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domingo, 17 de diciembre de 2017

La odisea de la cazadora (5)



Armhiin seguía con el trozo de tela entre las manos. Lybhinnia y Gynthar permanecían en silencio, observando al chamán, esperando sus conclusiones. Entonces Armhiin abrió los ojos, pero se habían vuelto blancos. Lybhannia se asustó e intentó zarandear al anciano, pero Gynthar se lo impidió, pues ya sabía lo que ocurría, Armhiin había entrado en trance y no era bueno romper la unión que había creado.
-       Veo miedo, terror, llanto, ojos llenos de lágrimas, sangre -empezó a decir Armhiin-. Árboles ardiendo, figuras corriendo, perseguidas, unas luchan y mueren, otras corren y mueren. Bestias fantasmagóricas, seres que han cambiado de forma, por maldiciones. Destrucción y muerte, miedo y odio, devastación sin precedentes, pero las figuras están borrosas, no puedo distinguir si enanos, o humanos o elfos, todas las razas se entremezclan. Un mal ancestral, que ha resurgido...
Armhiin cerró los ojos, soltó el trozo de tela, que se cayó al suelo, descendiendo como si fuera una pluma. Gynthar se agachó para recogerlo.
-       No lo toques, si sabes lo que te conviene -advirtió Armhiin, que se le adelantó, recogió el trozo de tela y lo dejó sobre la mesa-. Está maldito, fue de la ropa de alguien, que murió entre odio y miedo. Sus sentimientos de venganza empaparon la tela, cada vez que alguien la toca, la maldad que en ello hay se pasa a esa persona o animal. ¿Estaba enganchada en la cornamenta del ciervo?
-       Así es -asintió Lybhinnia.
-       La maldición corrompió al ciervo, lo cambió, mientras le consumía por dentro -explicó Armhiin-. Hacía mucho que no veía algo parecido, una maldición de este tipo es francamente rara. Y es más raro que el ciervo acabara con la prenda en su cornamenta.
Gynthar había puesto su atención en el trozo de cornamenta, que había tomado por un fragmento de otra cosa. Al cogerlo con sus dedos, notó lo afilado que tenía cada borde. Parecía el filo de una cuchilla o de un puñal. Por suerte lo dejó en su lugar antes de cortarse.
-       No había visto un fragmento de un metal como este, otra arma extraña -indicó Gynthar-. Esta afilado con ganas. Tal vez otro cazador.
-       Es un trozo de la cornamenta del ciervo -se limitó a informar Lybhinnia, lo que dejó sorprendido a Gynthar, que no se lo creía.
-       Ese ciervo había cambiado a peor en todos los sentidos, no acabar con él habría sido muy peligroso para la arboleda, llevaba encima un ariete mortal -dijo Gynthar, como agradeciendo a Lybhinnia por haberlo cazado.
Armhiin estaba ahora revisando la rama de árbol que había traído Lybhinnia. La corteza parecía normal, pero el interior estaba totalmente negro. Armhiin, colocó su dedo índice sobre la madera, en el centro del corte y presionó ligeramente. Su dedo se introdujo en toda su largura, sin casi oposición de la madera, que se hundió hacia dentro. Cuando retiró el dedo, salió un polvillo negro, que la ligerísima brisa que hacía se encargó de llevar de allí.
-       Las ramas se cortaban con excesiva facilidad, incluso árboles de varios cientos de años -informó Lybhinnia-. Todos presentaban esa negrura. Además, cada día hay más claros, menos arbustos o enredaderas. Se podría decir que el bosque se está muriendo.
-       Tú no eres quien para saber si un bosque se muere o no -se quejó Gynthar.
-       Tú tampoco -dijo Armhiin, harto de las interrupciones del guerrero. Tendría que hablar con él sobre ello, pues estaba seguro que había algo tras tanta antipatía contra la cazadora-. Veamos lo último.
Armhiin señaló el paquete hecho con las hojas de enredadera. Lo abrió con cuidado, hasta dejar ver un trozo de carne, ennegrecido, asqueroso, lleno de acumulaciones negras, en forma de glóbulos, que ante la sorpresa de los tres parecía palpitar.
-       ¿Qué diablos es esto? -dijo Gynthar.
-       Algo que no debe existir -afirmó Armhiin, que se puso de pie-. Gynthar trae un brasero, con carbón y haz fuego inmediatamente.
Gynthar se quedó parado, hacer fuego en la plataforma podía ser un poco peligroso. Lybhinnia se había puesto también de pie, alejándose del trozo de carne, que parecía tener vida propia.
-       Haz lo que te pido, Lybhinnia, ayúdale, daros prisa -ordenó Armhiin.
Los dos nombrados se movieron y se marcharon de la plataforma en busca de lo que Armhiin había pedido. El anciano comenzó a entonar un cántico, un viejo hechizo de protección que conocía desde hacía mucho. Debía controlar lo que se escondía en el trozo de carne, un mal ancestral, un mal olvidado, que destruía lo que tocaba. El ciervo no era más que la punta del iceberg, había algo que estaba haciendo cambiar su mundo. Hacía tiempo que lo había advertido, pero había decidido esperar. Ahora Lybhinnia lo había advertido, incluso se había manchado con ello, si quería proteger a sus compañeros de arboleda debía empezar a actuar. Lo primero controlar lo que tenía sobre la mesa, lo segundo recabar información.
Por fin llegaron Lybhinnia y Gynthar con el brasero, que instalaron con cuidado, llenaron de carbón y leña, haciendo aparecer llamas lo más rápido que pudieron. Armhiin tomó con cuidado la hoja sobre la que estaba el trozo de carne y la depositó sobre las llamas. Al principio, mientras se consumía la hoja no pasó nada. Aun así, Armhiin ordenó a Lybhinnia y Gynthar que se alejaran del fuego. Él se interpuso, lanzando más salmos protectores. Cuando por fin el fuego tocó la carne, esta comenzó a moverse con un frenesí y se empezó a escuchar un sonido estridente, que parecía el llanto de un niño. Tras un rato, la carne y el llanto desaparecieron.
-       ¿Qué diablos era eso? -preguntaron Lybhinnia y Gynthar a la vez.
-       Un alma -se limitó a responder Armhiin.
Los dos se quedaron observando al anciano, sin saber que responder a su afirmación, como un alma estaba encerrada en el cuerpo de un ciervo y además lo había corrompido.

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