Alvaras despertó empapado en sudor, sobre
su lecho, junto a Thale, tapados ambos por una buena manta, desnudos. Le
vinieron de golpe los recuerdos placenteros de la noche anterior y por un
momento decidió volver a dormirse, pero las imágenes de Fhad y el resto de su
familia, los siervos y los animales retornaron a su cabeza. El deber le llamaba
y no podía quedarse allí. Tenía que ir a avisar a su tharn y este tendría que
organizar la expedición punitiva contra los cuervos negros, si es que habían
sido en realidad ellos, o los que se hacían pasar por estos.
Se movió con cuidado, reptando hasta el
borde de la cama, salió de ella y cuando puso los pies sobre el suelo de
tablones de madera notó el frío en sus plantas. Recuperó su taparrabos y se lo puso
de nuevo, así como el resto de ropa. Se vistió fuera del cuarto para molestar
lo menos posible a Thale, quien seguía dormida. Se dirigió al salón, donde los
criados ya habían comenzado a preparar algo para los madrugadores. Allí se
encontraban los cazadores de Yhakka, y los cuatro guerreros que iban a
acompañar a Alvaras. Él se dirigió hacia la armería, llamando a uno de los
criados con un silbido, que dejó lo que tenía entre sus manos para ayudar a su
señor.
En la armería, el criado se encargó de
preparar las vestiduras que llevaría Alvaras bajó la cota de malla. Le ayudó a
quitarse el jubón y los calzones de cuero primero. Lo siguiente fue que se
deshiciera de la camisola de lino. El criado tomó una nueva camisola de lino,
limpia, y ayudó a Alvaras a ponérsela, con cuidado, con parsimonia. En vez de
las piezas de cuero, le ayudó a vestirse con un par de piezas de fieltro, un
material más cálido que el cuero, pero no tan grueso como la lana. Cuando todo
estuvo en su sitio y el criado lo revisó un par de veces, empezaron la
laboriosa tarea de ir colocando las piezas de cota de malla. Lo primero fue la
pieza principal, que cubriría tanto el tronco, como los dos brazos y las
piernas hasta un poco más abajo de la rodilla. El criado fue atando uno a uno
las sujeciones, las de las muñecas, las de las piernas y las de la parte
superior de la espalda. El criado revisó su trabajo, poniendo gran interés en
ver que la cota permanecía estable. Lo siguiente fue que Alvaras embutiera sus
pies en unos calcetines de lana, tras lo cual se metió en un par de pesadas
botas de cuero repujado con defensas de metal en la suela, la puntera, el
talón, el empeine y en la boca superior, donde se unía con el final de la cota
de malla.
Las manos se protegieron por unos guantes
de lino y unos guanteletes de cota de malla más fina, con defensas de placas en
la parte frontal de las falanges. El criado se encargó de ponerle un verdugo de
lino en la cabeza se Alvaras, sobre el que descansó el almófar de cota de
malla. La última pieza era la coraza sobre la cota. Cuando estuvo listo, le
ordenó al criado que se marchara, tomó su tahalí y se lo colocó. Cogió su casco
y se dirigió de vuelta al salón.
Los guerreros ya se habían marchado, pero
en su lugar estaba Jhan tomando algo. Alvaras le señaló a la criada la posición
donde estaba sentado el muchacho y esta sintió. Alvaras se dirigió a la mesa de
Jhan, dejo el casco sobre ella, cerca del chico y se sentó frente a él.
- ¿Preparado para el viaje?- preguntó
Alvaras, aunque parecía que era más un mandato que algo por lo que tuviera
interés.
- Sí, mi señor.- asintió Jhan, sin levantar
mucho la vista.- No he visto aun a Shine.
- Shine no viajará con nosotros, creo que ha sufrido demasiado y ya te tengo a ti como testigo.- informó Alvaras mientras metía una cuchara para empezar a comer.
Jhan se quedó en silencio, mirando su
cuenco casi vacío.
- No os fiais de mí, aunque me habéis ofrecido
un puesto de administrador en la población.- indicó Jhan, que esta vez sí que
miró directamente a Alvaras, quien no pareció ni darse cuenta, absorto en su
almuerzo.- Shine es vuestra rehén, por si me intento escapar, por si me da
miedo enfrentarme a Fhadon, que lo más seguro es que si me ve me intente matar.
Alvaras seguía sin decir nada, por lo que
fue el muchacho quien prosiguió.
- Pues os equivocáis, no temo a Fhadon, y
por Ordhin, no temo a una de sus represalias.- espetó Jhan.- Le hablaré al
tharn de todo lo que me pregunte y si me pide que le cuente por qué no sigo con
Fhadon, le diré la verdad.
