Alvaras tomó un poco del humeante estofado
con una cuchara y se lo llevó a la boca. Estaba rico, pero demasiado caliente,
le abrasaba entre los dientes, pero intentando no relucir nada se lo tragó lo
más rápido posible, casi sin masticar. Thale le lanzó un guiño y empezó a
reírse.
- ¿Qué te pasa, mujer? -espetó Alvaras según
consiguió que pasara el primer bocado.
- Si está caliente puedes soplar -le regañó
Thale.
- Para un hombre no hay ningún bocado
caliente -se escuchó una voz seria por detrás de ambos.
Un hombre de facciones parecidas a Alvaras
pero más anciano se encontraba detrás de ellos. Su cara era seria, adusta y no
parecía tener ni un ápice de sentido del humor. Aun así, Thale no cambió su
mueca alegre.
- ¿Qué tal has dormido, padre? -preguntó
Thale, mientras hacía una seña a la criada para que volviera a traer el
caldero.
- Perfectamente, hija -el hombre se dejó
caer en la silla que se encontraba a la izquierda de Alvaras-. La edad no me
hace mella.
- No digas tonterías, padre, la edad a todos
nos pasa factura, cualquier otra cosa es un disparate -indicó Alvaras que
seguía intentando lidiar con el estofado caliente.
- Alvaras, tu padre tiene razón, no parece
que el tiempo pase para él -a Thale le gustaba ponerse del lado de su suegro y
así molestar un poco a su marido.
- Y ves hijo, hasta las mujeres jóvenes me
prefieren antes que a ti -se burló Alvark, pero al notar un movimiento con el
rabillo del ojo-. Pero claro esta para mí no hay nadie como tu madre, mi
preciosa Fhir.
- Alguien ya está haciendo cosas malas,
según notó mi lecho vacío y frío, estoy segura de que alguien no está haciendo
el bien -se mofó una mujer mayor, que aún mantenía alguna de las facciones que
la hicieron lo suficientemente bella para enamorar a un joven guerrero y así
hacer que el destino cambiará.
La anciana se acercó a Alvaras y le dio un
beso en la mejilla, luego se acercó a Thale y lo repitió. Su siguiente blanco
fue Alvark, pero este lo recibió en los labios, pues al final era su buen amado
esposa. Fhir vestía como cualquier mujer de un guerrero, que poco se
diferenciaba de una sierva. Una blusa ocre y una falda lisa de parecido color,
sobre la que llevaba una pieza larga de cuero. Solo la esposa del therk podía
cambiar la pieza de cuero por un abrigo de piel, pero Thale debido a su
avanzado estado de gestación no lo podía utilizar. La verdad es que lo normal
es que solo sacaba el abrigo de piel cuando tenían visitas importantes, sino
llevaba el mandil de cuero. Por debajo de la blusa y la falda solían llevar un
par de capas más de ropa y leotardos gruesos, pues hasta en verano tenían más
frío de lo normal.
- Mujer, yo siempre he sido un buen
guerrero -refunfuñó Alvark, pero en ese momento llegó el pequeño de la
familia, Alvo acompañado de su meretriz-. Pero mira que pequeño guerrero ha
llegado.
- Abuelo, abuela, madre, padre -Alvo fue
saludando uno a uno, con solemnidad, tal como su meretriz le había enseñado.
Cuando esta le hizo una seña de que lo había hecho bien la cosa cambió.
Alvo se acercó a su madre y se dejó mimar
por ella, mientras Fhir sonreía, Alvark puso una mueca de enfado, pero todos
los presentes sabían que al viejo soldado se le caía la baba con su nieto. Solo
Alvaras parecía mantener la compostura, al final era él el therk de Yhakka.
Alvo tenía tres años, por lo que Alvaras aún
no le había empezado a instruir como guerrero, había decidido con su padre no
hacerlo hasta que cumpliera los seis años, parecido a cuando su padre comenzó
con él. Pero el caso de Alvo podía ser diferente, pues si él seguía manteniendo
una buena relación con su tharn, lo más seguro que su hijo pudiera asumir el
grado de therk a su muerte. Si el título seguía en la familia, al cabo de
varias generaciones podrían llegar a ser promocionados a puestos superiores o
hasta ser nombrados tharn. Pero esto por ahora eran quimeras y el destino era
quien mandaba, y nadie podía ir contra él.
