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miércoles, 13 de diciembre de 2017

El tesoro de Maichlons (30)



Los dos días siguientes a Maichlons se le pasaron raudos. Fue como volver a la rutina de un cuartel. El primer día, cuando llegó al cuartel principal de la guardia, allí le esperaban una serie de oficiales, coroneles y capitanes, de las diversas unidades que formaban la guardia. Un capitán que estaba al cargo de los alabarderos ceremoniales, que nunca se separaban del rey y eran los veteranos de élite. El propio capitán era un viejo soldado, llegado desde la frontera norte, que había visto más años que el resto de los oficiales, pero aun así, no había pasado de un rango de capitán. Pronto descubrió porqué observando al resto, no era de alta cuna como el resto, hijos de nobles o de hombres con oro. El resto tenían demasiada pompa y armaduras de gala, con bellas decoraciones, pero que cualquier hacha mellada abriría como un melón.

La guardia real estaba dividida en cinco regimientos, cuatro de quinientos soldados cada uno y después el de los alabarderos que solo tenía doscientos hombres. Los otros se encargaban de patrullar por la muralla de la ciudadela y del barrio Alto, así como andar por las calles. El resto, si el rey permanecía en la corte, pasaban el tiempo como buenamente podían, es decir de taberna en taberna, o bajo las sabanas rancias de algún burdel. Pero que quería, si los mandos eran unas florecitas nobles, la mayoría de sus soldados se les parecían. Y aun así, tras los oficiales había algún ayudante valioso. Pronto tendría que licenciar a esos oficiales, que además no le recibieron demasiado bien, se les notaba un ligero resquemor, una hostilidad. Podría ser verdad que el general Gherren hubiera tejido una red ya en la guardia real, algo para preparar su camino para el puesto de Espada del rey.

Tras una corta charla sobre sus objetivos para la guardia, la petición que le había hecho el monarca y unas consideraciones personales, los coroneles se marcharon, dejando atrás a los capitanes, militares de carrera algunos, lameculos profesionales el resto, que esperaron a las órdenes de Maichlons. Después de asignar las guardias y las ordenanzas del día, mandó formar al primer regimiento, para sorpresa de su capitán. Los quería a todos listos en el patio de armas, para ver su entrenamiento diario y advirtió al resto de capitanes, que los días siguientes tocaría a los otros regimientos principales, solo los alabarderos estaban excluidos por ahora. De todas formas invitó a su veterano capitán y los guardias libres a entrenarse con los otros regimientos.

Tal como había pensado, los regimientos estaban muy anquilosados, no hacían la instrucción debida a la elite que debían ser. Se divirtió bastante haciendo que el primer regimiento entrara en forma, sobretodo sus oficiales. Pero no fue el único en reírse de sus compañeros, los alabarderos que aparecieron por allí, en un estado de forma excelente seguían las órdenes de su capitán y de Maichlons marcialmente, dejando en evidencia a sus compañeros del primero.

A parte de los soldados, Maichlons tuvo otro recluta excepcional, el príncipe Ivort, que se unió al comandante en jefe de la guardia. Dado la posición del príncipe, solo se podía emparejar con Maichlons para los combates simulados. Lo primero que Maichlons le tuvo que pedir al príncipe fue que no volviera a venir con una armadura de gala a los entrenamientos, pues no era apta para nada, excepto para la corte. Le recomendó algo como lo que él mismo llevaba, una cota de malla y luego una armadura ligera, suficiente para detener los golpes. Lo segundo fue cambiar las espadas por aceros de entrenamiento, espadas sin filo, que no cortaban, pero que dejaban buenos moratones en los cuerpos. Ivort, aceptó las peticiones de Maichlons, pues al final él era un guerrero veterano. Por otra parte, aunque el estilo de lucha del príncipe era del nivel de un principiante, veía madera de un buen soldado, algo que necesitaría para ayudar o quien sabe, sobresalir frente al general Gherren. Eso sí, no tenía mucho tiempo para pulir su estilo, pero lo intentaría. Lo que único que tenía como ventaja era el hecho de que ya era un buen jinete o así se lo aseguró el capitán de los alabarderos. Pero ser bueno sobre una montura no le iba a librar de terminar magullado durante unas cuantas mañanas. Maichlons esperaba que no fueran muchas.

Otro problema, fue encontrarle un lugar para poder llevar sus asuntos. Rubeons y Galvar le hicieron un hueco en las salas que ocupaban, ya que como normalmente el cargo de jefe de la guardia iba ligada a las funciones de Espada, no se había pensado en esta vicisitud. Así que tras el primer entrenamiento con el primer regimiento, se sentó tras una pequeña mesa, sobre un taburete, que aunque sencillo le permitió descansar. Allí leía los informes de compras para la guardia, que un sirviente le hacía llegar. Él los observaba con cara seria y cuando todo estaba en regla los firmaba y se los enviaba de vuelta al despacho de su padre. En ocasiones los echaba para atrás o le hacía preguntas a alguno de los ordenanzas que tenía asignados. Otros los dejó en suspenso, hasta que él mismo inspeccionará las armas o protecciones que querían cambiar.

Rubeons le solía observar divertido, pues en ocasiones parecía especialmente perdido. Claro está, había sido más un hombre de acción que de papeleo.

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