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domingo, 26 de marzo de 2017

El tesoro de Maichlons (1)



No hacía ni media hora que el vigía desde la cofa había anunciado la presencia de tierra, y ahora ya se podía ver la silueta de los altos acantilados de piedra blanca en el horizonte. Un hombre de unos veintisiete años, moreno, de mirada oscura y penetrante, con dos cicatrices recientes en ambas mejillas, vestido con armadura pesada de placas, permanecía en la borda de estribor, observando con detenimiento la cada vez más cercana costa.


El capitán del navío, un viejo mercante reconvertido en barco de guerra, al que se le había colocado un tercer palo, para que se asegurase más fuerza proveniente del viento, se dedicaba a vociferar órdenes a sus marineros, que iban de un lado a otro, tirando de las drizas, atando cabos, izando nuevas velas. En cubierta había algunos soldados más, pero con armaduras más simples que las del hombre de pelo moreno. El capitán vio al hombre en la borda y se acercó a él.

   -   Mi señor Maichlons, por fin regresamos a casa -informó el capitán.
   -   Ya era hora, capitán Hilbour -dijo Maichlons secamente.


El barco, llamado la Venganza del Grifo, había estado durante el último año bordeando la costa norte del reino para acabar con una red pirata que estaba entorpeciendo el comercio entre el reino y el imperio. El navío había sido enviado para ayudar a la flota imperial, que ya no daba a basto para patrullar su propio territorio. Al final, ellos habían dado con la isla que utilizaban de base y junto a dos naos pesadas del imperio habían terminado con la peligrosa amenaza. Además habían obtenido un sustancioso botín, que en gran parte se quedó el imperio. Algunos soldados llegarían más ricos de lo que se habían marchado, dinero que iría a sus familias, aunque en el caso de los jóvenes se dilapidaría en mujeres y bebida, pero quién era el que iba a impedírselo.


Maichlons, que era el hijo de un duque y ostentaba ya el grado de coronel del ejército real por méritos propios había optado por rechazar casi todo su premio, excepto un bello camafeo de oro que había decidido quedarse. Nadie sabía porque había obrado así, pero ni el capitán Hilbour se atrevía a preguntárselo, pues además así él se llevaba más riqueza.

   -   Tardaremos unas horas en remontar la costa hasta Ghantar, pero el viento es proclive, por lo que esta noche podréis dormir en tierra firme -prosiguió el capitán Hilbour.
   -   Como siempre, Hilbour, lo dejo todo en vuestras manos, siempre competentes -aseguró Maichlons.


Maichlons le dio una palmada en el hombro, saludó a los soldados de cubierta y se fue por la escotilla hacia el interior del navío.




Tal como había augurado el capitán Hilbour, el Venganza del Grifo entraba por la bocana del puerto de Ghantar, tras pedir permiso con la torre mediante señales con banderas de colores. En el puerto había más animación de la habitual, todo porque se había hecho eco del avistamiento del navío y muchos esperaban grandes noticias, como la desaparición de los piratas. Entre los que esperaban en el muelle se encontraba el gobernador Urdibash, recientemente elegido por el monarca para que rigiese la administración de la poderosa ciudad comercial y portuaria, puerta de entrada de todos los productos que llegaban de lugares lejanos.


Se necesitó una media hora más de trabajo duro para que el navío quedase perfectamente amarrado al muelle. Pero tanto el capitán Hilbour como sus marineros eran personas competentes. Maichlons, con su petate y sus armas fue el primero en bajar por la plataforma que habían colocado para acceder al navío. Tras él los sesenta guerreros que habían sobrevivido a la campaña, que inicialmente fueron cien.

   -   ¡Que Bhall este contigo! -le dijo como saludo el gobernador a Maichlons-. Sé que no me conoces, pero soy el nuevo gobernador de Ghantar, me llamo Urdibash. Tú supongo que eres el coronel de Inçeret. Te doy la bienvenida a Ghantar y al reino.
   -   Sí, lo soy, gobernador Urdibash -asintió Maichlons, dándole la mano a la que el gobernador apretó sin demasiada fuerza-. Da gusto retornar a casa. Te puedo informar que la expedición ha sido un éxito, eliminamos la base pirata en las islas Ghunner. El comercio debería ser de nuevo seguro. El imperio estaba muy contento.
   -   Y nosotros también -aseguró Urdibash-. ¿Qué vas a hacer ahora? Me gustaría que me acompañaseis a una celebración en el palacio del gobernador.
   -   Estaría bien, mis hombres están ya hartos del maldito barco y del mar -afirmó Maichlons, sonriente.
   -   Pues no se hable más, seguidme bravos muchachos -gritó el gobernador.


El palacio del gobernador era una mole gris, que por fuera no parecía muy distinto a una casa de la ciudad, pero por dentro había una decoración suntuosa, llena de cuadros, tapices, faroles con vidrios de colores, lo que daba un ambiente extraño. A los soldados les esperaba un banquete en un gran salón, donde había comida, bebida, música, bailarinas con poca ropa y ya cuando todos acabaron demasiado borrachos, una infinidad de mujeres jóvenes y bellas llegaron para amenizar a los soldados.


