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lunes, 6 de febrero de 2017

Alvaras (1)



El hacha cayó con estrépito y un trozo del tocón de madera salió despedido sobre la nieve. El hombre volvió a levantar los brazos para tomar nuevo impulso, para repetir el proceso. Desde hacía rato, en el poblado era el único sonido que se escuchaba, el golpe del hacha sobre la madera. Aún era muy pronto por la mañana, y pocos de los residentes estaban levantados.
 
El poblado era un conjunto de casas de una altura, construidas con troncos superpuestos, bañados en brea para aislar los huecos. En una de las paredes se levantaba un hogar de piedra, para el fuego. El techo era un enlazado de listones finos de madera sobre los que había una cubierta de cueros embarrados y una capa de musgo. Las casas estaban erigidas en dos círculos, uno interior y otro exterior. Las del exterior estaban adosadas a un terraplén de tierra aplastada, de metro y medio de altura que en su cara externa estaba reforzada por unas líneas de piedras y una empalizada de troncos de más de un metro de altura. Junto a la única puerta de entrada había dos pequeñas torres de madera de unos cuatro metros de altura, idénticas a la erigida en el punto contrario a la puerta en la empalizada. Entre las casas del anillo exterior había escalas para acceder a la defensa de tierra.
 
Las casas exteriores estaban reservadas a los siervos, leñadores, cazadores, agricultores, y estaban las cuadras, tanto de animales domésticos como los caballos de los guerreros. Las interiores eran las de los diez guerreros del poblado, la del herrero, la del sacerdote y la del bardo.
 
En el centro de la plaza interior había una casa solitaria, de dos alturas, circular y más grande que las demás. Era la del señor del poblado, un guerrero fuerte y musculoso que se encargaba de mantener el orden de la región para su señor. En el primer piso de la casona estaban las dependencias del señor, un salón de festejos, y los lares. En la segunda planta, las despensas del poblado, todo alimento que generaba la región acababa allí, listo para usarse. Lo normal es que todo el poblado, todos los días comiera y cenara en el salón de su señor, como era costumbre desde hacía muchos siglos.
 
El problema principal del poblado, Yhakka se llamaba, era que se encontraba al pie de las montañas nevadas del sur del señorío de los hielos, y como tal no era una de las regiones más prósperas agrícolamente hablando. Los poblados más al norte tenían campos más fértiles, y durante el corto periodo de buen tiempo, la rápida primavera y el veloz verano, se podía cultivar un cereal que crecía en la zona, el trigo de las nieves, que era el único capaz de hacerlo en esta región tan meridional. Pero aun así, en la planta superior de la casona se guardaban cada invierno una buena cantidad de sacos de harina de trigo de las nieves, y en esto es en lo que residía la fortuna o valor del poblado, por lo que era necesaria la presencia de un therk y sus diez soldados.
 
Junto a Yhakka había un torrente de aguas tumultuosas y poderosas que hacían girar la noria que daba la fuerza a las muelas de un molino. Todo el trigo que se producía en la región llegaba al final del verano para ser molido por los siervos del therk, y cada seis sacos de harina que se producían, ellos se quedaban uno, que junto a su pequeña producción, conseguían tener una base para su alimentación invernal.
 
Yhakka estaba prácticamente rodeada por bosques, por lo cual no tenían escasez de madera, pero esto no podía convertirse en su industria, ya que el resto de los poblados de la región se encontraban igual, todos tenían impetuosos bosques en sus cercanías. Lo único que les venía bien era para no morirse de frío. Todos los días una cuadrilla de leñadores subía a la montaña a abastecerse de leña. Bajaban troncos enteros que despiezaban en el poblado. Siempre la mejor madera acababa junto a la casona y las casas de los guerreros, pues estos eran hombres libres, no como los siervos, que eran esclavos. Los siervos habían nacido esclavos, la mayoría no recordaban en que generación sus ancestros habían sido hechos esclavos, pero ahora ya no podrían cambiar su sino. En más de una ocasión alguno había intentado huir de sus señores, pero a donde ir, solo había frío y muerte a su alrededor. Los que habían regresado al poblado, sólo habían recibido un castigo, tampoco nada ostentoso, a menos que hubieran robado algo antes de su fuga. Lo normal era una serie de latigazos.
 