- No, no lo harás, ya que en ese caso yo ya
no te podré defender.- inquirió Alvaras.- Estoy seguro de tu determinación.
Shine no viene porque vio menos que tú, y como tengo tantos invitados ahora en
Yhakka, mi esposa necesita todas las manos posibles. Ahora termina de comer,
haz el petate y busca a Pal, que te proporcione un caballo, pues andando no vas
a ir a Thepperon.
La cara del muchacho era de sorpresa, ya
que los siervos rara vez tenían derecho a cabalgar, excepto en mulas, pero no
en caballos. Asintió con la cabeza, limpió su cuenco y se marchó.
Alvaras se sonrió al pensar en cuando le
viera Fhadon, su antiguo siervo que salió escondido en algún carro o andando de
Thepperon regresaría ahora a caballo, junto a un therk. Iba a ser divertido ver
la cara del comerciante, no porque tuviera nada contra él, pero si por lo que
había contado sobre su idiotez.
Terminó rápido de comer y se levantó.
Tenía que ir a ver si en la plaza estaba todo listo, pero un voluminoso cuerpo
estaba parado ante él. Thale, abrigada con la manta únicamente, permanecía ahí
plantada, descalzada, mirándole con una cara de pocos amigos.
- Pensabas marcharte sin despedirte.- dijo
seria Thale.
- ¿Cuándo he hecho yo algo como eso?-
Alvaras intentó hacerse el inocente, poniendo una sonrisa modesta.
- En más ocasiones de las que puedes contar
con los dedos de las manos.- se quejó Thale, que cambió de cara, se pegó a
Alvaras y le besó en los labios.- Que tengas un buen viaje, y recuerda que esto
estará esperándote.
Thale entreabrió los brazos, haciendo que
los bordes de la manta se separasen y permitiendo ver su cuerpo desnudo. A
Alvaras le subió un antojo de pasión, pero era consciente de que se tenía que
marchar, por lo que posó con cuidado la mano sobre el vientre, tras lo cual
cerró los pliegues de la manta.
- Ten cuidado y no cojas frío, o él lo
sentirá también.- le advirtió Alvaras.- Volveré antes de que él haya salido.
- O ella.- matizó Thale, le dio un beso de
despedida y se marchó hacia sus aposentos.
Alvaras se quedó absorto, siguiendo su
marcha con la mirada, hasta que esta desapareció por el arco. Suspiró y se
dirigió al patio. Allí se encontró todo listo para partir. El patio estaba
ocupado por ocho caballos, cinco ya ocupados, dos con suministros y el suyo aún
vacío. Alvark y Pal esperaban de pie cerca.
- Es una buena hora para marchar.- indicó
Alvaras observando el cielo, aún oscuro, ya que el sol estaba poco a poco
saliendo. Hacia el norte, en el horizonte, Pollus, la segunda luna de la noche
aún relucía. Como todo en la vida, eso sería algún tipo de augurio, pero al no
estar Uthel cerca, pensó en pasarlo por alto.
- Siempre está bien empezar la jornada con
el fresco de la mañana.- reconoció Alvark.
- Cuida de todos, no hay nadie más válido
que tú para hacerlo.- comentó Alvaras, que puso su mano derecha sobre el hombro
izquierdo de Alvark, un gesto de gran respeto en su sociedad.- Todo lo que hay
aquí es un gran tesoro para mí.
Alvark le devolvió el saludo. Estuvieron
unos segundos así, hasta que Alvaras decidió que ya era suficiente, retiró su
brazo, tomó las riendas de su caballo, de las manos de un criado, puso un pie
en el estribo, tomó impulso y ascendió hasta caer sobre la silla. El caballo se
movió al notar el peso que se le vino encima, pero al momento se serenó.
Alvaras observó que tenía todo, su espada colgaba de su cintura, el escudo
enganchado en un costado de la silla, mientras que en el otro un arco y un
carcaj cerrado, que por el peso llevaba flechas. Levantó una mano y la giró en
el aire. Hincó los talones en los costados del caballo, mientras con las
riendas le hacía girar el cuello. La montura obedeció y se puso al trote,
dejándose guiar por Alvaras.
El grupo se fue poniendo en orden de
avance. Alvaras iría el primero, tras él Obbort y Ohel, a los que le seguían
Jhan y Himey, mientras que era Dkal quien cerraba el grupo y dirigía con una
cuerda a los dos caballos de carga. Alvark y Pal se quedaron quietos en el
patio, sin despedirse, en silencio. Los seis jinetes cruzaron la puerta de
Yhakka que había sido abierta para ello y que se cerró cuando el último caballo
de carga pasó.
