Maichlons dio cuenta del guiso de carne y una porción de pastel de
manzana, que la cocina había preparado rápidamente para él. Le habían traído
también un trozo de pan, tierno y con mucha miga, así como una jarra de vino,
aunque no parecía ser uno de los especiales de su padre, pero entraba bien.
Cuando terminó, se dirigió a la biblioteca de su padre, donde buscó libros
sobre instrucción militar y sobre la propia guardia real. No había muchos
tratados sobre esas materias, pero encontró lo suficiente para pasarse la tarde
allí, absorto en lo que hablaban los doctos en esa materia. Estaba tan atento a
la lectura que ni notó a Mhilon encendiendo faroles por la biblioteca cuando la
luz del sol iba menguando, ni a su padre llegar a casa.
-
“El arte de la instrucción marcial” de Dhumas de Retthe -leyó Galvar
el título de uno de los libros que había leído por encima Maichlons-. Este tomo
te habla de la vida y obras de un sargento de armas un poco imbécil. Lo leí
hace ya mucho tiempo y la verdad es que no sé porque tu abuelo decidió
comprarlo. Es todo ficción. El sargento se lo inventó de Retthe, un gran
escritor de comedias que intentó hacer un drama. Son mejores sus piezas
teatrales. De vez en cuando, las compañías teatrales de la ciudad suelen
representarlas.
-
Vaya, pues me lo he leído para nada -murmuró Maichlons.
-
Bueno leer una buena historia nunca está de más -indicó Galvar,
dejando el libro sobre una mesa-. Desgraciadamente esta nunca lo fue. Veo que
estás muy aplicado. ¿Nervioso por lo de mañana?
-
Un poco -asintió Maichlons, cerrando el libro que estaba ojeando,
un ensayo sobre la ordenación del ejército de Tharkanda tras la reforma llevada
por el rey Jesleopold, para reducir el poder de los nobles en la guerra y
apoyar a un contingente más profesional.
-
Pues no lo estés, solo tienes que usar todo lo aprendido en tu
vida militar, recuerda que has llegado hasta coronel por tus propios medios
-intentó Galvar tranquilizar a su hijo-. Sé el oficial que eres y no necesitas
más.
-
Pero soy general gracias al rey y…
-
Eso no dice nada, el rey solo te ha premiado por una buena
carrera, con una distinción ejemplar para el reino -indicó Galvar.- ¿Vienes a
cenar?
-
¿Cenar? Pero si acabo de almorzar -se quejó Maichlons.
-
¡Acabas de almorzar! -se hizo el sorprendido Galvar-. No lo creo,
pues me ha dicho Mhilon que has llegado tras el mediodía y que llevas horas
metido en la biblioteca. La verdad es que me parece raro que el guerrero se
haya vuelto ratón.
Galvar empezó a reírse de su propia chanza, con unas carcajadas
sonoras. Maichlons se dejó llevar por la alegría de su padre y se unió al
festejo de la broma.
-
Señores, la cena ya está lista en el comedor familiar -resonó la
voz de Mhilon tras los dos nobles.
-
Mhilon, viejo zorro, sigues siendo silencioso como un ratoncillo
-indicó Galvar-. Maichlons vamos a cenar, a ver que nos ha preparado la vieja
Mandie.
La vieja Mandie era la cocinera jefe de la casa y pareja de Mhilon
o eso es lo que se pensaba, pues nadie sabía a ciencia cierta si eran o no
amantes. Ninguno estaba casado y no tenían hijos ni en común ni con terceros.
Maichlons suponía que su padre era el único además de ellos que sabía la verdad
sobre el asunto, pero nunca se lo había preguntado. Lo único que era real y
cierto es que cocinaba muy pero que muy bien.
Maichlons hizo el gesto de que iba a recoger los libros, para que
su padre esperase, pero Mhilon ya se le había adelantado, colocándolos en un
carrito y señalando la puerta a Maichlons. Así que los dos Inçeret se
apresuraron para llegar al comedor familiar. La luz de velas iluminaba todos
los pasillos y las habitaciones, mientras que los sirvientes iban cerrando los
postigos exteriores y las ventanas, así como las cortinas pesadas en los
ventanales más grandes. La casa se preparaba para pasar la noche, como si fuera
un castillo. La puerta lateral y el gran portón se cerraron y se afianzaron con
cerrojos y trancas, lo que obligaría a cualquier visitante no invitado a tener
que usar material de asedio para entrar en la residencia. Parecía que con los
años Galvar se había vuelto más temeroso de los ladrones, o eso pensó
Maichlons. Los dos se sentaron y Mhilon, que había aparecido de la nada, como
era su estilo se encargó de acercar la cena, que había permanecido oculta en un
armario de piedra, ideal para aguantar el calor. Les habían preparado unas
cuantas salchichas de cerdo, con una guarnición de verduras guisadas, una
tortilla y queso de oveja, así como pan en una cesta, recién horneado y vino.
Maichlons y Galvar se concentraron en sus respectivos platos y prácticamente sólo
abrían la boca para meter más comida al buche. Solo cuando ya no quedaba nada
en los platos pudieron hablar un poco.
-
¿Las noches se han vuelto más peligrosas? -preguntó Maichlons tras
apurar su copa de vino.
-
En estos días, cuando la ciudad y el reino son cada vez más
prósperos, los criminales han renacido con especial virulencia. Antiguamente la
guardia de la ciudad era suficiente para acabar con ellos, pero ahora la
corrupción ha terminado con esos tiempos. Solo una unidad, una especie de
policía militar aún lucha contra estos individuos, pero desligados de sus
hermanos que reciben regalos de los malvados -explicó con pena Galvar-. Nos
está costando mucho encontrar guardias que no caigan en las garras de la
corrupción. El Heraldo es quien se debe encargar de ello ahora.
-
Pero aun así cierras esta casa como si fuera un baluarte militar
-indicó Maichlons.
-
No suele ser normal, pero en ocasiones los ladrones han actuado en
el barrio Alto, con total impunidad y de forma muy violenta -señaló Galvar-.
Recuerdo lo que le pasó al duque de Fheran, entraron en su casa, le dieron una
paliza importante y robaron unas pocas joyas. Es verdad, que el grupo criminal
al que pertenecían, los ajustició y dejó los cadáveres en la vía pública. Pero
de vez en cuando hay golpes y en los otros barrios es peor.
-
¿Y no haces nada?
-
Hago lo que puedo hacer, ya que la seguridad de la ciudad recae en
el alcalde de la ciudad, no en la corte -admitió Galvar.
-
¿Y eso es suficiente?
Galvar se le quedó mirando, sin saber qué responder, porque él al
igual que su hijo no le gustaba como estaba la ciudad. Al final le dijo que era
tarde y que era ya un hombre mayor. Era mejor hablar de ello otro día. Aunque
tal vez debería hablarlo con Rubeons, pues como Heraldo podría informarlo mejor
de la situación y en qué acciones puede tomar parte la corte. Galvar se
despidió y se marchó. Al poco, tras meditar sobre el asunto y decidir posponer
el tema de la criminalidad en la ciudad para dentro de unos días, cuando ya
estuviera bien acomodado como jefe de la guardia real. Entonces ya hablaría con
Rubeons. Se marchó a su alcoba, se desvistió y se metió en la cama, solo con su
camisola de gasa puesta. Sin darse cuenta se quedó dormido.
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