La única forma de dejar de ser siervo, era cambiar tu estatus y eso solo se conseguía por matrimonio. Ese era el caso de la madre del therk de Yhakka. El padre era un guerrero que servía a las órdenes del tharn de la región de las laderas nevadas, en la aldea capital, Thepperon. Un buen día conoció a una sierva de una lavandería, se enamoró y consiguió casarse con ella. Por aquel entonces, igual que ahora Davalon era el tharn, y se le conocía por ser un hombre justo. Fue el garante del enlace y de esa forma la sierva se convirtió en mujer libre, entrando en la casta de los guerreros. Pero estas situaciones no solían ser muy habituales, lo normal era nacer y morir siervo, pariendo siervos para sustituirte.
 
El therk clavó el hacha en el suelo, recogió los trozos de madera y los colocó en la pila donde había ido colocando toda la leña que había preparado con lo que los leñadores le habían traído de su visita diaria al bosque cercano y le habían dejado la tarde anterior. La labor de cortar la leña la podría haber hecho un siervo, pero el therk prefería hacerla él, así hacía ejercicio. Tomó de una percha que había instalado junto a la pila de madera su tahalí y se lo ciñó al cuerpo. De él colgaba una pesada espada, que era el distintivo más claro de su posición en el poblado. Los siervos sólo podían portar pequeños cuchillos o hachuelas de mano, mientras que los guerreros espadas o hachas de batalla. Los siervos sólo podían tomar las armas cuando se llamaba al thyr.
 
La sociedad en esa región estaba organizada en rangos. En la cúspide se encontraba el tharn, señor feudal de toda la región, su labor era velar por la protección de hombres libres y siervos, de administrar justicia, de tener a los dioses contentos, de la producción agrícola, maderera, minas, etc. Si el señor de los hielos, que era como el rey de todos ellos, les llamaba a la guerra, el tharn debía levantar un ejército acorde a la extensión del territorio y al valor de este. Llegar al campo de batalla con un número inferior al que el rey había estimado, podía conllevar desde una buena reprimenda hasta su caída en desgracia. Los tharn habían sido puestos por el señor, y este podía quitarles el puesto. Lo normal es que fueran miembros del propio clan o familia del señor, o de otra importante, que llevaran mucho tiempo pasándose el título de padres a hijos, con lo cual no solían defraudar a su señor, excepto que se hubieran alineado para destronarlo. Pero desde que había aparecido el señor de las cascadas, el rey supremo, el señor de los hielos se había convertido más en un gobernador que un rey.
 
Los tharn que, como pasaba con Davalon, poseían un territorio muy grande tenían la posibilidad de nombrar therk, que eran como unos señores menores o capitanes militares. Su labor era proteger lugares o posiciones estratégicas. El caso de Yhakka era la existencia del molino, por lo cual necesitaba la presencia de una guarnición y un oficial a su mando, el therk. El therk así como el tharn debía mantener el orden en su territorio, se encargaba de administrar justicia local, y sobre todo de mantener en funcionamiento el molino. A su vez el therk, al ser llamado a las armas, debía acudir con sus soldados, perfectamente pertrechados, y con el thyr de su territorio. El thyr era el ejército de los siervos, formado por arqueros principalmente.
 
El therk de Yhakka podía llegar a dirigir en batalla a sus diez soldados y unos cuarenta siervos que formaban el thyr del territorio. Los siervos eran hombres de entre dieciséis a cuarenta años provenientes de la población y de las cuatro granjas que pertenecían al territorio de Yhakka.
 