Para llegar hasta Thepperon tendrían que
realizar un camino de tres jornadas de viaje, por caminos nevados. Pero Alvaras
quería hacerlo lo más rápido posible, por lo que apenas pararon para comer,
solo lo hacían para pernoctar. Pero debido a las costumbres de hospitalidad de
su territorio, decidió que lo mejor era dormir al raso, hombres y caballos
mezclados, para aguantar mejor el calor. Cuando el segundo día de viaje estaba
a punto de terminar, pudieron distinguir las torres de Thepperon.
La ciudad, al contrario de las aldeas que
habían ido dejando a su paso, poseía una muralla de dos metros de altura, de
piedra, en vez de acúmulos de piedra o empalizadas de madera. es verdad que
sobre la piedra, la muralla se elevaba un par de metros más con una empalizada
de gruesos troncos de madera, con una plataforma gruesa, ya que desde donde se
encontraban podían ver unas figuritas, los guardias, realizando sus rondas.
Alvaras observó el cielo e hizo que se
dieran más prisa, pues la noche se acercaba y si les cerraban las puertas, no
abrirían hasta la mañana siguiente, aunque dijera que era un therk. El grupo
iba al galope y tuvieron poco camino para frenar, cuando el primer guardia de
la puerta les distinguió. Pronto aparecieron más soldados, como cuando metes un
palo en un hormiguero. Un sargento empezó a poner orden y esperó a que Alvaras
se acercase.
- ¿Quién va?- gritó el sargento cuando
Alvaras ya estaba a una distancia prudencial.
- Alvaras, hijo de Alvark, therk de Yhakka.-
contestó seriamente Alvaras, según el protocolo.
- ¿Qué te trae a Thepperon, Alvaras, hijo de
Alvark, a estas horas tan tardías?- el sargento parecía no creerse lo que había
dicho Alvaras, pues no estaba utilizando el lenguaje correspondiente.
Alvaras no reconoció al sargento, que era
un hombre joven, pero tal vez fuera un foráneo y no un hombre de la región. Los
que sí parecían haberle reconocido eran alguno de los guardias, pues se estaban
sonriendo, pero Alvaras bien sabía que ninguno iba a avisar a su jefe, pues
dejar en mal lugar a un sargento, era hacerte un mal enemigo.
- Sargento, voy a obviar el lenguaje que has
empleado conmigo, porque creo que no nos conocemos, ya que llevo más de un año
lejos de Thepperon.- le advirtió Alvaras.- Ahora permíteme el paso y envía
recado al tharn, de que acabo de llegar con nuevas preocupantes.
- Veo que tienes una lengua muy larga, y muy
tosca.- espetó el sargento, sin hacer ni un mero intento de quitarse de en
medio.- Creo que debería bajarte los humos ahora mismo. Así que si no quieres
problemas, responde a mis preguntas.
Alvaras no se creía la osadía del joven.
Los guerreros de Alvaras se empezaron a poner nerviosos, tocando los pomos de
sus espadas, el borde de sus escudos, listos para seguir a su señor. Los
guardias de la puerta ahora estaban preocupados, pues no estaban muy contentos,
pues todos sabían la reputación de guerrero que tenía Alvaras.
Alvaras miraba al sargento y estaba a
punto de bajarse de su caballo, cuando alguien les interrumpió.
- ¿Sargento Phett, me puede decir por qué
hay tantos hombres en las puertas haciendo el haragán?- el recién llegado era
un hombre de pelo rubio, algo canoso, que Alvaras reconoció al momento, era el
therk Ballur, uno de los mejores soldados del tharn y viejo amigo de su padre.
- Nada mi therk, un sujeto que quiere entrar
en la ciudad y que es muy maleducado.- contestó el sargento Phett, lo
suficientemente alto para que sus hombres, Alvaras y los suyos le oyeran.- El
muy loco dice ser un therk, pero yo no me lo trago.
- No me diga, Phett, déjeme ver.- los
soldados de la puerta hicieron un hueco rápidamente, para que Ballur pasase.
Miró a Alvaras y sonrió divertido.- Sí tiene razón Phett, este hombre es un
maleducado, además de un impertinente, lo conozco bastante bien.
- ¿Entonces he de detenerlo?- preguntó
Phett, muy seguro de sí mismo.
