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miércoles, 20 de diciembre de 2017

Encuentro (19)



Ofhar y Rhennast se estudiaban con la mirada, hasta que Rhennast se hartó y volvió la mirada hacia la sierva.
-       Una lástima de esclava -dijo Rhennast, que se agachó junto al cuerpo y le rompió la blusa dejando los pechos al aire-. Ese viejo mercader era en verdad un depravado.
-       Conocí a Rhen, hijo de Rhetto, del clan Irnt, un buen soldado, fiel a su señor Galanenon -reconoció Ofhar-. Se dice que se mantuvo en la brecha hasta que todo estuvo perdido.
-       Conocí al soldado que le mató, se mofaba de ello, decía que chillaba como un cerdo cuando él le tajaba con su espada y rogaba por su vida -comentó Rhennast, agachado sobre el cuerpo de la chica-. Mi padre murió en silencio, como había vivido, siempre un guerrero leal y cabal. Ese soldado sí que intentó chillar cuando le corte su cuello, menos mal que le corte antes la lengua. Luego se lo entregue a Ervho, para que se deleitara con su carne, no sin antes quedarme con su espada, para que su alma vague por el reino de Bheler.
Ofhar miró a Rhennast, y rogó a Ordhin por su alma, pues se había vengado del asesino de su padre, pero le había impedido la entrada del gran banquete. Hacer esas cosas eran peligrosas y lo más seguro es que fuera castigado por Ordhin por ello.
Ofthar llegó y Rhennast se alzó, dirigiéndose a su cabalgadura. Ofthar guió el caballo de su padre, pero se fijó en el cuerpo de la muchacha, alguien le había roto la blusa, dejando ver su desnudez. Eso lo perturbó y se giró para encararse con Rhennast. Ofhar puso la mano en el hombro de su hijo.
-       No le debes respeto a la esclava, nos ha vendido a nuestros principales enemigos, lo que ocurra con su cuerpo ya no nos incumbe -advirtió Ofhar, mientras se subía a su montura, tras guardar su espada en su vaina-. No olvides este día, que podría haber sido el último de ambos, pero solo Ordhin y las wherthuins tienen la verdad en sus manos, así como nuestras vidas.
Ofthar asintió, pero no pudo esconder unas lágrimas que descendieron por sus mejillas, pues en su joven corazón había habido sitio para amar a esa muchacha, así como para sentir la congoja de la traición. Pero su padre tenía razón, solo el dios Ordhin y las hilanderas del destino, las wherthuins, podían dirigir los pasos de los mortales. Ofthar montó en su jamelgo. Las monturas del padre y del hijo se acercaron a la de Rhennast.
-       Como has dicho estoy en mi derecho de no confiar en ti, me entregarías tu espada como señal de que eres nuestro aliado -pidió Ofhar.
Rhennast soltó las riendas de su montura y puso sus manos sobre su cinturón. Por unos momentos pareció que el guerrero iba a actuar sacando su espada y guerreando contra ellos, pero al final, tras unos segundos angustiosos y llenos de tensión, se desabrochó su cinturón, y se lo entregó a Ofhar, que lo colgó de su silla.
-       Que así sea, Ofhar, si de esta forma te quedas tranquilo, mi espada es tuya -dijo Rhennast tras entregarle el cinturón con la espada envainada.
Los tres jinetes iniciaron su camino, poniendo los caballos al trote primero y al galope después. Rhennast debía cabalgar junto a Ofhar, con Ofthar a su espalda, otra medida de seguridad que impuso Ofhar y Rhennast acató. Tal como había señalado Rhennast los tres tomaron el camino hacía el señorío de los prados, un territorio aliado del señor Nardiok, el señor del de los ríos y por tanto el líder de Ofhar. Este quiso saber cómo estaban las cosas por la región y no le sorprendió mucho que el señor Whaon estuviera haciendo incursiones en el territorio de los prados. Por ahora solo habían sido pequeñas mesnadas, que se hacían con un poco de grano y algunos esclavos. Probaba la reacción de su vecino y los aliados de este. Ofhar comentó que esto acabaría en una guerra, a lo que Rhennast asintió. Ofthar, escuchó silencioso la conversación de los dos guerreros. Poco a poco, Rhennast se fue abriendo y contando cosas que recordaba sobre la madre de Ofthar y sobre su abuelo. El muchacho fue perdiendo el sentimiento de ira y en ansia de venganza contra Rhennast, al ver que el guerrero le era leal a él y a su familia. Al fin y al cabo eran los dos últimos miembros de un clan perdido.

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