El therk era un hombre joven, no más de veinte años, alto, fuerte, bien parecido, con pelo negro y largo, una barba bien cuidada del mismo color, ojos oscuros y vivaces. Hacía un año que había asumido el cargo que era un premio por haber salvado la vida al heredero del tharn Davalon durante una cacería. En parte también se debía a que la familia del therk siempre habían sido guerreros leales y por ello, distinguir al último de ellos con el grado de capitán afianzaba más su posición como tharn de las laderas nevadas, ante otros hombres libres que quisieran ascender a su costa.
 
Aun recordaba la sonrisa de su padre, cuando el tharn Davalon se acercó a ambos en Thepperon.
 
-    Alvark -pues así se llamaba el padre del therk-, ven con tu hijo, quiero deciros algo -dijo el tharn Davalon el mismo día que habían vuelto de la cacería.

 
Los dos guerreros le siguieron hasta el salón de festejos, que al contrario que Yhakka, se encontraba en la torre del tharn. Allí había reunidos más guerreros, el sacerdote mayor, varias mujeres de la familia de Davalon y su hijo primogénito, Dagalon, con un aparatoso vendaje.

 
-    He aquí, Alvaras, hijo de Alvark, que desde que cumplió los quince años ha servido como su padre como uno de mis soldados -clamó el tharn Davalon según se subió al sitial de los ancestros, su trono elevado con cabezas de águila, pues era la enseña del tharn, un águila con las alas extendidas, volando entre las montañas-. Me han contado lo que sucedió durante la cacería, como sin pensárselo demasiado mi buen Alvaras se enfrentó a un oso de las nieves para salvar a mi hijo, su futuro tharn -Davalon se veía profundamente emocionado-. Por ello le concedo a Alvaras el cargo de therk, tomando posesión de Yhakka, una pequeña población al sur de aquí.
-    Gracias mi tharn -agradeció Alvaras, arrodillándose ante Davalon.
-    Therk Alvaras, te he concedido este gran honor y espero que me correspondas como debes -prosiguió Davalon, sin prestar mucho caso a los murmullos que se extendieron por el salón. Algunos eran de aprobación, mientras que otros eran de indignación. Los anuncios de este tipo no siempre eran del gusto de todos, siempre había posiciones encontradas-. Cuando te llame para la guerra deberás asistirme y en la paz, asegurarás la vida.
 
El sacerdote se había acercado con las runas y un platito de metal, había tirado las runas e interpretado como se habían colocado en el centro del plato. Según el viejo, tanto Ordhin, el dios supremo, como Thoin, el dios guerrero dieron su beneplácito al designio del tharn y Alvark dejó un trozo de plata en el platillo para que los dioses vieran que aceptaban su buen augurio. Esa misma noche, se hizo un banquete en la torre del tharn, para festejar el ascenso de Alvaras. A la mañana siguiente, Alvaras, su padre y la familia de ambos, tanto la madre de Alvaras, como su mujer y su hijo se pusieron en marcha para asumir su cargo de therk.
 
Cuando llegaron a Yhakka tras tres jornadas de viaje, pernoctando en los poblados del camino, que tuvieron que agasajarlos con lo poco que tenían, pues al final Alvaras era un therk de su tharn y se le debía tratar con el respeto debido, aunque los residentes de los poblados fueran hombres libres, se encontraron a un poblado pequeño que no parecía tener mucha importancia estratégica para nadie. No fue hasta que se presentaron ante él los diez guerreros que protegían Yhakka, cuando le hablaron de la existencia del molino.