Solo el gobernador y Maichlons parecían estar lejos de todo aquello.

   -   Sabes preparar una fiesta de bienvenida con estilo, gobernador -comentó Maichlons, alegre debido a que había tomado alguna copa de vino de más.
   -   Llevabais demasiado tiempo fuera de casa, era hora que recordarán lo que son las mujeres de Tharkanda -bromeó Urdibash.
   -   Yo diría que entre esas mujeres, las hay foráneas -indicó Maichlons, divertido.
   -   No se te escapa nada, coronel -rio Urdibash, que se le mudó la cara rápidamente-. ¿Qué vas a hacer ahora, coronel?
   -   Pues hoy descansaré aquí, espero que con alguna de esas preciosidades, y mañana partiré a la capital. ¿Cómo andan las cosas?
   -   La Espada del rey falleció durante este invierno y el rey Shonleck no ha elegido a nadie para sustituirlo -contó Urdibash-. Se dice que el hijo del gobernador del norte, Shon de Kharnash podría ser un buen reemplazo, pero es algo impulsivo y se rumorea que anda engendrando bastardos. Así que por ahora es el duque Galvar de Inçeret quien ejerce de Heraldo y Espada en funciones, lo que le está pasando factura. Algunos dicen que se está muriendo, pero que solo aguanta para ver a su hijo casado.
   -   ¿Tan mal está? -la noticia de la posible enfermedad de su padre sobrecogió a Maichlons. Era verdad que había tenido unas peleas infernales con él, sobre todo a causa de su elección de una vida de armas, en vez de los libros y los números.
   -   Yo solo te puedo hablar de los que se rumorea en Stey y me llega a mí, aquí. Si necesitas más tendrás que ir a la fuente -comentó Urdibash.
   -   En ese caso mañana deberé partir a casa -sentenció Maichlons, que se puso de pie, y antes de dejar al gobernador añadió-. En la bodega del Venganza del Grifo hay una pequeña fortuna para el rey, estoy seguro que querrás enviar a la guardia y llevarlo a lugar seguro.


Maichlons se alejó del gobernador que en ese momento llamaba a algún criado. Se mezcló entre la vorágine de guerreros y mujeres a medio vestir, enlazados, recorriendo cuerpos con las manos. Ellas descubriendo cicatrices y ellos recordando lo que era una mujer tras tanto tiempo en la mar. Al final Maichlons dio con lo que buscaba, una muchacha de piel clara, pelo rubio, casi oro, que dos soldados parecían estar sorteando con la ayuda de los puños. Dado que estaban más ocupados, la chica no tuvo problema alguno en seguir al oficial que la guió hasta un lugar apartado, lejos de las miradas inoportunas, y las apariciones de compañeros de singladura. Pronto Maichlons estaba deleitándose con los presentes de la muchacha.




Maichlons despertó en un catre vulgar, en el lecho de un soldado, un lugar sencillo, duro, pero que le gustaba. No recordaba cómo había llegado hasta allí, solo se acordaba de los besos y las caricias de la joven rubia, unos placeres que había ansiado durante días en la mar. en el suelo estaban las piezas de su armadura, así como su bolsa de viaje, su escudo y su espada. Tomó la bolsa y la revisó, el camafeo seguía ahí, así que nadie le había intentado robar.


Se aseó con el agua que alguien había dejado en una jofaina de madera pintada de blanca. Se vistió con su armadura, tomó sus cosas y salió del pequeño dormitorio. Allí esperaba un soldado.

   -   El gobernador le espera en su despacho, si me quiere seguir, coronel -dijo el soldado.


Maichlons asintió con la cabeza y se dejó guiar por los pasillos del palacio, hasta llegar a una estancia de tamaño medio, llena de estanterías con libros y códices. Había un par de escribanos trabajando en unos pupitres pequeños. Urdibash permanecía sentado tras una mesa muy ordenada, que en cuyo centro había una gran bandeja de plata con varios manjares en platos de cerámica, un par de copas de madera y una jarra llena de vino.

   -   Tomad lo que gustéis, el cocinero del palacio siempre me prepara de más, el apetito del anterior gobernador debía ser espectacular -invitó Urdibash-. Aunque para espectacular el tesoro que habéis traído. Lo están trayendo a la cámara que hay en los sótanos del palacio. Lo contarán mis escribas, y tras dar la parte correspondiente a los miembros de la expedición y a los marineros, el resto se mandará a Stey, para los fondos del rey.
   -   Gracias -murmuró Maichlons, que se había servido algo de vino, unas lonchas de jamón ahumado y un poco de huevo revuelto con hongos.
   -   No tienes porque dármelas, creo que os lo merecéis por vuestro buen trabajo. La Espada del rey lo vería igual -quitó hierro al asunto-. En las cuadras te he preparado un caballo y uno de esos escribanos te está preparando un documento para que puedas cambiar de caballo en cada posta del camino, por si tienes prisa. Vas a viajar como un correo del rey.

