Ofthar aún se encontraba como sumido en una ilusión y todo había
comenzado desde que se había acercado a él, el capitán Rhennast, jefe de la
guardia del señor Nardiok. Conocía demasiado bien a Rhennast, ya que se había
convertido en un buen amigo de su padre. Había conocido a Rhennast cuando
regresaban su padre y él del territorio del señorío de los mares, cruzando
otros territorios en un viaje peligroso para su padre. Una vez en casa, Ofhar
le había propuesto ante su señor como guardia de su escolta. El señor Nardiok
no se opuso a los deseos de su canciller. No había tenido problema para
ascender desde la tropa. De joven había sido soldado del clan Irnt, por ello
había podido prosperar con el tiempo. Su mayor logro al ser designado como
capitán de la guardia del señor Nardiok, fue que le daba un status de nobleza y
de persona importante en el clan Irinat. Esta era la única forma que tenía
Nardiok en aumentar el poder de su clan, que desde su origen era exiguo.
Rhennast podía ser considerado un primo lejano de Nardiok. Aunque también era
un familiar de Ofhar, ya que Rhennast se había casado con una mujer del clan
Bhalonov, lo que había posicionado al capitán de la guardia entre los dos
clanes más poderosos del señorío.
Recordaba que Rhennast se había quedado de pie, en silencio, solo
había agachado su cabeza durante unos segundos ante Ofthar antes de parecer una
estatua. El capitán sabía cuál era su lugar y cuál era la forma de respeto que
tenía que tener con Ofthar, que ya había alcanzado los treinta y siete años de
edad. Aunque de normal solía tratar a Ofthar con cordialidad y eso que era una
persona muy influyente. Ofthar estaba casado con Arnyana, señora de las
llanuras, por lo que aun siendo un señor consorte, era alguien a quien tener
respeto.
-
Mi señor Ofthar, el señor Nardiok le llama, le pide que os acerquéis
a su tienda -había anunciado por fin Rhennast, cuando le pareció que había dado
un tiempo suficiente.
Ofthar había observado los ojos de Rhennast, intentando distinguir
algo que no encontró. Había oído a los hombres al final de la batalla, se decía
que el señor Nardiok había sido herido o muerto. Pero parecía que era un error.
Pues un muerto no podía hacer llamar a nadie. Ofthar se había puesto de pie y
había esperado a que el capitán abandonase su tienda para seguirle. Había
andado mecánicamente, con cuidado, para no pisar a ninguno de los muchísimos
heridos que se agolpaban entre las tiendas del campamento. También había habido
muertos, en gran número, entre ellos su propio padre, el general Ofhar. Habían
ganado la batalla pero a un alto coste.
Todo había empezado meses atrás, cuando el señor de los pantanos
había atacado e invadido el pequeño señorío de los prados, un señorío de escasa
extensión, pero muy rico debido a sus tierras fértiles. Esas tierras eran por
lo que el señor de los pantanos había movido ficha. El territorio del señorío
de los pantanos, tal como decía su nombre era una tierra cenagosa, un inmenso
pantano, donde la única zona capaz de albergar cultivos eran una serie de islas
de pequeño tamaño, entre las cuales se encontraba donde se erigía la ciudad del
señor, o más bien la aldea amurallada. Aún así, el señorío de los pantanos no
era del todo pobre, pues los pantanos estaban llenos de peces y otros animales.
De todas formas, no era suficiente y el señor de los pantanos ambicionaba las
tierras de sus vecinos. Al este lindaban las tierras del señor de los mares,
actualmente demasiado poderoso. Por el oeste el señorío de los prados era más
accesible, pero se encontraba aliado con el señorío de las ríos, poderoso en sí
mismo y el de las llanuras, que aunque más modesto era peligroso. El gran
problema en los tres señoríos al oeste del de los pantanos era el clan
Bhalonov, que se extendía por los tres, convertido en la familia más poderosa
de esos lares, con el resto de los clanes unidos con ellos mediante pactos de
familia o casamientos.
Pero aun así, el señor de los pantanos atacó a su vecino y lo que
tenía que pasar ocurrió. El invasor fue más rápido de lo que habían predicho
los estrategas como el general Ofhar y dio un golpe rápido tomando la ciudad
amurallada de Isma, asesinando al señor de los prados y a toda su familia. Para
cuando los ejércitos combinados del señorío de los ríos y de las llanuras
comenzaron a avanzar hacia su enemigo, el señor de los pantanos parecía ser el
nuevo conquistador de los prados.
De todas formas, el señor de los pantanos no era verdaderamente un
experto en estrategia y se había hinchado de orgullo por su rápida conquista.
Así que no escuchó a sus consejeros ni a los enviados del señor de los mares,
con el que se había aliado en secreto. Salió de Isma con su ejército, con el
convencimiento de que iba a conseguir otra victoria que le iba a dar otra
corona de laureles. Así fue como se dice que partió de la ciudad conquistada a
caballo, con una armadura de escamas muy bruñida, y una corona de laureles
sobre su cabeza. Su orgullo fue tal que le nubló la mente y los ojos, hasta tal
punto que expulsó a los asesores militares del señor de los mares, que tanto le
habían ayudado en la conquista del señor de los prados, conquista que se había
creído propia.
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