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domingo, 24 de diciembre de 2017

La odisea de la cazadora (6)



Armhiin esperó un poco más, hasta que le pareció suficiente y extinguió el fuego, tapando el brasero con su tapa. Lybhinnia y Gynthar habían estado en silencio, intentando digerir la respuesta a su pregunta, esperando a que Armhiin explicara a que se había referido. Lybhinnia, al ver cómo el anciano extinguía el fuego, volvió a sentarse en la silla, mirando los objetos que allí aún estaban dispersos por la mesa. Armhiin se acercó, los fue tomando uno a uno y lo metió de nuevo en el saco, que cerró y se sentó frente a Lybhinnia.
-       En vuestra mente da vueltas mi respuesta, queréis una explicación pero no acertáis a preguntar -dijo Armhiin, tras dejar el saco en el suelo-. Un alma, no sé de qué raza, si humana, si elfa, si enana, pero muy fuerte, con un odio y unas ganas de venganza absolutas. Hacía mucho que no veía almas libres, capaces de saltar de un cuerpo a otro, de permanecer escondida hasta poseer a otro ser. Almas oscuras, que corrompen al ser que las albergan. Que irradian su corrupción, destruyendo lo que tienen cerca. No sé durante cuánto tiempo se mantuvo en el ciervo, pero lo suficiente para modificar al ciervo, en su vida cotidiana. Esto es preocupante, pero yo no lo puedo resolver directamente.
-       ¿Y entonces quien puede resolverlo? -preguntó Lybhinnia, que fue más rápida en recuperarse, lo que provocó una mirada llena de rencor de Gynthar, que tal vez creyera que pasaba desapercibida para la cazadora, pero no para Armhiin.
-       Mañana reuniremos al consejo y expondré un plan, por ahora id a dormir y por si acaso preparad lo necesario para marchaos por unos días -contestó Armhiin, pensativo.
-       ¿Adonde? -inquirió Lybhinnia.
-       Mañana lo sabrás, te puedes ir -indicó Armhiin, dejando claro que ya no iba a conversar más con ella. Lybhinnia hizo el ademán de coger el saco, pero Armhiin se lo impidió-. No, esto me lo quedo yo, estarán más seguros en mis manos.
Lybhinnia se despidió con una ligera reverencia y se marchó. Cuatro ojos siguieron su marcha. Gynthar también le dijo adiós, e iba a marcharse cuando Armhiin se lo impidió.
-       Tanto te ha afectado su negativa que te ha hecho perder el raciocinio, guardián de la arboleda.
-       ¿De qué hablas? -se hizo el confundido Gynthar.
-       Soy viejo, pero no tonto, Gynthar -recordó Armhiin-. He vivido más que tú, he visto muchas cosas, y sé distinguir cuando el rencor nubla a un buen individuo. Te creías que nadie se iba a dar cuenta de que Lybhinnia había rechazado tu petición de convertirse en tu compañera. Lo que no entiendo es como se ha transformado el amor que sentías por ella, en este buscar la forma de hacerla daño.
-       No lo entiendes, viejo -se limitó a murmurar Gynthar, perdiendo su habitual semblante neutro, su cortesía natural, crispándose todo su rostro.
-       Ven, acércate -pidió Armhiin, al tiempo que se levantaba.
-       No me pasa nada, no hace falta que me observes -se quejó Gynthar.
-       No es una petición, guardián de la arboleda -repitió su orden Armhiin, que se le había vuelto la voz más potente, más grave-. Ven ahora mismo. Cierra los ojos.
Gynthar se acercó, Armhiin puso su mano en el centro del pecho, sobre la armadura. Ambos cerraron los ojos. El anciano entonó una nueva cancioncilla, algo diferente a la que había usado con Lybhinnia. Al igual que con la cazadora, encontró lo que estaba provocando el problema. El rechazo de la petición era el detonante, pero lo rodeaba una nube de oscuridad, igual que con el orgullo de Lybhinnia. Con ella había supuesto que al haber estado en contacto con el ciervo maldito, se había contagiado de la oscuridad del alma. Pero Gynthar prácticamente no había abandonado la arboleda para nada. Lo que solo le daba una hipótesis posible, una idea que llevaba consigo terribles consecuencias, sobre una enfermedad que ni él mismo podría controlar, no allí. Pero lo primero era limpiar el miasma del corazón de Gynthar. Se tuvo que emplear con mayor fuerza que con Lybhinnia, pues el rencor no era como el orgullo, era más difícil de controlar, más peligroso. Al fin y al cabo del rencor al odio había un paso muy corto.
Al final, consiguió purificar a Gynthar, pero le cansó más que con Lybhinnia. Gynthar abrió los ojos y vio al anciano chamán, respirando con dificultad, le ayudó a sentarse en la silla.
-       Gracias, mhilderein -agradeció Gynthar, que había recuperado su neutralidad habitual.
-       Supongo que tus sentimientos por Lybhinnia han vuelto a ser los originales, ¿no es así, Gynthar? -quiso saber Armhiin.
-       La amo, si te refieres a eso, mhilderein -contestó Gynthar-. La ayudaré y protegeré en todo lo que me ordenes. Aunque ella no me corresponda. Me convertiré en su sombra, no te preocupes.
-       Bien, es hora de descansar, mañana tenemos consejo, buenas noches, Gynthar -se despidió Armhiin.
-       Te deseo lo mejor, mhilderein.
Gynthar se marchó tras hacer una reverencia. Armhiin había llegado a la conclusión de que Gynthar no estaba bien porque siempre que hablaba con él usaba el título de mhilderein, una nota formal para referirse a un chamán, no significaba que otra cosa que individuo sabio. No se utilizaba únicamente con los chamanes, también era utilizado para los que habían sobrepasado una edad alta o si eran unos eruditos en alguna materia. Por ello se usaba con los chamanes, porque normalmente, como le ocurría a él, eran las tres cosas, muy ancianos, eruditos y miembros importantes en la arboleda.
Tomó el saco, se levantó cuando se vio con fuerzas y se marchó tras revisar que en el brasero no se había salvado nada. Aún tenía un paseo hasta su cabaña, pero el andar siempre era beneficioso, para su salud y para preparar el consejo del día siguiente.

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