- ¿Detenerlo? Puede intentarlo, pero lo más
seguro es que usted se reuniera muy rápidamente con Ordhin y sus antepasados.-
se burló Ballur, que observaba la cara de enfado de Alvaras, pero esperaba que
con una buena explicación no pidiera ningún tipo de compensación contra Phett.-
Este hombre es uno de los mejores guerreros que tenemos, salvó al hijo del
tharn de un oso de las nieves, durante una cacería, seguro que ha oído hablar
de ello.
El rostro del sargento había empalidecido,
pues sí que había oído hablar de la historia, se la había contado varias veces
en las tabernas. También sabía que a ese soldado lo habían hecho therk, pero no
recordaba bien el nombre porque normalmente estaba demasiado bebido o entre los
pechos de alguna camarera como para recordarlo.
- Bien, therk Alvaras, supongo que su visita
será por algo importante, ya que no suele venir mucho desde que se mudó a
Yhakka.- dijo Ballur olvidándose del sargento.- Por qué no me sigue, por favor.
Alvaras estuvo a punto de decir que quería
tener unas palabras con el sargento, pero Ballur era un therk y tenía más
antigüedad que él, por lo que la petición era una orden más que lo que había
parecido. Espoleó su caballo, siguiendo al trote a Ballur que ya se alejaba
hacia el interior de Thepperon. De todas formas miraba a Phett con cara de
pocos amigos y este bajó la cabeza, avergonzado. Al pasar junto a él, Alvaras
le escupió, y el sargento no pareció que se inmutase. Más de un duelo entre
soldados lo había provocado un escupitajo. Este gesto era para remarcar una
ofensa, y el no pedir una satisfacción era un signo claro de cobardía. La
cuestión es que Phett ya había ofendido al therk, por lo que aceptó el esputo y
la futura burla de sus soldados con resignación.
Thepperon estaba formado por una multitud
de casas, unas construidas junto a otras, de una o dos alturas, separadas por
angostas callejuelas. Eran casas de madera con la base de piedra, techos de
pizarra, unas ocupadas por siervos y otras por hombres libres. Desde las
puertas nacían un par de calles más anchas que unían la muralla con la
empalizada central, tras la cual se encontraban la torre del tharn, los
cuarteles de la guardia, los establos, una serie de tabernas, el templo de
Ordhin, aunque se rendía culto a todos ellos.
Ballur guió a Alvaras y a su grupo hasta
la zona central, a la que accedieron sin problemas. Una serie de criados se
encargaron de las monturas.
- Ahora me puedes decir lo que ocurre,
Alvaras.- Ballur había tomado un semblante serio.
- Han asaltado una de mis granjas, han
matado a todos los residentes, al ganado, han quemado todo lo almacenado.-
informó Alvaras.- Solo hemos encontrado un superviviente.- Alvaras señaló a
Jhan.- Dice que los asaltantes portaban escudos con la enseña de un cuervo
negro.
- ¿Los cuervos negros?
- Por eso mismo he venido a informar al
tharn y a esperar su designio.- indicó Alvaras.
- Y ahora mismo podrás hablar con él.
Seguidme.- dijo Ballur.- ¿Qué medidas has tomado por ahora?
- He ordenado al resto de granjeros que se
trasladen a Yhakka, que la defiende mi padre, junto al resto de mis guardias y
al thyr.- comunicó Alvaras.
- Levantar al thyr es una buena idea.-
afirmó Ballur.- Sobre todo porque tu poblado estaba bien amurallado. Serán
malos en la batalla, pero como arqueros a cubierto no tienen parangón. Tu padre
sabrá defender la plaza.
- Eso ya lo sé.- aseguró Alvaras.- Además él
estuvo en la última escaramuza con los cuervos negros, sabe cómo luchan. Pero
eso hace más raro este asunto, pues nunca mataban a los granjeros, les robaban
pero poco más.
Ballur les hizo cruzar la plaza de armas,
directos a la torre del tharn, una torre de homenaje de seis pisos, de piedra,
de planta cuadrada. Entraron por una puerta similar a la principal de la
casona, pero que tenía un rastrillo izado. Una vez dentro de la torre
ascendieron dos pisos y los llevó hasta el salón de festejos, que parecía
animado, ya que se escuchaban los gritos en su interior.
- ¿Qué granja ha sido la atacada?
- La de Fhad.- informó Alvaras.
- Pues que suerte la nuestra, el
invitado de hoy es su hermano, que lleva días dando la tabarra sobre los
impuestos excesivos del tharn.- suspiró Ballur, mientras les hacía un gesto
para que abrieran las puertas.
Saludos.
ResponderEliminarComo siempre, acaba en lo más interesante. Esperaré impaciente la nueva entrega.