- ¿Qué vas a hacer hoy? -Alvark le sacó a su
hijo de sus reflexiones.
- Había pensado en salir con los cazadores,
hace tiempo que no practico con el arco -informó Alvaras.
- En ese caso creo que te voy a acompañar,
nunca se es demasiado viejo para salir a cazar -indicó Alvark.
Como las cosas en Yhakka estaban en orden,
Alvark ya no se encargaba de adiestrar a los guerreros, y eso le habían hecho
que se aburriera bastante, él era un guerrero y necesitaba de acción. No es que
necesitara una guerra, pero un poco de acción, poner a prueba sus sentidos y
esas cosas, y una cacería era un lugar idóneo, sobretodo en estos tiempos de
paz. Aunque también había que recordar que en esta tierra la paz era uno de los
tesoros más inestable que había. Los clanes siempre habían luchado entre ellos,
la paz del señor de las cascadas podría convertirse pronto en un guerra total.
Un guerrero entró por la puerta lateral, y
este hecho pasó desapercibidos para todos excepto para Alvaras y Alvark,
quienes siempre estaban atentos a todos. El guerrero era uno de los jóvenes.
Sus diez hombres de armas eran de diversas edades. Había dos que habían
superado los cuarenta años, eran guerreros avezados, y podían ser como
sargentos instructores, pues sabían todo lo que se debía conocer del uso de las
espadas y las hachas, habían estado en incontables muros de escudos, así como
en escaramuzas aisladas. Tenían mujer e hijos en sus cabañas. Otros cuatro
estaban casados y sus edades iban desde los veinticinco a los treinta y cinco,
ocupaban con sus familias sus casas y los últimos cuatro eran jóvenes, de menor
edad que Alvaras, no estaban casados, aún preferían tontear con las siervas.
El guerrero iba vestido con la cota de
malla sobre un jubón de tela y sobre el metal un peto de cuero reforzado, la
armadura típica de los guerreros de esos lares. Botas de cuero con placas
metálicas reforzando la suela, el tacón, la puntera y el empeine, guanteletes,
hombreras, coderas y espinilleras de cuero. El casco era un semicírculo con
lunetas, con defensas para las orejas y bajo él se podía distinguir su almófar
de malla. Llevaba un hacha colgando del cinto. El guerrero se dirigió directo a
la mesa del therk, hizo una reverencia y esperó a que Alvaras le hiciera un
gesto para hablar.
- Mi therk, el vigía de la torre ha
distinguido una columna de humo, hacia el sur.
- Gracias, Obbort, regresa a tu puesto -dijo Alvaras, que dejó la cuchara, se puso de pie y se dirigió hacia el arco
por el que se que accedía a la armería.
Alvark siguió a su hijo y al poco rato
aparecieron ambos de vuelta. Ambos se habían preparado para la guerra. Alvark
llevaba lo mismo que Obbort, la armadura de malla y cuero, mientras que
Alvaras, había cambiado las defensas de cuero por otras de placas de acero, un
therk tenía que parecerlo hasta en la guerra. Los dos hombres cruzaron el salón
en silencio y salieron del edificio por la puerta lateral. Se dirigieron a la
torre del vigía, que en este caso era la del lado contrario a la puerta del
poblado. Primero tuvieron que ascender al muro de tierra. Recorrieron la
distancia que les separaba desde el acceso del muro hasta la escalera de la
torre por encima de unos tablones, que Alvaras había hecho colocar para que los
guerreros pudieran andar cómodos sobre la tierra apelmazada.
Alvaras fue el que empezó ascender por la
escalera vertical que estaba adosada al pilar central de la estructura,
mientras su padre le seguía un par de listones más atrás. Cuando por fin
llegaron al puesto del vigía, cruzando la plataforma de esta por una trampilla
abierta, allí encontraron otro de los guerreros, pegado a la estufa, intentando
quitar el frio de la noche. La torre está completamente cerrada, excepto por
las cuatro aberturas a los lados. Estas se podían cerrar por medio a unas
tablas de madera que se movían hacia afuera y hacia arriba, sujetándose gracias
a unos listones. En ese momento solo estaban abiertas las del suroeste y el sureste.
- Mi señor, hay una humareda hacia allá -el
guerrero señalaba a algo hacia el suroeste.
