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miércoles, 20 de diciembre de 2017

El tesoro de Maichlons (31)



Fue al final del segundo día, harto ya de tanto papeleo, cuando Maichlons estaba a punto de marcharse a casa, cuando Galvar apareció en el arco de la puerta de su despacho.
-          ¿Rubeons, te ha llegado esto? -preguntó Galvar con un papel en la mano, lleno de letritas y con un sello, que Maichlons no pudo distinguir bien.
-          Sí, Galvar -asintió Rubeons.
-          Mañana tengo muchas cosas que hacer, y tú también, tenemos la primera reunión con el monarca, tu primera como Heraldo -indicó Galvar dejando el papel encima de una mesa-. Tendré que mandar una respuesta excusándome.
-          Tal vez no haga falta -dijo Rubeons.
-          ¿A qué te refieres? -quiso saber Galvar intrigado.
-          Ahora hay otra persona que puede ir a estas cosas y así no quedamos como unos aguafiestas -respondió Rubeons, mirando a Maichlons.
Galvar miró a su hijo y sonrió, entendiendo a lo que se refería Rubeons.
-          ¿Maichlons, podrías ir mañana por el mediodía a un acto en la ciudad? -dijo Galvar, aunque no tenía mucho de pregunta, sino más como una orden.
-          ¿A dónde? -preguntó Maichlons, más interesado en tener una tarde lejos del papeleo de su cargo.
-          Al edificio del gremio de mercaderes, da una comida ligera con un baile -señaló Rubeons-. Es un acto para conmemorar el aniversario de la creación del gremio, lo que ha generado una época de desarrollo comercial sin peleas entre los mercaderes. Han invitado a los prohombres de la ciudad y de la corte. Por ello, creo que es buena idea que el comandante en jefe de la guardia real asista.
-          Una gran idea -afirmó Galvar.
Maichlons asintió con la cabeza, pues por una parte dejaría la penosa actividad con los informes y además podría ver de nuevo a la dama Gharsiz.
-          Sin duda es una gran idea -añadió Rubeons-. Lo curioso es que vuestro hijo esté tan interesado en ir a un acto de sociedad como este. Normalmente me cuesta mucho más que los soldados acepten ir a estos saraos. Será que está harto del trabajo de oficina, o tal vez hay algo más interesante en esa fiesta de lo que nos ha comunicado.
La cara de Maichlons se había endurecido, mientras Rubeons y su padre le estudiaban con parsimonia. Al final Galvar comenzó a reírse y regresó a su despacho, seguido por sus sonoras carcajadas. Rubeons acompañó un poco a su antiguo jefe, pero pronto se volvió a su efigie amable, pero seria. Maichlons le escrutaba, preguntándose si el jefe de espías estaba al tanto de que había alguien en ese baile que conocía y tenía ganas de volver a ver. Pero el rostro de Rubeons no era fácil para reconocer sentimientos, pues era bastante falto de emociones, como si estuviera ante un jugador de naipes, sin ver los faroles.
Maichlons decidió que lo mejor era seguir interesándose por sus papeles y no ahondar en lo que sabía y no Rubeons. Y así, pasó la tarde y cuando la noche empezaba a menguar, se marchó de vuelta a casa con su progenitor, que le miraba divertido y extrañado por incómodo silencio que mantenía.
-          Espero que las palabras de Rubeons no te hayan molestado, hijo -dijo Galvar-. A veces no sabe mantener la lengua encerrada en el interior de su boca. Pero no lo hace adrede y además sé que le caes bien. Te ve como mi sucesor como Espada del reino, para cogobernar con él.
-          Querrás decir con el rey -indicó Maichlons, saliendo de su apatía.
-          Realmente sí, aunque nuestro asesoramiento es muy estimado por el rey Shonleck -aseguró Galvar-. Y por lo de mañana si no quieres ir, no te preocupes, envió un mensaje de disculpa y listo.
-          Lo de mañana no me da problema alguno -afirmó Maichlons, con firmeza.
-          Pues en ese caso, a por esos buenos para nada de la sociedad civil -animó Galvar-. Pues va a ser como un campo de batalla, uno de los peores, el de la teatralidad social.
Galvar se pasó el resto de la tarde y durante la cena hablándole a Maichlons de la sociedad civil con la que se iba a codear el día siguiente. Sobre los miembros del gremio de mercaderes, que eran como un grupo criminal pero dentro de la ley, del alcalde y la política que le rodeaba, la nobleza, tanto la alta como la baja, que se mezclaba haciendo corros donde devoraban los unos a los otros con las noticias frescas de sus andanzas. Maichlons pudo ver que una batalla militar era menos compleja que la sociedad de la ciudad. Cuando su padre dio por terminada su disertación, ambos se tuvieron que ir a dormir, dado que la noche había avanzado demasiado.

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