero eso se ha convertido en un problema.
-
Te digo que soy Bhada y no sé de qué diablos hablas -aseguró
Ofhar.
Rhennast negó un par de veces con la cabeza, tras lo que le lanzó
una bolsa de monedas a Iomer, que cogió al vuelo por inercia. Después se colocó
tras la muchacha que sonreía a placer, por haberse vengado de Ofhar.
-
¿Por qué me das este dinero? -preguntó Iomer, levantando la bolsa.
-
Esta muchacha pidió como recompensa su libertad por informarme
sobre la identidad del chico, que aseguró que me haría inmensamente rico y
poderoso ante mi señor -respondió Rhennast, a la vez que desenvainaba su espada
corta-. La verdad, muchacho, has sido realmente estúpido por confiar tu vida a
una esclava, que primero vio en ti una forma de escapar de su destino, pero
cuando tu padre la expulsó, creyó que lo había perdido todo. Entonces aparezco
yo, un hombre que quiere prosperar. El destino lo marca todo.
-
En tu caso, lo más tonto ha sido venir solo -dijo Ofhar, mientras
liberaba su espada de su prisión.
-
Ahora por fin Ofhar hace acto de presencia -se burló Rhennast, sin
perder de vista al guerrero.
-
En tu caso le podrás decir a Ordhin que fue Ofhar de Bhalonov
quién te envió ante él. -aseguró Ofhar, quien ya no tenía que seguir mintiendo
sobre su identidad-. Ella habrá sido el error de mi hijo, pero el tuyo ha sido
aparecer aquí en solitario. No te sigue ningún ejército, soldado. Quieres el
premio gordo solo para ti, más hombres significa compartirlo.
-
Bien visto, pero no hay que llegar a la espada cuando aún podemos
hablar -dejó caer Rhennast.
Rhennast levantó la espada corta, y para asombro de todos los
presentes se la clavó en la espalda de la muchacha. La sonrisa de triunfo se
congeló, transformándose en una mueca de dolor y sorpresa. La espada atravesó
el cuerpo, cortando carne, músculos y nervios. Rhennast la sacó de golpe y la
muchacha se desplomó de bruces contra el suelo, manchado de sangre la hierba y
las botas de Rhennast. Los otros dos hombres y Ofthar observaban sin comprender
bien lo ocurrido.
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