 
Yhakka era un poblado en muy malas condiciones, una dejadez que había permitido el anterior therk, un guerrero anciano, propenso a beber en exceso y pasarse tanto el día como las noches durmiendo, sin prestar ningún caso a la vida de los siervos y hombres libres del territorio, sólo atento a tener una sierva para calentarle el lecho y mucha cerveza que echarse en el gaznate. Lo más seguro es que fuera por esa forma de vida por lo que el dios Bheler vino a por él, en una noche fría. Alvark, al ver el estado de los guerreros, sus equipos y sus escasas ganas de trabajar, montó en cólera. Mientras Alvaras se ocupaba en dirigir a los siervos para reconstruir casas y arreglar el muro de tierra, su padre tuvo que vérselas con los guerreros que pronto descubrieron lo que era la disciplina y el ejercicio duro. Alvaras al ver los ejercicios solo se podía compadecer de ellos, pues él había crecido de igual forma. Pero la verdad es que no se entristecía por no tener casi niñez, pues el guerrero que era ahora se debía a todo lo que su padre le había enseñado.
 
En menos de un mes, Yhakka había cambiado mucho, pasando de una aldea que se venía abajo, a un poblado organizado listo para empezar a recibir las remesas de trigo para ser molidas como en todos los finales de verano. Fue obra de Alvaras que la cara exterior del muro de tierra se reforzase con piedras, y se erigiera sobre este la empalizada de troncos. Además al ampliar el muro hasta que una de las paredes de las casas del anillo exterior quedase adosada a la tierra, consiguió que quedaran más protegidas de los vientos fríos que descendían de las montañas cercanas. Por primera vez en mucho tiempo los siervos estaban contentos, pues el nuevo therk parecía que se preocupaba por su seguridad, algo que el anterior no parecía proclive a ello.
 
Alvaras sabía cómo era la vida de los siervos, pues su madre se lo recordaba en muchas ocasiones, sobretodo mientras había ido creciendo. Sabía que si quería que los siervos trabajasen con ahínco había que hacer que se sintieran queridos, que el therk o el tharn se preocupaba por que sobreviviesen. Por ello abrió los almacenes de la casona para alimentar a todos, no como el anterior therk que los almacenaba para él, sus soldados y para el sacerdote, pues no había que enemistarse con quien hablaba con los dioses. Además, Alvaras solía ir con los siervos a compartir parte de sus labores, pues al final y al cabo él era un simple therk, un rango poco elevado y demasiado cerca de los siervos. Iba a los montes con los leñadores y les ayudaba a talar árboles, cazaba ciervos y alces con los cazadores, siempre lo necesario para comer y preparar cuero para reparaciones en las casas. Hasta alguna vez acompañó al sacerdote a buscar plantas para sus remedios o para sus ritos. La verdad que el sacerdote era un viejo entrañable que hacía las veces del representante de los siervos, contándole sus inquietudes pero también sus alegrías. Por lo general eran cosas nimias que el therk no tenía ningún problema en solventar.
 
Alvaras pasaba todas las semanas de visita por las cuatro granjas que pertenecían a su territorio, que las llevaban familias de hombres libres con sus siervos. La mayoría habían sido leales guerreros del tharn que se habían conformado con volverse granjeros.
 
La vida era placentera, Yhakka era un buen premio por la vida de guerrero leal de su padre y sus acciones.
 