- Vamos a ver -susurró Alvaras mientras se
ponía de pie en la plataforma y avanzaba a la abertura.
- ¿Eso podría ser la granja de Fhad? -dijo
su padre a sus espaldas.
- En principio podría ser, la granja se
encuentra por esa zona -afirmó Alvaras-. ¿Qué podría haber provocado esa
columna de humo?
- Estarán quemando algo -aventuró a decir
el guerrero que se había mantenido callado hasta el momento.
- Lo dudo, a menos que Fhad esté quemando
árboles, y no veo el fin de ello -torció el gesto Alvaras-. Sigue atento, They
y si ocurre algún cambio avisas.
- Sí, mi señor.
- Una cosa más, ¿desde cuándo has empezado a
ver la humareda? -quiso saber Alvaras.
- Ha sido una hora después del amanecer,
igual ya estaba antes pero no me ha parecido, de todas formas el viento soplaba
fuerte y levantaba la nieve que cayó ayer por la noche -explicó They-. Esa
nieve dificultaba mucho la visión, señor.
- Bien, sigue así.
Alvaras se dirigió a la escala y comenzó a
descender mientras cavilaba las posibilidades que tenía para explicar la causa
de dicha humareda. Bajó lo más rápido que pudo y se dirigió hasta la plaza
central, con su padre detrás, sin decir nada.
- Lo mejor es que vaya a ver qué sucede -Alvaras rompió su silencio y Alvark asintió con la cabeza. El anciano guerrero
había llegado a la misma conclusión, pero era cosa de su hijo decidir las
cosas, pues Alvaras era el therk y no él-. Me llevaré a ocho guerreros. They es
mejor que se quede, pues si ha estado toda la noche de guardia, no creo que me
sirva de nada.
- Me quedaré también con Par, que me servirá
para dirigir a los siervos del thyr -indicó Alvark. Par era uno de los dos
guerreros de más edad.
- Según nos vayamos, cerrad las puertas de
la ciudad y no las abráis por nada, entendido, padre -ordenó Alvaras.
- ¿Por qué guerrero inexperto me has
tomado? -refunfuñó Alvark-. Me voy a poner a los hombres en marcha.
Alvark se marchó dando gritos, haciendo
que los siervos que parecían aún estar abrigados por la duermevela, por el
cansancio del día anterior, recuperaran sus energías rápidamente. Alvaras
regresó al salón de festejos, aunque tuvo que dejar salir a los siervos que
todavía permanecían dentro y ahora tenían que ayudar a los guerreros que iban a
partir. En el salón solo se habían quedado las cocineras y Thale que permanecía
sentada en la silla a la izquierda de la que había estado sentado antes
Alvaras. El hombre se acercó a su esposa hasta quedar a la altura de sus ojos.
Thale comía con cuidado, soplando la comida, sin decir palabra, pero Alvaras
interpretaba esos silencios demasiado bien, solo llevarían unos cinco años
juntos pero su compenetración era casi absoluta.
-
Debo ir a echar una ojeada por la granja de Fhad, hay algo raro, aunque lo
más posible es que no sea nada -informó Alvaras.
Thale seguía en silencio, mirando
fijamente su cuenco de madera, mientras con la cuchara revolvía lo que quedaba
de comida.
-
Tendré cuidado, no te preocupes, solo es ir y venir, además estoy seguro
que no será nada -aseguró Alvaras, pero su tono de voz parecía decir otra
cosa, pues las ideas que le recorrían por la cabeza eran cada vez más oscuras-.
Tengo tres cosas muy importantes para hacerme volver.
Alvaras le tomó la mano, haciendo que la
cuchara dejara de remover el estofado. Thale levantó la mirada, las lágrimas
descendían por los pómulos. Alvaras intentó sonreír pero eso era algo que nunca
se le daba muy bien. Thale sabía que su marido se tenía que ir, pues tenía que
mantener el orden en su territorio, pero este asunto le daba un mal
presentimiento.
Alvaras besó la mano de Thale, la soltó y
se dirigió hacia la armería, al poco regresó con su casco, de tipo circular,
con una máscara de lunetas y un camal de malla para proteger la nuca y sus
costados. En la parte superior del protector nasal de la máscara había la
imagen de la cabeza de un águila, mientras que las alas se extendían por la
parte superior de la protección de los ojos hasta donde empezaban las anillas
del camal.