   -   Gracias otra vez, gobernador.
   -   Gracias a ti por salvaguardar mi comercio -indicó Urdibash, que se levantó de su sitio y se fue a hostigar al escribano, y así permitir a Maichlons que comiera a gusto.


Cuando Maichlons quedó lleno y el documento tenía los sellos correspondientes, Urdibash acompañó a Maichlons hasta las cuadras y una vez allí, permitió que eligiera la montura que más le complaciera. Maichlons eligió una yegua baya de hermosa figura. Urdibash alabó el buen ojo de Maichlons, ya que esa yegua era una de las mejores de las que tenían en el servicio de correos reales. Un siervo se encargó de preparar al animal para el viaje.


Ambos hombres estaban esperando en el patio, cuando llegó un escribano a la carrera y le dio una misiva al gobernador.

   -   Maichlons, debo pedirte un favor, puedes llevarle esta carta al Heraldo del rey, debe ser entregada en mano -le pidió humilde el gobernador.
   -   No veo el problema -aseguró Maichlons, tomando la carta y guardándola en su bolsa de viaje.
   -   Te lo agradezco, coronel -dijo Urdibash, que se volvió al ver algún movimiento por el rabillo del ojo-. ¡Ah! Ya está aquí tu montura.


El criado ayudó a Maichlons a montar, colocó el escudo en el costado derecho de la silla y la bolsa de viaje en el izquierdo. Maichlons tomó las riendas.

   -   ¡Que Bhall te proteja, coronel! -se despidió Urdibash.
   -   ¡Que también esté contigo! -dijo mecánicamente Maichlons, ya que desearse la protección del dios supremo y único, Bhall, era algo habitual en el reino, ya que todos seguían su culto casi sin excepción.


Maichlons espoleó a la yegua, que casi se encabritó, pero pronto la hizo ponerse al trote. No le costó mucho recorrer Ghantar y menos adentrarse en la campiña. Solo tenía que seguir por el camino real hacia el oeste, internándose en el reino hasta la encrucijada con el camino del norte y tomarlo en dirección sur hasta llegar a la capital.




Solo paraba en las casas de posta que había a lo largo del camino, para dormir y cambiar de caballo. En la primera, que fue la de la encrucijada con el camino del norte, dejó a la yegua, con el compromiso del dueño de la casa de que se le devolvería al gobernador de Ghantar. Allí tomó un ruano que aguantó a duras penas hasta el fin de la jornada siguiente. Maichlons solo comía en las casas. Durante el viaje no paraba excepto para que el animal descansase un poco. No quería que alguno de esos viejos caballos se murieran en el camino y él saliese despedido por el aire.


El paisaje por el que pasaba era igual prácticamente, inmensos campos de cultivo, con aldeas, granjas, burgos y de vez en cuando alguna ciudad amuralladas. En aquella primavera, el cereal ya era un tapiz verde sobre la tierra y los agricultores lo observaban, esperando a que el sol lo fuera amarilleando poco a poco. Por las noches, antes de dormir observaba a Jhala, la primera luna, cuando hacía su aparición estelar. Y al levantarse podía decir adiós a Pollus, menos luminosa que su hermana, pero que casi se veía con el sol.


Al octavo día de cabalgata, tras haber pasado el mediodía con creces, al ascender una ligera loma, pudo distinguir las inmensas torres del castillo real, construidas en el promontorio, donde también se encontraba el nivel amurallado más interno, protegiendo la Ciudadela. Más abajo protegido por la muralla intermedia, el barrio Alto y dentro de su propio muro, La Cresta, el barrio más peligroso de la ciudad y por ello la existencia de su propia muralla, más para tener controladas a sus gentes que defenderlas de un enemigo. Por último el círculo más bajo, rodeados por la gran muralla exterior, los barrios de mercaderes, de los artesanos y el militar.


Aún tendría que cruzar los campos de la inmensa llanura de Leinor, pero por la tarde estaría entrando en la ciudad, por fin había regresado a casa. Y pronto tendría que presentarse ante el Heraldo del rey, su padre.

1 comentario:

  1. Me encanta ahondar y seguir los misterios de este mundo que has creado. Todo parece interconectado y cuidadosamente meditado y plasmado. Tienes un pequeño fallo. "un muchacha" en alguna parte. Por lo demás, espero seguir a Alvaras en su próxima parte y a este nuevo personaje que seguro no nos dejará indiferentes a tus lectores.

    Saludos.


    P.D "Se dice que el hijo del gobernador del norte, Shon de Kharnash podría ser un buen reemplazo, pero es algo impulsivo y se rumorea que anda engendrando bastardos." ¿Es lo que yo creo que es?

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