Alvaras recuperó el hacha y se dirigió hacia la puerta de entrada lateral de la casona. En la parte interior había unas perchas especiales de las que colgaban cestos llenos de herramientas y había horcas apoyadas contra la pared. Dejó con cuidado el hacha con la hoja apoyada en el suelo, con el filo hacia la pared, junto a otras colocadas de igual modo. Se dirigió al salón de festejos, por un pasillo. Cuando entró por el arco, la luz de las velas y el calor del gran hogar le quitaron el frío de la mañana. El salón era cuadrangular y tenía cinco accesos. Cuatro arcos abiertos por los que podían pasar dos personas a la vez, como por el que había entrado. El que estaba en la pared contraria a la que había llegado era para acceder a los cuartos de los siervos de la casona. Los otros dos estaban a cada lado del gran lar del salón. Por el de la izquierda se pasaba a la zona de las habitaciones privadas de Alvaras y su familia, mientras que el de la izquierda llevaba a una pequeña armería y a las escaleras para subir al piso superior. El quinto acceso era una inmensa puerta doble, de madera con relieves que había hecho labrar Alvaras al llegar a Yhakka. Los siervos carpinteros se habían lucido representando animales tanto reales como mitológicos, estaban los dioses y hasta se podía ver una escena de alguien luchado contra un oso de las nieves, apareciendo una segunda persona bajo el animal. Alvaras no había podido saber cómo los carpinteros se habían enterado de su hazaña, pero creía que su padre habría tenido algo que ver. Las puertas daban a un pequeño pasillo que terminaba en otra puerta doble y si la cruzabas salías a la plaza central de Yhakka. Las puertas solo se abrían en festividades importantes o cuando había visitas de renombre, como la llegada del tharn. Lo normal era que los siervos y los hombres libres accedieran al gran comedor por la puerta lateral.En el gran comedor, había diez mesas situadas de forma paralela con bancos corridos a ambos lados, que separaban la zona de la puerta principal de una mesa que iba de una pared a otra, justo delante del hogar. Esta mesa perpendicular a las otras y con bancos en los lados y sillas en el centro estaba reservada para el therk, su familia, el sacerdote e invitados. De las otras diez, una estaba reservada para los guerreros, el herrero, bardo y otros hombres libres, mientras que el resto eran para los siervos.
 
En ese momento, había algunos siervos dispersados por sus mesas, pero Alvaras se fijó en una mujer, de altura media, de facciones elegantes, pero sin ser una belleza, rubia con el pelo recogido en una trenza, embarazada, que se prestaba en colocar unos cuencos de madera en la mesa del therk.

-   ¡Thale, que haces levantada tan pronto! -la voz de Alvaras golpeó todas las paredes de gran salón con fuerza, pero los siervos no hicieron ningún movimiento, pues sabían muy bien el temperamento de su señor.
-    Es la obligación de una esposa tener a su marido bien alimentado -dijo Thale, mientras vertía una especie de estofado humeante, que una sierva había acercado en un caldero, en uno de los cuencos.
 
Alvaras se acercó con paso firme, espero a que Thale dejase el cucharón y la sierva se llevara el caldero. Entonces atrajo hacia sí, intentando tener cuidado con el vientre abultado por su próximo vástago y le dio un beso en los labios. Alvaras solo tenía veinte años, mientras que Thale dieciocho, y llevaban ya cuatro años casados, pero él seguía deseando a su esposa como el día que llegó su padre con ella y le dijo que había acordado con el padre de Thale la unión. La mano derecha de Alvaras fue descendiendo por la espalda de Thale hasta que se detuvo sobre su culo, palpando con deleite. Algunos siervos se sonrieron, pero siguieron con sus asuntos.
 
-    Thale deberías dormir hasta más tarde, ahora estás cuidando de dos personas, tú y él -Alvaras puso su otra mano sobre la tripa de Thale.
-    O de ella, solo Frigha conoce lo que está por nacer -advirtió Thale, y tenía mucha razón, sola la diosa Frigha, esposa de Ordhin, podría saber lo que la fertilidad y el amor habían creado-. Ahora será mejor que te tomes el desayuno, un therk no puede hacer sus labores con el estómago vacío.
 
Alvaras refunfuñó, le dio una palmada en el trasero a Thale, que le devolvió la caricia en forma de una sonrisa pícara y un beso. El hombre se sentó y ella tomó una jarra y vertió cerveza en la copa de madera que tenía Alvaras delante.

3 comentarios:

  1. Hola señor Bulceon de Moley:

    Me cae bien, el señor Avaras, me pregunto... ¿Qué será de su vida a continuación? Un placer leerte.

    Saludos

    Suara Baal

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  2. Muy buen comienzo, lo he descubierto hoy, pero prometo leerlo todo pronto. Ánimo y fuerza amigo.

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    1. Espero que te guste, amigo, son una serie de historias cortas, con nuevos personajes y otros ya conocidos, para ampliar lo que se deja fuera en las novelas.

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