Alvaras se colocó el casco y regresó a la
plaza de armas. Allí pudo ver que Uthel, el viejo sacerdote se acercaba a paso
rápido hacia él, con su plato, en este caso una bandeja de madera y un saquito
de cuero. Sin decirle nada le pasó la bandeja a Alvaras, quien la sostuvo
delante de él. El sacerdote abrió el saco y dejo caer su contenido sobre la
madera. Las runas, que eran unas tabas de oveja con relieves en algunas de sus
caras. Uthel miró como habían quedado, luego miró el interior del saco para
cerciorarse de que no había quedado ninguna en su interior.
- Ordhin está a favor con tu cometido, no ve
nada fuera de lugar irás y volverás con todos y cada uno de tus hombres -recitó Uthel con solemnidad, pero algo le había llamado la atención.
- ¿Qué más ves venerable sabio?
- Hay algo raro, sombras que se mueven,
podrían haber designios de Lorhk interpuestos entre la verdad -añadió Uthel.
A Alvaras no le gustó la última parte, el
dios Lorhk era el dios del engaño, la suerte y curiosamente el fuego. Era un
dios del que era mejor pasar desapercibido, su sola mención era de mal gusto y sobre
todo los de la casta guerrera que eran fieles seguidores de Thoin, quien no se
llevaba muy bien con su hermano Lorhk.
Pero Alvaras debía cumplir con los dioses,
aunque el mensaje de estos no le agradase, así que dejó una moneda de plata
sobre la bandeja de madera. Uthel asintió con la cabeza y recogió las tabas y
la moneda guardando todo junto en el saco. Las tradiciones se habían realizado,
tanto si Ordhin o Lorhk habían intervenido, o todo había sido cosa del anciano
sacerdote.
Un criado se acercó guiando un caballo de
baja altura, los caballos del sur eran así, pues su labor solo era la de llevar
a los hombres de un lugar a otro, no tenían cabida en la guerra. Lo normal es
que los guerreros se bajaran de las monturas, formasen un par de grupos y se
liaran a golpes hasta que un bando se hartaba y se marchaba, o uno de los
bandos era masacrado.
Alvaras se subió a la silla, metió los
pies en los estribos, tomó con una mano las riendas y con la otra tomó los
agarres de sujeción de un escudo redondo que le trajo uno de los siervos.
Alvaras, listo para partir tosió y el siervo que había traído el caballo, soltó
su agarre del bocado. Alvaras espoleó levemente los costados del animal, pero
fue suficiente para que este se pusiera al trote en dirección a la puerta.
Sus guerreros permanecían en línea, todos
sobre sus caballos, sosteniendo su escudo redondo y una lanza. Alvark
permanecía de pie, junto a la puerta, que aún permanecía abierta. Sobre esta,
en la pasarela había diez siervos, con sus protecciones de cuero reforzado y
sus arcos. Eran los miembros del thyr. Ya había distinguido a unos cuantos por
el resto de la empalizada. Su padre se había dado prisa en colocarlos en las
defensas. No eran verdaderos guerreros, en un muro de escudos los destrozarían,
pero tras una empalizada como la de Yhakka las tornas cambiaban.
- Volveré lo antes posible, defiende el
fuerte -le dijo Alvaras a su padre, mientras levantaba su mano izquierda y
señalaba hacia la puerta.
- Buena caza -fue la despedida de Alvark.
Los jinetes fueron saliendo
del poblado, mientras Alvark observaba la partida. Cuando el último de los
guerreros hubo pasado bajo el arco, las puertas empezaron a cerrarse. Alvark se
subió a la plataforma, para ver como el grupo se alejaba por el camino. Primero
irían hacia el norte, pero pronto llegarían a la encrucijada para tomar el
camino hacia las granjas. Podrían haber ido campo a través, pero con la nieve
no podrían ver lo que pisaban.
Buenas noches. Temo que el augurio se cumpla. Estaré encantada de averiguar que sucede en la granja y con el propio augurio. Los hombres sabios y las mujeres sabias siempre se han de tener en cuenta. Alvaras parece un buen líder, un buen familiar y un buen amigo. Estoy deseando verle en batalla.
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