Cuando Shennur regresó a casa, ya estaba la tarde muy avanzada, el
sol descendía inexorablemente hacia el horizonte, dispuesto a marcharse por un
día más. El consejero regresaba cansado, harto de Pherrin y sus amigotes. Su
rival se había recompuesto y había traído una batería de leyes nuevas, normas
que le beneficiarían a él solo, tanto desde el punto de vista comercial, como
el político. Sin duda el mercader era una víbora, venenosa, reptante, pero
sobretodo glotona.
Según se bajó de su carruaje se encontró de lleno con Dhiver. El
criado estaba serio como siempre, lo cual no vaticinaba nada bueno.
-
El señor de Ghusse ha tanteado al príncipe -informó de inmediato
Dhiver-. Por lo que le he sacado a Jha’al, el buen noble le ha hablado
abiertamente de su movimiento para destronar al emperador y acabar con Pherrin
y su gente.
-
Maldito Pherahl -dijo Shennur, pasando por delante de Dhiver y
entrando en casa-. No me deja ni actuar, siempre quiere ir con prisa. La última
vez casi lo pierde todo y encima casi implica al príncipe. Pero qué podemos
esperar de la nobleza, mi buen Dhiver. Me voy a mi despacho. Tú ve a donde mi
esposa e indícale que no cenaré con el resto, asuntos de estado. Luego reúnete
conmigo, hay cosas que hacer.
-
Como ordene, mi señor -asintió Dhiver, deteniéndose y haciendo una
reverencia.
Shennur siguió a paso rápido hacia sus dependencias privadas,
mientras que Dhiver fue a cumplir con las órdenes de su amo. Como Shennur había
previsto a su esposa no le hizo gracia, pero los asuntos de estado de su esposo
eran siempre importantes, sobretodo en estos tiempos, cuando su hacienda
parecía más un cuartel militar que una vivienda de nobles. A la cena tampoco
asistieron ni el príncipe ni su segundo, lo que fue más una decepción para sus
hijos que para Xhini, lo que le hizo sospechar algo a Jhamir. Incluso el viejo
Shannir ni apareció por el comedor, pero Jhamir ni se inmutó, pues ya estaba
habituada a las excentricidades de su progenitor, que estaría con uno de sus
experimentos, o componiendo alguna obra o lo que tampoco era ya raro, en la
cama con una de las criadas de más edad y viuda.
Bharazar cenó con los camaradas y cuando llegó la noche oscura y
bien entrada, regresó a su alcoba, cansado. Se liberó de su ropa, que dejó sin
orden ni concierto por la habitación y se introdujo en su lecho. Pero no estuvo
solo por mucho tiempo. Entre las sombras y con el cuidado que tendría un
ladrón, una figura fue moviéndose con cuidado por los pasillos. Sinuosa,
gracias a su grácil figura. Intentando pasar desapercibida, hasta abrir con
cuidado la puerta de la alcoba del príncipe e introducirse dentro. Para todos,
ya fueran criados o residentes pasó por alto, excepto para Jhamir, que estuvo
escondida cerca de la habitación de la que partió la acróbata y hasta su
destino. En la mujer nació una sonrisilla cuando sus sospechas se vieron
cumplidas. Una vez saciada su curiosidad se fue de allí, pues en verdad no
quería saber más de lo que ya suponía que iba a pasar.
Dentro de la alcoba del príncipe, la sigilosa persona, se deshizo
de la única prenda que llevaba sobre su piel, un abrigo oscuro, permitiendo que
la escasa luz que llegaba del exterior por las ventanas enrejadas, iluminara su
fina cutis, sus curvas, sus ángulos y su juventud. Descalza, cruzó el espacio
entre la puerta y la cama, alzó la sabana y se unió con su amado.
Bharazar quien ya había notado el rumor del movimiento, se giró,
para que sus ojos se cruzaran con su acompañante.
-
Xhini, mi bella Xhini -murmuró Bharazar, con voz queda, para que
solo la joven le oyese-. Tan preciado tesoro y tan peligroso amor.
-
Déjame que sea tuya, mi general -pidió como un lamento Xhini, al
tiempo que besaba en los labios al príncipe.
Bharazar le devolvió la caricia, al tiempo que pasaba su mano izquierda
por el rostro de la mujer.
-
¡Qué Rhetahl nos perdone! -murmuró Bharazar-. Pues poseer a la
esposa de mi hermano es uno de los pecados más graves que existen, pero mi
corazón se desboca cuando tu estas cerca.
-
Y el mío llama tu nombre, mi amor -Xhini puso su mano sobre el
pecho de Bharazar y comenzó a descender su mano hasta llegar a su ingle.
La mano de Xhini comenzó a juguetear con el miembro de Bharazar,
que se iba excitando con cada nuevo masaje. El príncipe, sin poder refrenar su
pasión, se fue acercando a Xhini, hasta que ambos cuerpos se sumieron en un
abrazo perfecto. Beso tras beso, los dos cuerpos se rozaban el uno contra el
otro, hasta que Bharazar se movió para ponerse encima de ella. Los besos y las
caricias se convirtieron en meras añadiduras del baile que los dos cuerpos
comenzaron a ejercer, juntos, al mismo ritmo, llenándoles de placer.
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