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domingo, 10 de diciembre de 2017

La odisea de la cazadora (4)



Lybhinnia levantó el saco, lo abrió y lo volteó para vaciarlo con cuidado sobre la mesa que le separaba de Armhiin. Lo primero que cayó fue su puñal, que emitió un chirrido al golpear el metal con la madera. La hoja seguía manchada por las motas de roña, o más bien carcomidas por algo. Las otras cosas que se esparcieron por la mesa, fueron un trozo de la cornamenta del ciervo, el trozo de tela que había localizado clavado en ella, una rama de árbol, como las que habían utilizado para quemar al ciervo y un trozo de la carne, envuelta en hojas de enredadera.
-       Lo he traído todo de la cacería -indicó Lybhinnia-. El trozo de tela estaba enganchado en uno de los cuernos, que eran de este material tan raro. Entre las hojas hay un trozo de carne, pero trátalo con cuidado, esta putrefacto y ya lo estaba cuando lo obtuve del animal. Use ese puñal para obtenerlo.
-       ¿Realizaste tú el primer corte? -dijo una voz a su espalda.
Gynthar estaba allí de pie, al final de la pasarela por la que se accedía a la plataforma. Lybhinnia no le había oído acercarse, y eso que tenía un oído muy fino, como se esperará de una cazadora.
-       Gynthar eso ya no importa, el ciervo no nos hubiera alimentado, lo que hizo va en contra de nuestras tradiciones, pero en este caso ha sido mejor el remedio que la enfermedad -quitó hierro Armhiin que había tomado el puñal y observaba con detenimiento las marcas-. ¿Cortaste al animal con esto? Cuéntame lo que ocurrió cuando clavaste el puñal.
Lybhinnia explicó lo que había pasado, la sustancia viscosa y el hedor que provenía del interior del cuerpo del ciervo. Gynthar escuchaba incrédulo, mientras que Armhiin retenía cada una de las palabras, buscando en su amplia memoria algún caso similar.
-       Lybhinnia se inventa esas cosas, para que le perdones por sus meteduras de pata y sus faltas con nuestra ley -se quejó Gynthar, serio y con cara de pocos amigos-. Le advertí que estabas con tus rezos y que no te molestara, pero aun así aquí está.
-       Gynthar, eres un miembro respetado de esta arboleda, eres su guardián, su principal guerrero, pero eso no te da derecho a imponer tu designio a todos -le dijo Armhiin, sin dejar el puñal-. Solo el consejo tiene ese papel. Si tienes alguna queja contra la líder de los cazadores, puedes presentarla ante todos los miembros. Pero hasta entonces quiero que me asesores en este asunto, como miembro de esta comunidad. Lo que nos ha traído son objetos importantes.
Armhiin le lanzó el puñal a Gynthar que pilló al vuelo y lo acercó a sus ojos para revisarlo. Se quedó asombrado de los daños en la hoja.
-       ¿Qué te parece, guardián de la arboleda? ¿Qué ha podido provocar este daño en el puñal? -preguntó Armhiin, que había tomado el trozo de tela.
-       Qué es lo que ocurre cuando no mantienes las hojas en buen estado -afirmó Gynthar, dejando el puñal de nuevo sobre la mesa, mirando como Lybhinnia fruncía el ceño y alegrándose por haberla fastidiado un poquito.
-       Eso sí que es curioso, porque yo le entregue ese puñal a Lybhinnia ayer, antes de que se marcharan, era una pieza que recibí de mi padre, la primera vez que salí de caza, cuando era joven -indicó Armhiin-. Era una hoja que he cuidado con los años, pues tenía un valor especial para mí. Pero tal vez no he sido bueno limpiando armas, al final hace mucho que no he tenido que tomarlas, desde los tiempos de las últimas guerras Vhalaryas.
Gynthar volvió a tomar el puñal y lo estudió con detenimiento. La hoja era demasiado hermosa, muy buena, la madera del mango tallada con un esmero que ya no se podía ver en esta época. No estaba seguro del todo pero parecía ser una pieza elaborada por un herrero de Vhal’Thevllanum. Como Armhiin o su padre podía tener un puñal tan antiguo y tan valioso. La familia de Armhiin sería tan antigua, del principio de los tiempos. Pero si el acero era de esa época, que podría haber podido comerse el metal de esa forma. Estaba totalmente asombrado, pues se decía que los grandes señores elfos de ahora tenían espadas de Vhal’Thevllanum, las armas eternas.
-       Este acero, es especial,... hacía mucho que no veía un arma tan bien elaborada,... no hay herreros capaces de igualar… -comenzó a decir Gynthar.
-       Eres un guerrero que sabes apreciar las obras antiguas, Gynthar, tus teorías están en lo cierto, es acero de Vhal’Thevllanum -afirmó Armhiin, luciendo una pequeña sonrisa, recordando algo que ya creía olvidado, el rostro de su padre cuando le entregó el puñal y le anunciaba la procedencia de esta-. No encontrarás un herrero que sea capaz de igualar el arte perdido. Pero lo que quiero saber es que ha podido provocar ese daño.
-       He visto muchas armas, muchas roturas y el óxido de cuando se olvida de cuidar las armas, pero nunca he visto algo que literalmente se coma el metal, o por lo menos que provoque estas marcas -explicó Gynthar, sopesando sus opciones-. Si lo que ha contado Lybhinnia es cierto, no tengo ni idea de lo que ha provocado esto.
Gynthar volvió a mirar el puñal, por si se le había olvidado algo, pero no descubrió nada nuevo, nada que podría sacarles de ese entuerto. Sintió lástima por la destrucción del puñal, pero la verdad es que estaba interesado por conocer que le había pasado. Decidió quedarse, para saber qué opinaría Armhiin de todo este asunto, raro como él solo.

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